El régimen no es nadie y es
todo. No es el Presidente, ni el Ejecutivo. Tampoco “El Proceso”, pues éste era
vivido como un caminar abierto hacia horizontes de elevación. El régimen hoy es
el punto de cristalización y de llegada, cerrado como estación terminal, que
mantiene secuestrada a toda la sociedad. Aferrado al poder, y dedicado de
lleno a defenderse y perpetuarse contra la inmensa frustración y desesperación
de la población. Al comienzo para muchos “El Proceso” era emoción y esperanza
de una Venezuela bella y deseable que concretaron en estos dos artículos
centrales de la Constitución:
Art. 2 “Venezuela se
constituye en un estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que
propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación
la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia,
la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos
humanos, la ética y el pluralismo político”.
Art.3 “El Estado tiene como
fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su
dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de
una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y
bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos
y deberes reconocidos y consagrados en esta constitución. La educación y el
trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines”.
Parece imposible que un
demócrata no esté de acuerdo con este ideal constitucional que marca un
exigente camino de dignidad y liberación. Pero ante la catastrófica realidad
actual -después de una dominación hegemónica de 17 años y un millón de millones
de $ malgastados- surge un clamor de indignación contra la miseria, la
inseguridad y la burla a la Constitución. Nadie en su sano juicio puede pensar
que este Régimen va avanzando hacia ese ideal; por el contrario, su obsesión es
defender el poder, corrupto e ineficiente, aferrándose a las armas y a la represión
porque ya le faltan razones y apoyo popular. Por eso se ha militarizado y se ha
convertido en una dictadura, en clara contradicción con la Constitución.
Más difícil es ponerse de
acuerdo sobre el modo de salir de esta catástrofe y mucho más el acuerdo y la
combinación de fuerzas sociales diversas para retomar el camino hacia el
horizonte de democracia y de dignidad compartida y reconstruir.
Cuando un presidente se pone
en contradicción con los fines esenciales del bien común nacional, la
Constitución prevé modos de evitar mayores desastres y salir de él antes de que
concluya el período presidencial. Para eso está, por ejemplo, el referéndum
revocatorio, con el que la sociedad puede cambiar a quien se ha
convertido en gestor del mal común. Pero la dictadura lo quiere bloquear.
Desde luego más sensato que
esta vía un tanto larga, engorrosa y sembrada de trampas, sería un momento de
lucidez presidencial que, acordándose de su condición de servidor y delegado de
la voluntad de la mayoría nacional, lo llevara a la renuncia. El artículo 350
establece estas emergencias y nos obliga a todos a una responsabilidad
ciudadana mayor: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su
lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier
régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y
garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos” (art. 350).
Ante la formidable
emergencia nacional y el brutal deterioro de las condiciones básicas de
vida y de democracia, no basta con la salida del Presidente ni con un
cambio de gobierno, es imprescindible un cambio de régimen y un nuevo
gobierno de salvación nacional que incluya a sectores diferentes, unidos
en la suprema tarea de encauzar y de reconstruir el país. Por eso la realidad
pide a gritos el cambio de Régimen para volver a la Constitución y
recuperar la esperanza de vida y dignidad para todos. Muy oportuna la reciente
advertencia de la Conferencia Episcopal: “¡Queremos alertar al pueblo!
Que no se deje manipular por quienes le ofrezcan un cambio de situación por
medio de la violencia social. Pero tampoco por quiénes le exhortan a la
resignación ni por quienes le obligan con amenazas al silencio. ¡No nos
dejemos vencer por las tentaciones! No caigamos en el miedo paralizante y
la desesperanza, como si nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la
resignación y la desesperanza son graves peligros de la democracia. Nunca
debemos ser ciudadanos pasivos y conformistas”.
26-05-16
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