Carlos Raúl Hernández 24 de mayo de 2016
Un
libro del estudioso alemán Juan Linz (con Alfred Stepan) llamado La quiebra de
las democracias, tiempo atrás fue lectura imprescindible y sigue siendo muy
útil. Se discutía el asunto de la gobernabilidad y cuáles eran las razones por
las que se venían abajo democracias que parecían sólidas. No hay dudas sobre la
profundidad y pertinencia del análisis socio institucional de Linz y Stepan,
pero la respuesta pasa porque ellas no se desconsolidan, como un
servomecanismo, sino las desconsolidan acciones estúpidas o malintencionadas de
grupos de poder: políticos, empresarios, comunicadores, militares y curas, que
pueden hacerlo porque son los únicos que tienen llaves del cuarto de máquinas.
Si no hubiera sido por el sobreseimiento presidencial y repetidas acciones de
la Corte Suprema de Justicia (responsables de la desestabilización), opinion
makers, a los golpistas de 1992 les hubiera ido como a Tejero en España.
Eduard
Shills dijo que hay crisis de la democracia cuando demócratas intensos sienten
más empatía con quienes hacen planteamientos “extremos y enfáticos”, que con
líderes convencionales. Por eso independientemente de que luzca estable, la
democracia siempre está amenazada por quienes buscan saneamientos o limpiezas
“a fondo”. Como escribía Camus, el virus de la peste siempre está por ahí, en
la gavetas y puede convertirse en patógeno. Hasta 1959, los adversarios de la
democracia en América Latina fueron los populistas al frente de grandes
movimientos de masas, mientras los comunistas eran insignificantes minorías sin
incidencia política real que vivían para el culto a la Unión Soviética. Quienes
tuvieron en jaque la región desde comienzos del siglo XX fueron Getulio Vargas,
González Videla, Perón, Goulart, Velasco Ibarra, Pacheco Areco y sus varios
seguidores continentales.
Populistas contra comunistas
Sus
relaciones con el comunismo fueron tirantes en la mayoría de los casos. A
diferencia de los marxistas, eran dirigentes populares que se comunicaban con
el lenguaje y los problemas de las mayorías, algo imposible para los
comunistas. Pero desde la victoria de Fidel Castro y los guerrilleros de la
Sierra Maestra en 1959, y sus posteriores declaraciones de fe
marxista-leninista, los camaradas y sus aliados pasaron a ser el factor de
desestabilización durante los años sesenta y setenta, por la influencia
disolvente en los partidos reformistas, la Iglesia, los intelectuales. Luego la
victoria electoral de Allende en Chile, 1970 se tornó derrota en 1973. En el
interín surge el llamado “socialismo militar” en Perú, Bolivia y Panamá, que
también fracasó. El escenario cambia luego de la caída del Muro de Berlín en
1989, y del colapso de la Unión Soviética, en 1991.
El
mundo se sintió libre de la peste revolucionaria, pero a partir de 1998 con el
triunfo de Hugo Chávez en Venezuela, surge un tipo de movimiento al que podemos
llamar “populismo revolucionario” que contamina rápidamente gran parte de la
región. Después del derrumbe soviético, los marxistas intentan adaptarse a las
nuevas circunstancias introduciendo giros que redujeran sus aristas más
ortodoxas y dogmáticas, como discutieron en el Foro de Sao Paulo. El marxismo
se acerca al populismo y comienza la fusión teóricamente contrahecha pero
políticamente perfecta entre Simón Bolívar y Marx, patria y socialismo,
fascismo y comunismo que los bolivarianos desarrollaron hasta la saciedad. La
amenaza principal para la libertad ya no es el socialismo marxista, que pasó a
la historia, sino el populismo revolucionario, la versión novedosa de la
destrucción que triunfó electoralmente en varios países de América Latina.
Populistas revolucionarios
Pero
en su seno es necesario distinguir entre dos grupos. Por un lado Venezuela y
Argentina desarrollaron un proyecto de estatización de la economía, mientras
Ecuador, Bolivia y Nicaragua no. La crisis de Brasil se debe a que, si bien no
hubo premeditación de bloquear la economía privada, se frenó el proceso de
desestatización porque sabían que a partir del Estado, podían crear una
gigantesca maquinaria de corrupción, impagable luego de la caída de los precios
de los comodities. El populismo revolucionario utiliza un lenguaje
anticapitalista, antiimperialista, antiglobalizador, nacionalista. Invocan de
forma permanente al pueblo excluido de los beneficios confiscados por los
ricos. Apelan a nociones y vocablos marxistas como lucha de clases, burguesía,
proletariado, explotación, concentración
de capitales, plusvalía, entre muchos otros.
Promueven
el enfrentamiento entre ricos y pobres, oprimidos y opresores, y la redistribución
compulsiva de la riqueza expropiada por la oligarquía. El populismo
revolucionario ha recibido demoledores impactos en el último año (derrotas del
reeleccionismo en Bolivia y Ecuador y del proyecto mismo en Argentina, Brasil y
Venezuela) pero falta la consolidación de las alternativas y hasta ahora son
avances que permiten el optimismo. Faltará que no se cometan errores garrafales
que reviertan lo logrado hasta ahora. Se demuestra por enésima vez que el
colectivismo solo trae desgracias a los países, aunque tiene más vidas que un
gato. Pero como dice Camus, el virus seguirá ahí amenazante hasta que la
estupidez política le insufle nueva vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico