Eloy Torres Román 29 de mayo de 2016
Sir
Winston Leonard Spencer Churchill fue el gran Primer Ministro de Gran Bretaña
en dos ocasiones 1940-1945 y 1951-1955. Considerado uno de los más importantes
y significativos líderes de guerra del siglo XX. Oficial en la Armada
británica, historiador, escritor y pintor;
Premio Nobel de Literatura en 1953 y ciudadano de honor de los EEUU.
Nació un 30 de noviembre de 1874 en una familia aristócrata. Su padre el Lord
Randolph Churchill, un político que ocupó la cartera de Finanzas y su Madre,
Jenny Jerome, una americana. Churchill fue un apasionado de la historia.
Es
recurrente la conversación con ciertos amigos sobre los políticos. ¿Están ellos
motivados por sentimientos? Algunos amigos consideran faltos de sentimientos
sólo a Hitler, Lenin, Stalin y Mao Tse Tung, mientras que estos mismos amigos,
consideran, por ejemplo, que Winston Churchill, sí tenía sentimientos. Para
colmo, éste hacía pública su inclinación a practicar la virtud de ser útil en
vez de ser sólo importante.
Con
mis amigos mantengo un disenso. La política tiene una condición desvinculada de
los sentimientos. El político fundamenta su praxis sólo en el interés por el
poder. Con ello no se ha descubierto el
agua tibia. No obstante, los políticos deben tener “cuero de caimán y garra de
tigre”, además poseer una condición, por demás relevante: la valentía física e
intelectual. Pocos la tienen. Ella, además, sirve para comprender la praxis del
político. El político debe ser valiente y Churchill lo fue.
Luego
de tomar el cargo y jurar ante el Rey George IV, en mayo de 1940, pronunció en
la Cámara de los Comunes, un muy corto, pero intenso discurso, el cual está
inscrito en la historia de las relaciones internacionales, como una brillante
pieza de oratoria y a la vez de sencillez. Mostró valor y grandeza de quien
tenía el don de anticiparse a los acontecimientos, a la realidad. En ese mencionado discurso, recurrió a una
arenga del otrora gran líder norteamericano, Teodoro Roosevelt, quien en su
presentación ante el Colegio de la Marina de su país, dijo ofrecer (I have
nothing to offer but, blood, tail, tears
and sweat) “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Churchill, conocedor de la
historia recurrió a esa emblemática frase para presentarse ante su pueblo y
ante el mundo como el líder que enfrentaría a los totalitarismos nazis,
fascistas y comunistas incrustados en la Europa de años 30 y 40, para lo cual
no había tiempo ni descanso. Era un poseedor de un fino “olfato político”. Por
lo que, durante la guerra con Hitler,
mantuvo la idea de que el objetivo principal no debe ser otro que “la
victoria, victoria a cualquier precio frente al terror, no importa lo largo y
difícil que sea la vía a tomar: victoria”
Churchill,
fue pragmático y adepto al realismo político, pero sin dejar a un lado su
concepción conservadora del mundo. Su desempeño durante la segunda guerra
mundial fue ejemplo de resistencia que le valió el reconocimiento a su
liderazgo, convirtiéndole en uno de los grandes hombres del siglo XX, junto con
Franklin Delano Roosevelt, Stalin y De Gaulle.
Presionado
por el cansancio y el debilitamiento de su país y toda Europa por la guerra
contra Hitler, convino con Stalin el reparto de Europa en esferas de
influencias. Para Churchill, no fue problema jugar al ajedrez, la suerte de los
países europeos: Rumania por Grecia, Polonia por Austria. Esa era la realidad.
Un acuerdo para lograr la paz en el mundo. La URSS estaba cansada y el mundo
también. Se logró un respiro con esos acuerdos. Mas, hoy el mundo observa que la
respiración se pierde en determinados espacios. Urge un replanteamiento de
acuerdos. Es la política. Mas, ello no fue obstáculo para que, en virtud de su
enorme capacidad de anticiparse a la realidad, Churchill acuñase la frase “Iron
curtain” (“la cortina de hierro”) para bautizar a toda esa zona que había
quedado bajo el puño rojo de hierro de Stalin.
Con
Churchill aprendimos que los sentimientos no cuentan en política. La política
es así. Son las circunstancias las que determinan su desempeño. Por ello no es
casual que el propio Churchill advirtiera que “…. Los hombres y los reyes deben
juzgarse por su actuación en los momentos críticos de sus vidas”. Otro detalle
que debe tomarse en cuenta es que para Churchill lo importante era ganar
espacio y tiempo para las generaciones venideras y no ganar elecciones. Para lo
cual había que tener valor y no caer en el ofrecimiento barato del populismo.
De ahí que los sentimientos en los políticos, no tienen cabida; lo que importa
es lo que hagan o dejen de hacer en el interés por el poder y por sus pueblos.
Churchill
a propósito siempre decía que para ser político habría que ser capaz de
anticiparse a lo que ocurrirá mañana, la semana que viene, el mes y el año
próximo; luego explicar por qué no se produjo nada de lo dicho. Por su actitud
fue bautizado como un ”buldog inglés”, por su semejanza con esa raza de perro,
el más querido y preferido por los habitantes londinenses. Fue un hombre lleno
de valor físico, tenacidad, cultura, fue vigilante y de una extraordinaria inteligencia,
pero también hay que agregar: tenía un gran sentido del humor, un humor elevado
y ocurrente; era inglés, por supuesto.
Por
esas cualidades, fue el emblema ingles durante la segunda guerra. El símbolo de
la derrota de Hitler. Un hombre que jamás perdió la esperanza ni el buen humor.
Poco después de culminar esa masacre se dejó crecer el bigote. En una de las
primeras apariciones públicas, fue invitado a una cena de gala y una señora que
se sentó junto a él, le abordó y evidentemente que le desagradaba, le expresó:
“Sir, debo manifestarle que no me importa cuán negras sean sus uñas, ni su
política ni sus bigotes. Churchill con su mirada puesta en los acontecimientos
europeos, le respondió: “No se preocupe, señora, no tiene ningún chance de acercarse
jamás a ellas ni a las otras cosas”.
En una
ocasión un Winston Churchill ya acosado por el tiempo y cuya vejez era visible,
un joven periodista le preguntó: ¿podría realizar con Ud. alguna entrevista el
año próximo?
Churchill
le respondió: ¡No veo porque no. Ud. se ve joven, sano y fuerte, por lo que
probablemente sobrevivirá hasta entonces!
En
otra oportunidad en el Parlamento, Churchill ya no era el Primer Ministro, pero
sí miembro de éste; durante un receso, se dirigió al baño y ensimismado en sus
necesidades observó que el entonces Primer Ministro Clement Attlee quien le
había ganado las elecciones, también había ingresado al baño. Este, era un
laborista, enfermo por el estatismo y propiciador de expropiaciones de
empresas. Churchill al observar su presencia en el retrete, se separó de él.
Attlee, lo observó y extrañado le preguntó: ¿Sir, qué ocurre; por qué se
distanció de mí? Churchill, respondió: ¡Sir, lo que pasa es que Ud., cuando ve
algo grande, bueno y funcional, automáticamente lo confisca y lo expropia!
“La
historia nos juzgará amablemente” le decía a Roosevelt y Stalin en la
Conferencia de Teherán en 1943. Estos, preguntaron por la certeza de esa
expresión: y respondió: ¡Porque voy a escribir la historia! Tuvo razón:
Escribió seis volúmenes dedicados a la historia de la Segunda Guerra Mundial.
Fue un visionario. Se anticipó a los acontecimientos. No cargaba consigo el
remoquete “generación de relevo”. Actuó políticamente con sus argumentos y
jamás se paseó por el boulevard de los insultos, e incluso en los momentos más
duros de su soledad política, pues era el único que proponía enfrentar a
Hitler.
El
tema central de sus libros: mostrar la futilidad de conciliarse con Hitler. El
recorrió todo un camino en soledad y escribió que los países occidentales
fueron los culpables del rearme alemán y en consecuencia de la guerra que les
acogotó durante 6 años. El Acuerdo firmado por Chamberlain y Daladier en 1938
con Hitler fue un gravísimo error.
Chamberlain
hubo de rechazar las ideas de Churchill. Les consideraba “faltas de
profundidad” pues, no tomaba en consideración que no había alianza con los EEUU
ni que éstos tampoco estaban preparados ni listos para un conflicto. Los EEUU
estaban “casados” con su aislacionismo. La URSS y Stalin, en palabras del mismo
Churchill eran un enigma. El régimen bolchevique no mostraba sus cartas. Ella
significaba un problema en la estrategia contra Hitler. Europa era muy
complicada. Nadie en ella confiaba en Stalin. Todos acordaron que la política
exterior soviética no era sino una máscara que escondía los viejos planes del
imperialismo ruso. Luego, ¿cómo confiar en un país que había descabezado a su
elite militar, por razones de purgas internas? Había una soledad total y la
sombra de la guerra cobijaba a Europa y al mundo.
En
1940, nadie quiso ser asociado con la política de conciliación. Fue un fracaso.
Luego, a partir de 1945, todos afirmaron que sin la fuerza, voluntad y tesón de
Churchill y sus política no se hubiera triunfado. La evolución de los hechos
históricos lo confirmó. La resistencia a Hitler fue correcta. Por lo que
después de 1945, nadie puso en duda la actitud de Churchill en oponerse a
Hitler con firmeza. Esa actitud es ejemplarizante. No se puede transar con
dictadores o como les llaman “dictadorzuelos”. Ello es válido también para los
que emergen de la voluntad popular y traicionan los principios democráticos.
Churchill tuvo abierta razón. Hoy en
día, hay que leer historia para hacer política. Churchill fue visionario,
incluso con sus desplantes humorísticos, como cuando comentó a Stalin y
Roosevelt: “La historia nos juzgará amablemente”. Lo ejemplarizante es que él
abordó la política con la frialdad y pasión a la vez en términos del interés
general. La política es para hacer política y no para ejercicios retóricos. Una
vez tomado un camino hay que ser lo suficientemente sólido para sumar y no
restar en alianzas; sobre todo cuando nos enfrentamos a un enemigo poderoso y
tramposo. Él se anticipó a Mario Puzo, quien escribió en su novela “El Padrino”:
“la fuerza de una familia reside en la lealtad”. Por eso y por otras cosas más,
la historia ha tratado amablemente a Churchill, exactamente como él quería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico