Por Gioconda San Blas
Paula, docente en una
escuela pública, está desconsolada. Me cuenta que una alta proporción de niños
está asistiendo a la escuela sin haber comido desde el día anterior, cuando
recibieron la ración que les aporta el programa de alimentación escolar; que
algunos de ellos guardan algo para compartirlo en casa con sus padres, porque
allá no tienen nada que comer; que unos cuantos se desmayan por falta de
alimento; que otros tantos simplemente dejan de asistir al aula por esa misma
razón, mientras ocupan su tiempo en acompañar a sus madres a hacer largas colas
para conseguir comida.
Luisa Pernalete, respetada
docente y luchadora por los derechos humanos, de dilatada trayectoria en las
escuelas de Fe y Alegría, insiste en que el hambre no es virtual. Con dolor nos habla
de niños de preescolar y mayores, desmayándose en las escuelas por falta de
alimento, de niñas que recogen las sobras de otros niños para llevarlas a sus
casas, de madres que dejan de comer para darle a sus hijos: “El hambre en
Venezuela no se restringe a familias de pobreza extrema. Es real y masiva y los
niños no tienen la culpa, aunque lo estén pagando”.
Desde la Fundación Bengoa nos informan que en
2015, 25% de los alumnos dejó de ir a las escuelas examinadas por esa
institución, porque no tenían qué comer, mientras que 30% de la población, de
una muestra de 4.000 niños en 22 escuelas del país, sufren de malnutrición
infantil y deficiencias de hierro, porcentajes que con seguridad deben estarse
agravando en lo que va de 2016. Existiendo una relación directa entre salud y rendimiento académico,
tales cifras presagian un pobre futuro para la niñez venezolana.
El problema no se limita a
los niños. En las casas de los abuelos, levantadas para el solaz de las
personas mayores durante los días laborables y en donde ellos suelen recibir un
almuerzo equilibrado nutricionalmente, también se está viendo lo mismo: abuelos
que se desmayan por no haber recibido más comida que ese almuerzo, cuando
asisten a la institución, con consiguiente y notoria pérdida de peso.
Para los niños en edad
escolar se creó en 1996 el programa de alimentación escolarPAE
que en sus inicios se focalizó en beneficiar a los sectores con mayor
incidencia de pobreza. En 1999 se comenzó a instrumentar en todas las escuelas
oficiales venezolanas, específicamente las de dependencia nacional, para niños
y jóvenes entre 0 a 17 años. En los últimos años, bajo el nombre de sistema de
alimentación escolar (SAE), su presupuesto se ha visto casi inalterado, a pesar
de la inflación, con el resultado de que ahora el promedio de gasto en el
programa equivale a Bs. 6,35 diarios por niño.
De manera que con ese monto,
cabe preguntarse qué es lo que reciben los niños inscritos en el sistema
escolar nacional (4,3 millones de estudiantes en 2015).
Entre estos, los niños de la Guajira, en uno de cuyos planteles apenas llegan 8 (ocho) pollos por mes para
alimentar a la población escolar y diversas escuelas de Maracaibo que ahora
reciben apenas el 60% de lo anteriormente percibido. En
otras regiones, los docentes reportan que los niños solo reciben arroz o ensalada,
a lo que se suman amenazas de suspensión del servicio por falta de pago a los
distribuidores y robos frecuentes de alimentos almacenados en las cocinas
escolares. Mientras tanto, el gobierno de Miranda con su programa MiPAE también ha tenido que
enfrentar el problema de la hiperinflación: lo que en 2015 alcanzó para cubrir
medianamente el programa en las escuelas estadales a lo largo del año, en 2016
apenas bastó para los primeros 4 meses del año, en un programa que ofrece dos
comidas diarias a 105 mil alumnos.
Todas estas cifras no hacen
sino enfatizar la tragedia venezolana representada en los datos de la encuesta ENCOVI 2015, que nos indican que hoy
por hoy, la pobreza de ingresos abarca a 73% de los hogares y 76% de los
venezolanos, superando con creces el 48% de 1998 y el 31% de 2009.
Este es el resultado del
socialismo del siglo XXI: hambre y miseria. Una dupla que recoge en toda su
ironía el cineasta chileno Pablo Larraín en su película “Neruda”, cuando pone a una criada
en diálogo con el poeta. Tras preguntarle si la revolución comunista igualará a
todos los seres humanos y recibir como respuesta “Sí, así será”, ella lo
precisa: “Pero, ¿seremos iguales a mí o a usted?”
Ya los venezolanos sabemos
la respuesta. Por eso, se impone un cambio de sistema, con el referendo
revocatorio como la ruta más próxima para lograrlo electoral y
democráticamente.
TUITEANDO
Datos del CENDA-FVM indican que el
precio de la canasta básica alimentaria en abril de 2016 subió a Bs. 184.906,35
(16 salarios mínimos), un incremento equivalente a 718% en relación al mismo
mes de 2015.
26-05-16
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