RUBÉN M. PERINA 06 de junio de 2016
La
aprobación de la Declaración sobre la situación en Venezuela por el Consejo
Permanente de la OEA (CP/OEA) el pasado 1 de Junio, estuvo marcada de cierta
tensión interna entre los Estados miembros y entre éstos y el Secretario
General (SG/OEA).
La
Declaración hace un “fraternal ofrecimiento” a la “hermana república” de
Venezuela “para identificar, de común acuerdo,” mecanismos que coadyuven a “un
dialogo abierto e incluyente” entre el Gobierno y la Oposición para “preservar
la paz y la seguridad…, la estabilidad política, el desarrollo social, la
recuperación económica y la consolidación de la democracia representativa…, con
apego a la Constitución y al respeto a los derechos humanos. ” También ofrece
su apoyo a la iniciativas de diálogo en curso por tres ex presidentes, Zapatero
de España, Fernández de República Dominicana y Torrijo de Panamá.
La
Declaración fue el resultado de largas y tensas negociaciones en las que
Venezuela terminó perdiendo. Un diario chavista, Ultimas Noticias, titulo su
portada “Venezuela Venció en la OEA.” Nada más alejado de la realidad. La
delegación venezolana no quería aceptar la Declaración original presentada por
Argentina y México y consensuada por todos los países menos Venezuela que no
quiso participar del proceso. Su contenido eventualmente fue aprobado por
consenso, aunque sin el acompañamiento de Paraguay que tampoco se opuso. La
delegación venezolana rechazaba su contenido porque esencialmente significaba
admitir la existencia de una crisis multidimensional casi terminal, producida
por más de 15 años de revolución fracasada y autoritarismo represivo. Tampoco
logró que su propia propuesta de Declaración, destinada a conseguir el apoyo
para el Gobierno de Maduro, fuese aceptada en las negociaciones. Una gran ironía
aquí, solicitando el apoyo de una OEA que Chávez y Maduro y sus aliados Correa
de Ecuador, Morales de Bolivia, y Ortega de Nicaragua han denigrado en los
últimos años, tratando paralizarla y marginarla de cualquier protagonismo en
América Latina. Indicativo ello del creciente aislamiento y pérdida de poder
internacional del régimen chavista y de sus aliados para impedir la supuesta
injerencia en sus asuntos internos del “imperio y sus lacayos.”
Así,
Venezuela perdió dos veces y tuvo que aceptar la Declaración que originalmente
había objetado, y cuyo contenido su propia Canciller, Delcy Rodríguez había
rechazado en una reunión especial del Consejo días antes. Prefirió eso a tener
que ir a votación por una propuesta de Paraguay apoyando al diálogo y a la
realización del Referéndum Revocatorio durante el corriente año, basada en una
Declaración de los Cancilleres de Argentina, Chile, Colombia y Uruguay (31 de
mayo) apoyando la realización de dicho Referéndum. La tensión se diluyó con un
consenso basado el mínimo común denominador.
La
otra tensión se evidenció en la inter-acción entre los países miembros, la
presidencia del Consejo Permanente y el Secretario General. El funcionamiento
efectivo de la OEA depende de la armonía y consenso entre sus miembros y entre
éstos y el SG/OEA. Este tiene autonomía administrativa pero no independencia
política para actuar diplomáticamente en los Estados miembros, sin el
consentimiento colectivo o individual de ellos. No puede enviar una misión de
observación electoral o visitar un país, sin el consentimiento de su gobierno.
Sí tiene voz pero no voto, y puede solicitar la convocatoria del CP/OEA si
observa la alteración del orden democrático en cualquier Estado miembro, según
el Art. 20 de la Carta Democrática Inter-Americana (CDIA).
El
actual SG/OEA, Luis Almagro, ha utilizado certera y efectivamente su voz y su
limitada facultad para restituir la imagen y relevancia de la organización en
la defensa de la democracia y los derechos humanos en el hemisferio: uno de sus
principales propósitos. Asumiendo el papel de guardián y promotor en jefe de
esos propósitos, establecidos por todos los Estados miembros, su voz ha tenido
eco en los medios y en la comunidad democrática hemisférica y en la oposición
venezolana que ve en él un paladín de la democracia. Con ello, en efecto, el
SG/OEA ha logrado que, finalmente, la comunidad inter-americana tome nota de la
relevancia de la CDIA y ponga debida atención en la grave e innegable crisis
humanitaria (alimentaria, de salud pública, inseguridad ciudadana) y la
evidente erosión de orden constitucional y democrático --tal como lo constata
en su informe al CP/OEA presentado el 31 de mayo, solicitando a la vez su
convocatoria entre el 15 y 20 de junio invocando el artículo 20 de la CDIA.
Pero
con lo anterior, el Secretario General ha contravenido frontalmente al gobierno
chavista y sus aliados, que lo acusan de arrogarse poderes que no tiene, y lo
tildan de intervencionista, traidor y lacayo del “imperio”. Además, ha
emprendido esta misión de velar por los principios e instrumentos de la OEA
para la defensa de la democracia y los derechos humanos, muy loable por cierto,
de manera unilateral y sin consultar ni obtener el apoyo de siquiera aquellos
Estados miembros que coinciden con su apreciación de la situación de Venezuela,
pero no con su metodología. Su accionar de llanero solitario, en aparente
menosprecio del Consejo Permanente, ha molestado sobremanera a varios de sus
embajadores y ha generado tensión diplomática en el seno de la organización. De
hecho, aparentemente se realizó la reunión del 1 de junio con el fin anticipar
la presentación del informe sobre Venezuela y la convocatoria de una reunión
para tratarlo en el marco de la CDIA. La tensión se exacerbó con la ausencia
del Secretario General de la reunión, inusual gesto para semejante ocasión, y
con la negación del uso de la palabra a su Jefe de gabinete al final de la
misma, en otro acto de desaire diplomático también sin precedente en el Consejo
Permanente.
Las
tensiones señaladas reflejan una vez más la fragmentación y falta de cohesión
en la OEA en lo que respecta al tema de la crítica situación venezolana.
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