Por José Guerra
Esta semana un grupo de
médicos del hospital universitario de Mérida se declaró en huelga de hambre
para exigir al gobierno respuesta ante la crisis sanitaria, al tiempo que nos
enteramos de la lamentable muerte de Oliver Sánchez, aquel angelito de ocho
años, paciente oncológico que hace un par meses participó en una protesta
pacífica por el derecho a la salud. Solo uno de tantos dramas que nos obligan a
reflexionar sobre la ruta pacífica, no violenta que transitamos para enfrentar
un régimen cruel e insensible como pocos.
La historia estilizada nos
cuenta que un buen día, por allá en 1930, Mahatma Gandhi se embarcó en una
marcha pacífica para retar la autoridad imperial sobre algo tan trivial como la
sal. La famosa “marcha de la sal” arrancó con un puñado de simpatizantes y tras
recorrer más de trescientos kilómetros terminó en una verdadera multitud. De
allí siguió una escalada de manifestaciones pacíficas y actos de desobediencia
civil que culminaron en la eventual independencia de la India.
Si uno revisa el episodio en
detalle encuentra que la historia no es tan sencilla, que muchas facciones disentían
de dicha estrategia y que el consenso tomó tiempo en alcanzar masa crítica. En
la práctica, la lucha no violenta es un proceso social complejo, donde
coexisten corrientes divergentes y en momentos contradictorias. Así, por cada
Gandhi ha habido un Nehru, por cada Martín Luther King un Malcom X, por cada
Mandela un Buthelezi. Hay que entender dicha complejidad y mantener el rumbo en
la diversidad.
Por otra parte, el camino de
la no violencia para nada implica la pasividad o la inacción, mucho menos la
indiferencia. Por el contrario, la no violencia implica la movilización,
la confrontación, la denuncia e incluso la transgresión, que es la esencia de
la desobediencia civil.
Se trata de una lucha
simbólica que apela a la conciencia, no del régimen, sino la conciencia del
resto de la población, sobre todo del que se mantiene distante, indeciso o
indiferente. Así por ejemplo, un gesto tan radical como la huelga de
hambre de los médicos en Mérida no está dirigida a mover la conciencia de la
ministra que niega la emergencia humanitaria, o la del presidente reposero que
responde a La Habana. Se trata más bien de un gesto que apela a la conciencia
de los demócratas, buscando quizás servir como mecanismo catalizador, como
punto focal que facilite la coordinación de tantos esfuerzos.
En mi columna anterior
comentaba que ante el írrito decreto de estado de excepción la ciudadanía debía
denunciar y documentar, pues con el restablecimiento del Estado de Derecho se
podrá demandar reparación por tanto atropello. Hoy agrego que si se materializa
la reciente amenaza de Maduro de decretar un estado de conmoción interna, la
respuesta ciudadana debe ser clara y serena: desobediencia civil generalizada y
profundización de la resistencia pacífica. Podrán caldear los ánimos, enervar a
la población, pero no nos sacarán de la ruta democrática, pacífica y
constitucional.
29-05-16
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