Por Arnaldo Esté
El gobierno terminó el año con
el desastre del billete resbaloso que mostró la magnitud de la crisis general y
su incapacidad para abordarla. Esta vez fueron las decisiones insólitas y los
estallidos que causaron y que se repetirán.
El año comienza con reciclaje
ministerial que solo refleja las preocupaciones por atender sus conflictos
internos, su atrincheramiento, la carencia de cuadros capaces y la franca
decisión de mantenerse ilegal e ilegítimamente en el poder.
Una nueva directiva en la
Asamblea Nacional podría acompañar revisiones y rectificaciones en la MUD para
explorar su creatividad e ingenio que debería expresarse en un adecuado actuar
político, y en una ampliación de su composición, integrando a la sociedad civil
y sus organizaciones.
No es mi trabajo ni mi oficio
hacer laudatorios de conmiseración hacia el “pueblo”. Es la reflexión sobre
nuestra historia en la constante búsqueda de un revolvedor. Es la pobre
dignidad, la flaqueza ética que arrancó con una independencia de consignas
prestadas y poco creídas. Que siguió con un siglo de señores de la guerra
convencidos de que la guerra de independencia les había otorgado ese señorío,
usando y cambiando a su antojo, la imagen del líder. Es el dictador
pacificador, criminal y patriarcal que con rapidez aprendió a navegar en
petróleo. Son los coroneles sacados de sus cuarteles, otra vez, para saquear y
perseguir con la bendición de algunos de los recientes partidos. Es uno de esos
coroneles, ladrón, torturador y asesino, que se estableció como benefactor con
un “nuevo ideal nacional”. Es la democracia boba y definitivamente petrolera
que actualizo el arte de comprar conciencias. Es el último santón, con el ojo
podrido para designar a un heredero que no sabe decidir, atrapado en cortesanos
sibilinos temerosos de los juicios y escrutinios que en algún momento vendrán.
Todo este cuento es un
resumen, en pocas líneas, del compromiso necesario para la construcción del
país. Para ello son varias las vías posibles, sin notas engreídas. No es
necesario suspender los diálogos, en todos los ambientes posibles, en la
Asamblea Nacional y en los encuentros pautados con mediadores. Simultáneamente
a eso, adelantar toda gestión, todo trabajo de calle, toda acción legal y
posible. Incorporando a todos los sectores y organizaciones de la sociedad
civil, exigiéndole a la imaginación y a la creación, recuperar el optimismo y
la cohesión de la nación para este año que comienza.
La construcción del país, más
allá de las imprescindibles medidas económicas, es una tarea que invoca la
condición ética de la nación, su cohesión, dignidad y participación. Y es allí
donde están los mayores problemas.
El resumen histórico anterior
nos descubre como un país en una maceración que no ha logrado cuajar y que, en
esa condición, sigue esperando la voluntad de un resolvedor o de unas medidas
de efecto milagroso.
Buscar esa cohesión, esa
integración, esa calidad de sujeto de su propia construcción es la tarea. Es la
resultante del trabajo, actividad y creación de cada quien, de cada grupo, de
cada comunidad en su inmediatez. Un curso de educación y formación en los
hechos, en la actividad y en la producción.
Se habla, con justeza de un
“proyecto país”. Ese no es otra cosa que profundizar la democracia por cursos
que ya están en la nunca realizada Constitución.
Lograr, como valores
establecidos, las instituciones que le corresponden: la separación de poderes,
la Asamblea Nacional como ámbito del diálogo político, el sistema judicial,
ahora profundamente corrompido, como ejemplo y modelaje, los poderes descentralizados
como expresión de las singularidades que los eligen
Más allá de ese “proyecto
país” hay que producir proyectos específicos para cada una de las áreas
fundamentales. Ciertamente hay multitud de ideas y proposiciones, algunas
consecuentes a persistentes investigaciones y esfuerzos. Pero eso hay que
llevarlo a proyectos escritos y establecidos que expresen convicción y
compromiso.
En la educación cambios
importantes que hagan de las aulas ambientes de aprendizaje y formación en un
ejercicio cabal de la democracia y la participación y no del silencio y la
resignación como ahora ocurre.
En la producción, zafarse de
la petrofilia, del bien llamado rentismo que permea toda la actividad y la
actitud social. No seguir esperando que el gobierno resuelva: ponerse a
trabajar y producir con el afán y creatividad que exigen y permiten nuestras
peculiaridades físicas.
En la salud, su concepción
como un bien social que convoca actitudes de cuido y prevención.
En la cultura, el usufructo de
lo ya aprendido con el Sistema Nacional de Orquestas, llevándolo a los otros
campos y especialidades.
La crisis general seguirá, se
agravará y nuevos estallidos vendrán. Hay que oír el lenguaje de ese tercer
actor no solo en el mantenimiento de los diálogos, sino, insisto, en múltiples
acciones en múltiples escenarios que expresen esos cursos necesarios de
educación social, cuando la gente alcanza logros que responden a esa acción, a
su propio ejercicio.
07-01-17
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