Thaelman Urgelles 28 de mayo de 2016
@TUrgelles
El
diálogo es una de las actividades más usuales de la política. De hecho, cuando
ella se desarrolla en escenarios democráticos es, junto con el debate
civilizado, la esencia del oficio político, su sal y pimienta, su alfa y omega.
No
debe, por ello, alarmar a nadie cuando unos políticos ejercitan el diálogo como
método para aproximarse a la consecución de sus objetivos, sean ellos
estratégicos, tácticos u operativos.
Por
supuesto que, cuando el escenario no es democrático, o cuando la política se
desenvuelve en su fase posterior –la guerra- el diálogo adquiere
características muy diferentes al que se efectúa en democracia. Es conocido que
uno de los componentes más antiguos y cruciales de la estrategia bélica, desde
que la guerra existe, es la diplomacia.
El
escenario no democrático es en el que hoy se habla de diálogo en Venezuela, y
en su promoción y gestión se encuentra empeñado un cada vez más poderoso
entramado internacional de intereses, naciones y personajes.
Pero
que el diálogo esté siendo planteado en un escenario no democrático, o
netamente dictatorial como el que vivimos en nuestra patria, no significa que
él sea una mala palabra o anatema al cual no se pueda acudir sin caer en los
manoseados “colaboracionismo”, “traición” y otras zarandajas divulgadas desde
el exterior para desacreditar a los actores que legítimamente conducen dentro
de Venezuela nuestro esfuerzo hacia la democracia.
Dialogan
los que tienen diferencias. Los que tienen pleno acuerdo celebran, brindan o
cenan juntos. Quienes tienen diferencias irreconciliables dialogan también, en
ocasiones para buscar desesperadamente un acuerdo y en otras para dejar claro
que no hay diálogo posible y arrojar sobre la contraparte la culpa de ello.
No hay
dudas de que la trágica situación que atraviesa Venezuela pone sobre la mesa la
necesidad teórica de un diálogo. Pero también existe una larga experiencia
acerca del modo como el perverso régimen apela a ese recurso y lo manipula en
su favor, cada vez que se ha visto colocado contra las cuerdas por la situación
política, social y económica o por las acciones de la oposición.
Está
suficientemente claro que la gestión de diálogo en Venezuela que hoy encabezan
los ex-presidentes Zapatero, Fernández y Torrijos, con la servil amanuencia del
impresentable Samper, es una trampa montada por el régimen y sus perversos
asesores foráneos para conducir a la MUD hacia un túnel en el que deba
renunciar a su mayor -y casi única- ventaja estratégica, que no es otra que el
Referendo Revocatorio en 2016, fundamentado en la voluntad de cambio de nuestro
sufrido pueblo y en la confianza por él depositado en la alianza unitaria y sus
principales líderes.
Tal
constatación no significa que la MUD deba hacer un desplante al taimado llamado
de los ex-presidentes y negarse siquiera a escuchar qué es lo que se traen
entre manos. Los procesos políticos poseen un complicado tramado de operaciones
y maniobras, cuya ejecución a menudo requiere de un complejo y medido
repertorio de acciones, donde hasta el orden en que se ejecutan las jugadas
puede conducirte hacia el éxito o el fracaso. Como en el ajedrez, o más
modestamente en el dominó.
Es
también obvio que la finalidad (inicial o última, expresa u oculta) de todo
diálogo entre partes opuestas es la negociación. Aunque las dos partes lo
nieguen y aunque el clima inicial de los encuentros sea crispado y hasta
violento, las partes piden un diálogo o acuden a él porque encuentran que su
confrontación está estancada y necesitan lograr algunos objetivos o posiciones
que sólo pueden obtener de la otra parte, por supuesto entregándole algo a
cambio, aunque nadie descarta obtener lo que busca a cambio de nada o muy poco.
Esto
lleva al punto de los temas o agenda del diálogo. Cada parte lleva a la mesa un
conjunto de planteos que desea discutir con su contraparte y es normal que cada
uno los jerarquice según su importancia. Eso convierte a los temas en puntos
negociables o puntos irrenunciables. La habilidad de los negociadores y su
pericia para manejar la información hacia afuera puede aclarar o confundir a
terceros, y a su propia contraparte, sobre cuál es su objetivo principal en el
diálogo.
Ya el
magnífico documento de la MUD luego de reunirse con Zapatero fijó cuáles son
sus temas para el diálogo al que fue invitada por los ex- presidentes: fecha
cierta para el Revocatorio en 2016, libertad para los presos políticos, regreso
de los exiliados, aceptación de la ayuda humanitaria internacional para nuestro
sufrido pueblo y respeto a la Asamblea Nacional y la Constitución. Agenda hoy
mismo ratificada en la clara y oportuna declaración de Chúo Torrealba.
Los
temas del régimen son más confusos pues, como suele ocurrir con los estados
totalitarios, ellos prefieren mantenerse en territorios nublados y penumbrosos.
Pero en todo su birlibirloque no pueden ocultar lo que buscan con esta nueva
maniobra:
En
primer lugar (mostrado falsamente como aparente objetivo principal) desmontar
el proceso de aplicación por la OEA de la Carta Democrática Interamericana.
Objetivo ya cumplido, por lo menos durante algunos días o semanas.
En
segundo lugar, el principal e irrenunciable objetivo de Maduro en esta
maniobra: quitarse de encima la inminente carta de defunción política representada
para él y para el PSUV por el Referendo Revocatorio 2016.
Y en
tercer lugar, vender muy caro –en abundantes dólares contantes y sonantes- el
permiso para que la Iglesia, los organismos internacionales y gobiernos
extranjeros puedan traerle a nuestra población la ayuda humanitaria que con
tanta urgencia requiere.
Está,
pues, muy claro cuáles es el objetivo principal e irrenunciable de cada parte
en el diálogo propuesto. Aunque hay varios temas y sub-temas planteados por
cada parte, en realidad todo gira en torno al Referendo Revocatorio: el régimen
se quiere librar de él y la MUD cuenta con ella como el mecanismo más válido,
de hecho su única ventaja estratégica en esta confrontación.
Dadas
esas posiciones irrenunciables, resulta muy claro que el destino de ese diálogo
está cantado desde el inicio: condenado al fracaso, pues la baza principalísima
de cada parte es la misma, con objetivos opuestos.
Pero
eso no basta para liquidar la maniobra de entrada. Las más recientes noticias
en torno al proceso demuestran que en el mismo están comenzando a participar –o
más bien a revelar su presencia- poderosos actores mundiales que le darán
notable fuerza y sustento político y moral.
La
llamada del Secretario de Estado Kerry a Zapatero apoyando su gestión y la audiencia
concedida por el Papa Francisco a Samper nos hablan de una operación
geopolítica de amplísimo mayor calado que el mostrado en sus orígenes. Y todo
conduce a pensar que tales factores de poder, y los que suelen estar detrás de
ellos o a su lado, están pensando inclinar su dedo inefable para favorecer la
continuidad de Maduro en el poder. Me explico:
En
momento en que construye minuciosamente lo que en USA se denomina “el legado de
los presidentes” -en su mayoría con acciones como las relaciones con Cuba, el
deshielo con Vietnam, la visita a Hiroshima y otras de mero contenido simbólico
o fuertemente cargados de él- el presidente Obama no puede permitirse que su
legado sea manchado por una masacre o catástrofe humanitaria en su patio
trasero, como la que parece estarse gestando en Venezuela. Algo que en la
historia sería atribuido a su inacción o desinterés. Obama requiere una
solución más pronta y expedita que la esperable de una lucha denodada entre una
ciudadanía que desea ejercer su derecho a revocar y un régimen criminal capaz
de cualquier atrocidad para impedirlo.
Entonces,
como buen practicante de la real-politik, el gobierno americano se afilia a un
expediente más pragmático e inmediato: sacrificar el Referendo Revocatorio y
sacarle a Maduro una serie de concesiones que no le resultará difícil de
entregar, para rodear al acuerdo de una “dignidad humanitaria” tragable por el
mundo entero.
En
esta jugada parece estar siendo alineado el Vaticano. Después de todo, al
latinoamericano Papa Francisco no le quedaría muy bien el traje de un Pontífice
que no logró canalizar su opción negociadora (y vaya que la intentó) por la
intransigencia de un régimen desalmado. Y, no ignoremos el realismo que anida
en la institución más antigua de Occidente, encuentra en el proyecto descrito
una vía para salvar algunos muebles de su proyecto inicial, con algunos plus
que más adelante mencionaré.
España,
la Unión Europea y el resto del mundo occidental no tardarían en alinearse con
el plan, si es que ya no lo han hecho. Rusia y China estarán encantados, si es
que no formaron parte del complot. Cuba sería la primera beneficiaria y el
resto de América Latina respirará complacida por salir de un brete en el que
parecían obligadas a decidir un incómodo voto entre la tiranía y la libertad.
De algunos bolsillos será sacado uno que otro pañuelo para cubrirse la nariz
durante el empeño.
Por
supuesto que, para ejecutar esta compleja maniobra se requiere nada menos que
la aquiescencia de una parte de la oposición venezolana, principal o
preferentemente alineada en la MUD. Y no tengo dudas de que para llegar a este
estado de su despliegue, ya tal aquiescencia ha sido alcanzada entre algunos
factores. Quizá no explícitamente en los partidos de la MUD y sus dirigentes,
pero sí entre poderosos factores corporativos, financieros y políticos que
hacen peso en su trastienda.
Como
principal baza de cambio por liquidar el Revocatorio, la estelar alianza de
componedores cuenta con una prenda de alto valor y singular vistosidad
humanitaria: que el régimen acepte la Ley de Amnistía, con lo cual saldrían de
la cárcel los presos políticos y podrían regresar libremente al país los
exiliados y perseguidos. No olvidemos que entre los presos están los líderes de
tres de los cinco más importantes partidos de la MUD, cuyas familias anhelan
legítimamente estar con ellos y cuyos militantes los necesitan para librar en
mejores condiciones la competencia política diaria, incluida la elección de
gobernadores, donde serían especialmente apoyados quienes se presten a la
jugada.
A
estas alturas cabe preguntarse, ¿quién paga la cuenta de eso? Porque la
liquidación del Revocatorio y consecuente extensión hasta 2019 de Maduro (o del
chavismo, si se decidiere cambiarlo a él en 2017 mediante un revocatorio chimbo
o su renuncia voluntaria) requerirá de un remedio bastante visible de la
gravísima crisis de abastecimiento, inflación, atención médica y seguridad
ciudadana. Ello va a requerir de varios millardos de dólares en dinero fresco,
así como la postergación y refinanciamiento de los compromisos inmediatos de
deuda.
Pues
bien, ya la parte económica de la maniobra está en marcha, con Leonel Fernández
al frente de una comisión que recorre países y organismos multilaterales para
lograr que esos recursos, que ya estaban siendo considerados para dárselos al
gobierno que sucediera a Maduro tras su revocación, ¡¡¡los reciba Maduro para
sostener una gobernabilidad “razonable” hasta 2019!!!
Por
supuesto que la pandilla reinante se robará la mitad de eso y una tajada se
quedará en los bolsillos de los gestores de la ayuda, públicos y privados. Pero
algo quedará para paliar de forma más o menos apreciable la tragedia que sufre
nuestro pueblo y mantenerlo entretenido hasta 2018. Conste que al hablar de
ganadores corporativos no estoy pensando en las muy dignas Empresas Polar,
merecedoras de mi mayor respeto. Aunque no sería descabellado pensar que el
respeto a la integridad patrimonial de Polar forme parte del paquete, sin que
ello deba avergonzar a sus propietarios.
Se
trata, como puede verse, de una ambiciosa y perversa operación geopolítica y
diplomática con amplias ramificaciones. Ella dejaría réditos a casi todas las
partes involucradas. El régimen de Maduro sería el gran ganador, con ventajas
por donde se lo mire a cambio de concesiones adjetivas que no lesionan
mayormente la esencia de su poder. Algunos dirigentes y partidos de oposición,
por lo que toca a su libertad y reunión con sus familia, y nada más que eso.
El
gran perdedor sería, por supuesto, el pueblo venezolano, quien tendría que
soportar esta desgracia por tres (y quizá más) años, con el leve aliciente de
que sus calamidades actuales serían amainadas por obra de lo que no se roben de
la masiva ayuda internacional comprendida en el acuerdo. En su lugar, los
ciudadanos venezolanos verían frustrada su voluntad de cambio, de esta
desgracia histórica a una sociedad capaz de construir su progreso y bienestar
bajo reglas de juego claras y consensuadas y con actores más transparentes que
la cáfila hoy empoderada por la fuerza.
El
liderazgo democrático quedaría descabezado casi en su totalidad; a saber:
Capriles, porque moriría en sus manos la promesa que nos hizo de conducirnos a
un victorioso Referendo Revocatorio que abriría las compuertas del cambio. Y
porque ya están viéndose los intentos de culparlo de nuevo a él –pagapeo
predilecto de los fracasos de la oposición radical- por esta operación
“colaboracionista” a la que él ha enfrentado con toda valentía.
Otros
perdedores serían los tres dirigentes presos –López, Rosales y Ledezma- porque
el logro de reunirse con sus familias y partidos se vería irremediablemente
empañado por la convicción de que el mismo habrá sido alcanzado a cambio de una
entrega vergonzante del futuro de todos, algo que Venezuela no les perdonará,
en el corto y sobre todo en el largo plazo.
Quizá
haya un dirigente opositor que algo pudiese obtener de esto, en un plano
inmediato, aparente y transitorio. Sería Ramos Allup, porque el paquete de
concesiones del gobierno pudiera incluir el reconocimiento de varias de las
leyes aprobadas por la Asamblea Nacional y bloqueadas por el TSJ: la de
Amnistía en primer lugar y luego varias de las leyes sociales cuyo
financiamiento saldría de la ayuda internacional que no se roben. Esto daría
prestancia y legitimidad a la AN y, en primer lugar, a quien ha sido su figura
protagónica. Pero el fracaso posterior, a corto plazo, de lo que de allí salga,
también lo cobraría como víctima. OJO: no estoy sugiriendo que esta ventaja no
buscada está influyendo en la conducta de Henry en el episodio; la desconozco,
pero tengo confianza en su rectitud.
¿Cómo
enfrentar ese enorme desafío? En primer lugar, privilegiando la receta que ha
producido los mayores éxitos y avances de la oposición democrática: la Unidad.
Con pocas excepciones, cada quien en la MUD, sus alrededores y hasta en
factores de oposición que usualmente la combaten, tiene en el paquete del
diálogo un caramelo que puede resultarle atractivo; un “peón envenenado”, se lo
llama en ajedrez. Pero un examen más detallado muestra que detrás de tales
luminarias lo que hay es sombra y derrota cantada.
Henrique
Capriles y Primero Justicia tienen ante sí el desafío de mantener en alto la
bandera del revocatorio, contra todo pronóstico y toda intentona de arriarla.
Leopoldo, Ledezma y Rosales tienen la oportunidad de mantener su intachable
conducta de presos de conciencia, ella les rendirá frutos más pronto de lo
esperado y les será reconocida por la nación, por sus hijos y sus partidos,
aunque de inmediato pudieran desear otro desenlace. De Ramos Allup debe decirse
lo mismo, la envergadura y madurez de su liderazgo se crecerá al máximo si sabe
ver más allá de la ventaja inmediata, como ha demostrado saberlo hacer.
De
asumir las conductas aquí sugeridas, la MUD debe sin embargo transitar la ruta
del diálogo tramposo para el que está siendo cercada. Ignorarlo y rechazarlo
sin más la conduciría al aislamiento y al rechazo internacional que ya
conocimos luego de los errores de 2002 a 2005, incluida la abstención en las
parlamentarias. Transitarlo con inquebrantable unidad, y con la transparencia
que ya está mostrando la MUD, conducirá a demostrarle a quienes -de buena,
regular o mala fe- están llamando a ese diálogo o creyendo en él, que el mismo
no es posible con la satrapía desalmada y corrupta que enfrentamos. Ello nos
conducirá a nuevos y favorables escenarios, incluidos las cartas democráticas
(no solo de la OEA sino en primer lugar de Mercosur, según creo) y una mayor
combatividad y participación en las movilizaciones ciudadanas por el Revocatorio.
Más
allá de la MUD, la oposición que suele ser radical en sus posiciones y crítica
de la alianza formal tiene razones visibles para rechazar la maniobra que aquí
hemos descrito. Ella tendría que controlar su tentación de aprovechar esta
coyuntura para atacar de colaboracionista y otras lindezas a quienes aquí deben
tomar cruciales decisiones.
Es
más, este desafío supremo presenta también la oportunidad de sentar a todos los
sectores de oposición a efectuar su propia negociación. Un acto de mutuo reconocimiento,
de examen sincero de posiciones divergentes, para encontrar en ello lo que
podemos desarrollar en conjunto y establecer reglas más leales para aquello en
lo que no podamos coincidir.
Quizá
sea mucho pedir, pero no está demás sugerirlo en momentos en los que, ahora sí,
nos estamos jugando irremediablemente a nuestro amado país.
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