Roberto Giusti 25 de mayo de 2016
@rgiustia
Hablar
de diálogo es una cosa y sentarse a dialogar es otra muy distinta y así,
aferrados a la primera opción, los chavistas han desechado la segunda a lo
largo de quince años porque conversar con el adversario, al principio del
mandato, era innecesario por disponer de un respaldo mayoritario casi
aplastante, pero hacerlo ahora presupone la necesidad de escuchar sus puntos de
vista y eventualmente reconocer la necesidad de un cambio radical que, en
definitiva, pasa por el abandono del poder, algo que se niegan a considerar y
mucho menos a aceptar.
Pero
el diálogo también tiene su tiempo y cuando se plantea in extremis, como es el
caso venezolano, lo que se acordaría no es ya lo que debe cambiarse (porque esa
es la única alternativa) sino cómo va a operar el cambio y de qué manera se
producirá la transición. En otras palabras, con Maduro de Presidente y ante un
gobierno débil, deslegitimado, arruinado, carente de apoyo popular, signado por
la pérdida casi total de gobernabilidad y marchando directo al abismo, lo único
que queda es ayudarlo a salir del enredo en que metió a todo el país,
incluyendo a las fuerzas armadas. Todavía, sin embargo, no parecen haber
descubierto que el tiempo de la soberbia, de la abundancia y de la exportación
del modelo chavista se desvaneció a la
misma velocidad con que bajaron los precios del crudo y cesó el flujo de
petrodólares. Actúan, entonces, por reflejo y hablan de diálogo pero no
dialogan. Como si aún tuvieran la sartén por el mango.
En esa
tónica han arribado a un punto de no retorno y la única respuesta sobre cómo
salirse del brollo, evitando el fantasma militar, apegados a la legalidad y
acatando el veredicto popular, no es otra sino el Referéndum Revocatorio. Una
medida que el gobierno, en su terquedad suicida, trata de evitar acudiendo a
las trampas dilatorias de siempre con el objetivo de ganar tiempo, cuando la
realidad dice que el tiempo se les acabó, que la gente perdió la paciencia y a
estas alturas no tiene más nada que perder.
A las
puertas de una catástrofe social, cuyos signos ya se hacen sentir, el chavismo
y los militares que le otorgan precaria sustentación, deberían reflexionar y
antes que ponerle obstáculos, a la espera de un milagro que no se va a
producir, deberían agradecer la salida constitucional y democrática, que se les
está ofreciendo y que les permitiría el retiro de un poder que hace ya tiempo
perdieron, evitándoles a los venezolanos una tragedia adicional. Entonces,
diálogo sí. Pero diálogo colectivo que surja de la decisión popular.
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