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sábado, 7 de enero de 2017

Las relaciones del chavismo con Trump y Putin, por @ENouelV



EMILIO NOUEL 06 de enero de 2017

“El futuro inmediato responde a carambolas, a estímulos convulsivos, sin
patrones ni pautas.(…)  Los análisis convencionales no sirven y los
vaticinios deductivos se han vuelto pensamiento ilusorio, wishful thinking:
bagatelas”

                                                         Ignacio Camacho

No poca tinta se ha vertido acerca de las ínfulas de Vladimir Putin de colocar a su país en el sitial que tuvo la Unión Soviética en otros tiempos. Es harto conocida su lamentación acerca de la caída de la URSS: “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.

La política de Putin está orientada a recuperar la presencia e influencia internacional de Rusia. La restauración del orgullo imperial de la ‘Gran madre Rusia’ ha sido el objetivo.

Aunque Rusia no conserva el ímpetu y la fuerza decisiva de que dispuso su antecesora y las circunstancias no son las mismas, ese país, por su tamaño, significación geopolítica, recursos y relativo poder militar, es un actor a considerar en el mundo de las relaciones internacionales presentes, aunque tampoco habría que exagerarlo.

El que fue su contendor después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU, a pesar de que mantiene un dominio económico, tecnológico y militar casi indiscutible, hoy no goza del mismo poder omnímodo que tuvo.

La potencia más grande de nuestro hemisferio y del mundo, “la sociedad punta de nuestro tiempo” (Vargas Llosa dixit), a ratos se repliega sobre sí misma, o bien por causa de sus problemas particulares, para atender otras prioridades (Irán, Siria, Israel, Ucrania), por pérdida de poder global o porque que se siente impugnada por algunos actores. El “hiperpoder” de otros tiempos ya no existe, ha mermado, es discutido y hasta ignorado, incluso por micropoderes que derivan su influencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, como lo ha bien subrayado Moisés Naim.

Estamos ante una redistribución mayor del poder mundial en la que otros actores cobran mayor incidencia y peso, pero que no disponiendo de capacidad para imponer su perspectiva, pueden obstaculizar las iniciativas de otros, incluso de los más grandes.

La disminución del poder internacional de EEUU, se ha atribuido a que no existe la misma confianza de sus aliados tradicionales en su liderazgo, y a que sectores importantes de su población desea un rol global menos activo.

En la actualidad, mucho se debate sobre un “mundo sin orden”, “un mundo salido de eje” o de la “era del desorden”, en el que grandes potencias hegemónicas, han perdido poder o no desean asumir el papel de garantizar la gobernanza global.

Richard N. Haass ha señalado que estamos ante la desintegración del orden de la posguerra fría y un mundo menos pacífico, menos próspero y menos capaz de resolver los desafíos de la guerra.

Kissinger, en su último libro, World Order, llama la atención sobre la idea de que han surgido concepciones opuestas a un orden basado en reglas establecidas en los tratados internacionales, siendo el caos una amenaza en todos partes, en un entorno de interdependencia nunca antes visto.

Estas nuevas e inquietantes realidades mundiales en las que el poder está más repartido entre un mayor número de actores, nos indican que quizás estemos viviendo un cambio de época, que trae consigo desafíos desconocidos.

Es bajo esta nueva situación mundial en la que Rusia se hace muy activa en Latinoamérica, que el gobierno chavista, desde sus primeros años, inició un cambio estratégico en las prioridades internacionales de nuestro país.

Así, los tradicionales y principales socios son puestos de lado y/o colocados al mismo nivel que los nuevos, y entre éstos, está la Rusia de Putin.

Los acontecimientos políticos de los años 2001 y siguientes en Venezuela profundizarán esa nueva relación preferencial, que se convertirá en una “asociación estratégica”. Alrededor de más de 50 acuerdos y contratos se han suscrito entre ambos países. Chávez visitó Rusia 9 veces, y Maduro algunas. Han sido muy intensas las reuniones y visitas mutuas entre los dos gobiernos. Resaltan los contratos y créditos sobre armamentos (12 mil millones de dólares). Las empresas del sector energético: Rosneft, Gazprom, TNK-BP, Surgutneftegaz, y la privada Lukoil, están presentes en desarrollos en la Faja Petrolífera del Orinoco y otros sitios. Venezuela es el segundo socio comercial de Rusia en la región.

El embajador ruso, V. Zaemsky, en 2015 declaró: “tenemos unas excelentes relaciones políticas, una coincidencia en las posiciones internacionales (…) hemos tenido una base muy sólida en las relaciones económicas”.

Y en efecto, hoy existen importantes afinidades en políticas entre los dos países. Tienen visiones coincidentes, sobre todo, de cara a poderes como EEUU o la Unión Europea.

Para Rusia, las orientaciones en política internacional del gobierno venezolano convergen con el deseo de su dirigencia de erigirse en una superpotencia global que desafíe la influencia a los demás poderes mundiales. De este modo, Venezuela se convierte en una ‘cabeza de playa’ en América Latina y el hemisferio.

Con la llegada de Trump a la Casa Blanca, cabe preguntarse la relación que tendrán EEUU y Rusia. Las carantoñas entre Putin y Trump han dado mucho de qué hablar. Los poderes institucionales y fácticos de EEUU ¿qué posición asumirán frente a este “coqueteo”?  ¿Cómo queda Venezuela en esta eventual entente? ¿Y Cuba, tan cercana al despotismo venezolano?

El supuesto aislacionismo de Trump ¿permitirá que Rusia se instale cómodamente en América Latina?

Y la China, ya entronizada con armas y bagajes en nuestra región hace varios años ¿Qué pito tocará en todo este desconcierto?

Para pitonisos quedan los pronósticos. Teorías y paradigmas de pensamiento se están mostrando incapaces para avizorar hacia dónde va el mundo, y con mayor razón, si quienes tienen la sartén por el mango, son tan impredecibles como el señor Trump y otros.

¿Qué pasará en una Venezuela metida en este entorno tan enmarañado? ¿Le interesa Venezuela a Trump o a Putin? ¿Se pondrán de acuerdo respecto de nuestro destino? ¿Podremos sustraernos de la “lógica” de esas potencias y resolver nuestra crisis al margen de ellos o seremos un peón más de ese ajedrez?

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