Por Ángel Arellano
Ya no sé qué decirle mano.
Ni arepa con mortadela se puede comer. El aseo personal ha pasado a ser algo de
poca importancia en comparación con el hambre. En el barrio las familias comen
mango porque no hay comida. Así matan el hambre. No me explico por qué no ha
explotado un peo.
Mango, el nuevo alimento de
la patria. La dieta que impuso la crisis. Tanta es la miseria que vive
Venezuela, que nuestros compatriotas se encaraman en las matas buscando frutas
para mitigar la escasez que carcome sus entrañas. El hambre está en todas
partes.
Los venezolanos de hoy viven
una situación que nunca conocieron, pues los libros de historia carecen de
referencias sobre coyunturas semejantes. Incluso la barbarie de la guerra de
Independencia y las crisis posteriores no nos sirven para establecer
comparaciones.
En aquel momento el Estado que nacía era sumamente pobre. No
gozó de las fortunas que dos siglos después derrochó la Revolución Bolivariana.
Son eventos infinitamente distintos, y aunque “el pasado se niega a ir al cementerio
y se disfraza y se maquilla de presente”, en palabras de don Elías Pino
Iturrieta, la actualidad nos sorprende con una catástrofe inédita.
Cuando lo que después se
tradujo como “chavismo” se abría camino en la década de los noventa, condenando
el bipartidismo y las realizaciones de la “Cuarta”, se trazaron las líneas de
una oscura narrativa que llegado el momento de controlar el poder, el nuevo
gobierno potenció al extremo haciendo uso de todos los medios a su favor para
posicionar que durante la República Civil el “pueblo” sólo conocía una dieta de
agua de arroz, agua de pasta y perrarina. Así lo relataron de Chávez para abajo
una y otra vez sin cesar, evangelizando a la sociedad sobre las tinieblas de
los gobiernos adeco-copeyanos y el contraste con la buena nueva que traía la
espada de Bolívar bendecida por la bonanza petrolera. Años después, los
demonios que le acuñaron a la “Cuarta” terminaron exorcizando a la “Quinta”
como preámbulo de su eventual despedida de Miraflores.
Este es el cuadro actual: el
consumo calórico diario en los niños bajó de 2.500 a 1.780 según el
Observatorio Venezolano de la Salud y la desnutrición infantil es la más alta
de América Latina con un 9%. Existe un desabastecimiento
de alimentos básicos en un 80% de los supermercados y en el 40% de
los hogares. Al 87% de los venezolanos no les alcanza el dinero para comprar
comida.
Ha dicho Germán Carrera
Damas que el proyecto nacional venezolano “es el esfuerzo implementado por los
vencedores”. ¿El chavismo dejó de ser el sector vencedor luego de 17 años
gobernando? La desgracia que cubre el país es el derrotero de un proyecto cuyo
líder y eje cohesionador desapareció físicamente y se mantiene sostenido por
los endebles andamios que provee un Tribunal tránsfuga y unas fuerzas militares
corrompidas.
En 1943 el Ejecutivo abordó
comunicacionalmente la crisis alimentaria a nivel nacional partiendo de que no
existía tal déficit de comida, sino “avitaminosis”: falla o deficiencia en la
cantidad de vitaminas que el organismo requiere. Para salir al paso,
con un sonoro discurso en favor de la democracia, Rómulo Betancourt expresó
desde el Nuevo Circo en Caracas que “un flagelo está destruyendo a nuestro
pueblo: es el hambre que ahora tiene un nombre pedante: avitaminosis. (…) Se
llama avitaminosis, pero es la clásica, la tradicional, la inenarrable hambre
venezolana”.
Ni mango es comida, ni
Nicolás Maduro es líder, ni el Socialismo del Siglo XXI es un proyecto viable.
Los tres sujetos, cuando han estado acompañados de los predicados mencionados
anteriormente, han terminado en un engaño.
24-05-16
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