Por José Toro Hardy
La economía venezolana ha
colapsado, la democracia dejó de serlo y el país está en proceso de
experimentar una ruptura del tejido social. Esa es la situación planteada al
iniciarse el año 2017. Me permito plantear tres posibles escenarios que quizá
podrían materializarse en este año:
Primer escenario: Elección
Frustradas las expectativas de
un Referendo Revocatorio y perdidas las esperanzas en el diálogo, el malestar
de la población frente a una escasez rampante y una profundización de la crisis
se traduce en una creciente inestabilidad. La hiperinflación campea por sus
fueros e inmisericorde carcome el poder adquisitivo de la población. Las
manifestaciones populares se extienden por todo el país. La comunidad
internacional también se impacienta y el aislamiento del régimen se hace
evidente. Tal como lo hizo Mercosur, la OEA termina por pronunciarse.
Enfrentadas a una progresiva ingobernabilidad, fuerzas que hasta ahora habían
garantizado la permanencia del régimen ya no son capaces de mantener su
disciplina interna y reclaman una solución. No están ellas dispuestas a
reprimir al pueblo. La anarquía se extiende. La realidad es dura y termina por
imponerse.
Ante su evidente inviabilidad,
al régimen -acorralado interna y externamente- se le impone una convocatoria a
elecciones generales. El rechazo de quienes saben que no tienen a donde correr
no basta para impedir el curso de los acontecimientos.
Segundo escenario:
Recomposición
El oficialismo se enfrenta a
un caos. Temen ir a elecciones porque serían barridos y piensan que podrían
desaparecer. Las encuestas muestran que cerca de un 80% de la población los
adversa. Saben que por la vía de la represión es imposible controlar la
coyuntura. Se establecen prioridades. La primera es conservar el poder.
Para lograrlo deben asumir
sacrificios. ¿Cuál sería el sacrificio más viable? La respuesta es obvia. El
presidente Maduro se ha transformado en un personaje incómodo que genera gran
rechazo. Su salida después del 10 de enero permitiría al vicepresidente concluir
el período presidencial.
Saben que no bastaría con la
salida de Maduro. Para mantenerse, quien asuma la presidencia deberá devolverle
la cordura política al país respetando el equilibrio de los poderes y
reactivando la economía. En el primer caso tendría que liberar a los presos
políticos y hacer las paces con la AN. En el segundo caso tendrían que
introducir cambios en la economía, buscar un tipo de cambio único y propiciar
mecanismos para estimular la producción de bienes, mitigar la escasez y frenar
la inflación.
La presión internacional se
calmaría y los militares verían atenuado el riesgo de una inminente anarquía.
Por su parte el PSUV dispondría de un tiempo para reorganizarse y poder
continuar desempeñando un rol en la vida política del país.
Tercer escenario: Transición
Parece obvio que las cosas no
pueden seguir por el camino que van sin que termine por producirse un estallido
social. Cualquier chispa podría desatarlo. Ya vimos lo que ocurrió con el
retiro de los billetes de 100. Las figuras más racionales reconocen el riesgo
de un caos que pondría en grave riesgo la paz de la República. La revolución
dejó de ser viable. Saben que podría reventar una vorágine de anarquía
imposible de controlar por vía de simple represión. No desea sin embargo
el régimen una salida electoral inmediata porque entienden que el PSUV podría
enfrentar una posible extinción. Por eso se opusieron a un Referendo
Revocatorio antes del 10 de enero que hubiese conducido a elecciones en 30
días.
Bajo tales circunstancias surge
la posibilidad de un gobierno de transición. El mundo castrense se muestra
impaciente. La prudencia lo aconseja y las circunstancias imponen una suerte de
taima convenido entre las partes que permita la descompresión de las inmensas
tensiones políticas imperantes: Un gobierno interino que otorgue ciertas
garantías previamente negociadas.
Ese gobierno tendría que estar
encabezado por una figura de gran prestigio que se comprometa a no lanzarse en
el futuro como candidato presidencial. Una suerte de Ramón J. Velázquez, capaz
de introducir correctivos a la gravísima situación económica que asfixia
a Venezuela.
No es descartable que teniendo
como meta la búsqueda de salidas pacíficas, ese gobierno de transición deba
promover leyes de amnistía, tal como ocurrió en el caso de las numerosas
dictaduras que asolaron a Latinoamérica en la década de los 80. Dictaduras como
las de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y otras terminaron aceptando
resultados electorales y entregando el poder, sin disparar ni un tiro. Las
amnistías aprobadas, al final del día, no ampararon violaciones a DD.HH.
Una solución de ese tipo
también sería bien vista por los militares y por la comunidad internacional. El
país podría comenzar a transitar el camino de un regreso hacia la normalidad y
se habría ahorrado inenarrables riesgos de una violencia desmedida.
02-01-17
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