Por Ricardo Hausmann
COLOMBO – El tema del Foro
Económico Mundial de Davos de este año es “Liderazgo responsable y receptivo”.
Sin embargo, una posible interpretación del triunfo de Donald Trump en las
elecciones presidenciales estadounidenses es que hoy en día a los electores les
importa menos la responsabilidad que la “autenticidad”. Los votantes acogieron
con beneplácito los comentarios temerarios de Trump sobre cuestiones delicadas
porque estaba diciendo lo que pensaba y estaba siendo fiel a sí mismo. Los
políticos comunes y corrientes, al decir siempre lo “correcto”, parecen
artificiales e insinceros.
Pero, ¿es necesario que la
autenticidad implique temeridad? Por otra parte, ¿es posible que la conducta
políticamente correcta constituya una forma de irresponsabilidad, en la medida
en que evade cuestiones difíciles y no se enfoca en lo correcto sino en lo que
es fácil de justificar? ¿Requiere la autenticidad enfrentar la ansiedad y la angustia que Jean-Paul Sartre
consideraba eran las compañeras inevitables de la libertad y la
responsabilidad?
Estas son preguntas
importantes para los responsables de formular políticas económicas y también
para todos los demás. Las autoridades enfrentan su labor de dos maneras fundamentalmente
diferentes. Un paradigma considera las políticas económicas como el conjunto de
las mejores prácticas universales. Mientras más se adopten, más inversores
vendrán.
El otro paradigma considera
las políticas como soluciones a problemas específicos. Puesto que cada sociedad
tiene su propio conjunto de características, limitaciones y metas, las
políticas necesariamente son idiosincráticas: se hace camino al andar. Esto no
significa que se debería ignorar lo que se puede aprender de los demás; pero la
imitación sin adaptación es receta para la ineficacia, o algo aún peor.
Fácilmente puede conducir a que se importen soluciones a problemas que el país
no tiene, permitiendo que se los problemas reales se agraven.
Colombia y Panamá ilustran el
contraste entre estos dos enfoques. Durante buena parte del pasado reciente, la
formulación de políticas económicas en Colombia ha estado impulsada por dos
metas: celebrar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos (en vigencia
desde 2012) e integrarse a la OCDE (en negociaciones desde 2013). (En realidad,
otras iniciativas importantes han sido el proceso
de paz y la expansión de la red vial, si bien, estrictamente
hablando, estas no son políticas económicas).
Mientras tanto, no se ha
abordado el principal obstáculo al crecimiento que enfrenta Colombia,
presumiblemente la falta de dinamismo en las exportaciones, dada la caída del
precio del petróleo. A pesar del acuerdo de libre comercio —y una depreciación del 38% del peso desde 2014— las
exportaciones a Estados Unidos no han ido a ninguna parte: en general, se han estancado, han caído en relación al total de exportaciones,
y se han concentrado aún más en productos tradicionales, como
petróleo, café, oro y flores.
Esto se encuentra en marcado
contraste con el impacto que tuvo el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte sobre las exportaciones de México: entre su entrada en vigor, en 1994, y
2000, las exportaciones de México a Estados Unidos se triplicaron,
pasando de US$50 mil millones a US$150 mil millones. En la década
siguiente, en Vietnam se generó un boom de exportaciones
incluso mayor, sin ningún tratado de libre comercio. Es
evidente que el NAFTA fue crucial para México, pero sea lo que sea que impide
que Colombia se transforme en un exportador más exitoso, no es algo que pueda
solucionar un tratado de libre comercio.
Pero es altamente improbable
que estas cuestiones se aborden a través de la integración a la OCDE, la cual
exige una panoplia de reformas relativas a gobierno
corporativo, mercado privado de seguros, política de competencia, estadísticas,
salud, tecnología, agricultura y otros ámbitos de regulación. El que alguna de
estas reformas engendre una nueva gama de industrias de exportación que pueda
impulsar el avance de Colombia, es jugar a la lotería, para decirlo sin rodeos.
Ahora consideremos a Panamá,
por mucho la economía latinoamericana que más creció durante el auge de los
precios de los productos básicos, de 2004 a 2014. El aumento anual del PIB de
Panamá alcanzó un promedio de 8,2%, pese a que este país no se benefició
directamente de la bonanza de las materias primas que favoreció a Colombia y
gran parte de América del Sur. Ahora que el auge ha terminado, Panamá
continúa creciendo a un ritmo de 5%, mientras que Colombia se
encuentra al borde de una recesión.
¿Cómo lo logró Panamá? Luego
de que el control del Canal de Panamá pasara a la nación, en 1999, sus
autoridades comenzaron a pensar sobre la forma de maximizar los potenciales
impactos económicos del Canal. Decidieron convertir las bases militares
estadounidenses en zonas económicas especiales.
Otorgaron concesiones para construir nuevos puertos con el fin de facilitar las
actividades de logística alrededor del Canal. Desarrollaron el aeropuerto para
apoyar a COPA, la aerolínea privada local, a medida que ella se transformaba en
líder regional. Invirtieron el 7% del PIB en la expansión del Canal, proyecto
que finalizó en 2016. Crearon un régimen tributario y migratorio especial,
destinado a atraer sedes regionales de empresas multinacionales. Autorizaron la
construcción de un oleoducto para el transporte de petróleo a través del istmo,
con un puerto en cada extremo.
Junto con la Zona de Libre
Comercio de Colón y el Centro Financiero Internacional, que ya existían, el todo
terminó siendo mucho más que la suma de sus partes. Las sinergias entre el
aeropuerto, los nuevos puertos, las instalaciones de logística, los bancos y
las sedes regionales, generaron un boom en la exportación e inversión
en servicios, bases de su rápido crecimiento económico. Y con esta prosperidad
vino la gastronomía, el arte y el turismo.
El auge en la construcción no
residencial creado por este crecimiento ha contribuido no solo a absorber la
fuerza laboral que estaba abandonando las zonas rurales, sino también a lograr
una notable reducción de la desigualdad. En esta estrategia liderada por la
exportación de servicios, la fuerza de trabajo altamente calificada no se
transformó en una restricción importante al crecimiento gracias a una política
de inmigración relativamente abierta, la cual permitió al país emplear a los
talentos que Colombia, entre otros países, fue incapaz de retener.
La comparación entre estos dos
enfoques es clara. Las autoridades colombianas han puesto esperanzas en que si
adoptan marcos legislativos y regulatorios basados en las mejores prácticas,
alguien habrá de llegar. Y de no ser así, de todos modos pueden disfrutar de
los elogios que reciben de parte de organizaciones internacionales.
Panamá, en contraste, corrió
el riesgo de imaginar algunas inversiones estratégicas clave orientadas a las
exportaciones, y luego se enfocó en la creación de las condiciones necesarias
para hacerlas realidad. En muchos casos, el sector privado tomó la iniciativa.
Pero las autoridades no rehuyeron la responsabilidad de hacer grandes
inversiones estratégicas públicas cuando fueron necesarias, como en el caso de
la expansión del Canal y del aeropuerto. Es posible que el régimen tributario
especial y otras de las políticas que adoptaron, no sean del gusto de la OCDE.
Pero, probablemente, estas medidas contribuyeron a crear el ecosistema que hace
que Panamá sea tan atractivo para tantas empresas del Fortune 500.
El liderazgo auténtico exige
un compromiso con metas reales. Sin embargo, para alcanzarlas, no existen
soluciones prefabricadas. El diseño de políticas que aborden problemas
específicos, sin ignorar las lecciones provenientes del pasado o de otros
lugares, conlleva riesgos, y todo líder responsable necesariamente sentirá la
ansiedad que esto crea.
En el fondo, la autenticidad
no requiere una temeridad a lo Trump. Pero renunciar a las metas económicas de
uno e imitar en vez los medios utilizados por otros para alcanzar sus metas, no
solamente es inauténtico: también es altamente irresponsable.
♦
Traducción del inglés de Ana
María Velasco
Ricardo Hausmann, ex Ministro
de Planificación de Venezuela y ex Economista Jefe del Banco Inter-Americano de
Desarrollo, es Director del Center for International Development at Harvard
University y profesor de economía del Harvard Kennedy School.
Copyright: Project Syndicate,
2017.
14-01-17
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