MIGUEL BAHACHILLE 04 de enero de 2017
Nada
más frustrante para una sociedad que sus esperanzas pernocten en baja y la
pasividad agrupada se posesione de ella por largos periodos. Ese estatus es el
más anhelado por los regímenes autoritarios. El esquema dormitivo, como el
impuesto en Cuba por los Castro a partir de 1958, intenta ser copiado en
Venezuela echando mano a un artificio patrañero disfrazado de revolución. El régimen
persiste con su plan de secuestrar la voluntad pública mientras la miseria se
acrecienta ante los ojos de todos.
Sin
embargo, no obstante su condición menguada por la pobreza, el venezolano se
resiste a ser arriado por ideologías limitadas porque aprendió a coexistir en
Democracias que no mutilen su derecho a ejercer el libre pensamiento. Más de
medio siglo conviviendo con diferentes imágenes del contexto político, social,
económico y personal del país, imposibilitan reducirlo al silencio y postración
por un capricho autocrático. El aserto de la traza autoritaria y destructiva
del actual régimen que niega el progreso y se esmera por ampliar el desgano
colectivo, ya fracasó.
Ciertamente
el vecino está, por ahora, más pendiente de medir rigurosamente su tiempo para
“rendirlo en las colas” que confrontar la actual administración que “distraída”
en su corrupción hace caso omiso de las penurias sociales más vergonzosas como
carestía e inseguridad. No pueden seguirse obviando los conflictos “del
otro” mientras el ocio oficial se hace
endémico. El hambre no puede ser sempiterna y tampoco resiste prorrogas.
“La
revolución” (siempre entre comillas) vociferó en sus inicios tener suficiente
solidez para garantizar la estabilidad de la nación; sin embargo ningún
“patriota” se interesó por darle algo de rigor moral para sancionar las
imposturas visiblemente reveladas. La neutralidad de la Presidencia de la
República, de los medios, del sistema educativo y judicial exaltado por Chávez
al punto de inefabilidad, se develan como lo que siempre fueron: una farsa. Los
denuedos de participación ocurren de manera hipócrita. Sólo se regocijan los
ligados al poder. La masa está más pendiente de zanjar sus carencias que oír
los cuentos de la revolución”.
La
persistente repulsa oficial a medirse en elecciones libres acordes con lo
establecido en la Constitución marcan un designio de convertir el acto del voto
en mito para mutilar la opción de elegir libre y democráticamente sus
autoridades entre la diversidad política. La elección y la diversidad, aunque
con significaciones distintas, son inseparables en la realidad. La verdadera
elección es imposible si no hay diversidad. ¿Existe en Cuba diversidad y votación
voluntaria?
Valiéndonos
de un símil; pareciera que régimen ha lanzado al país desde el ápice de una
colina de gran pendiente para que “se resuelva como pueda”. Los que asumirán el
poder en el futuro tendrán la dura tarea de estipular en qué parte del
recorrido está la sociedad venezolana; más cerca de la cima o del suelo.
Quedará por definir los procesos de depuración necesarios para acabar con las
“fracciones escabrosas” instituidas a capricho y precisar cuáles son los
elementos redimibles de la ficción socialista que acorraló al venezolano a su
peor estatus social en más de un siglo.
En sus
inicios el régimen logró implantar un acomodo compartido entre la dirigencia
frívola y ávida, muy nociva, y un pueblo impasible y anuente que “cayó en la trampa”.
Chávez es secuela de un proceso electoral ahora mancillado por sucesores que
desechan el sufragio. El designio egoísta se ha superpuesto a las penurias del
pueblo sin importar el daño causado por codicias políticas y fiduciarias.
El
voluntarismo enredador protegido por factores de corrupción prevalece entre los
“revolucionarios” que aún se resisten como marca indeleble mientras el país
sigue en caída libre hacia la destrucción. La corrección no puede provenir sólo
de la oposición democrática sino de la participación agrupada del pueblo.
¡Manos a la obra!
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