Por Ismael Pérez Vigil, 25/02/2017
El CNE “abrió” un oscuro y tortuoso proceso para
que los partidos políticos relegitimen a sus militantes. No sé cuántos y cuáles
de los partidos participarán en el proceso, ni entraré en la discusión de si
deben hacerlo o no, pero sí creo que es una buena oportunidad para reflexionar
acerca de cuáles deben ser los parámetros para una reorganización profunda de
los partidos políticos.
Comencemos por el tema de la moral. Si bien la
política no tiene una "moral", pues ésta es del ámbito de la persona,
hay la moral del político que actúa en representación de los ciudadanos.
Siguiendo algunos criterios esbozados por Fernando Savater –Ética,
Política y Ciudadanía, Grijalbo, 1998– hay obligaciones que pueden ser
propias de la actividad política, y como tal tenemos derecho a reclamar su
cumplimiento. Estas pueden constituir un programa, mínimo, de postulados que
deben estar presentes en cualquier organización política en las que estemos
dispuestos a participar; por ejemplo, la transparencia en el actuar y en las
funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines
privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la
conciencia en el político de su función pública, como una función educativa o
de modelaje hacia la sociedad.
Establecidos estos puntos –éticos– fundamentales,
es válido que nos plateemos otros principios: ¿Cómo hacemos para que nuestro
mensaje le llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el
pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista
que queremos para el país, es lo mejor para él, y no solo para nosotros? Ese es
nuestro verdadero reto, que todos nos sintamos incluidos, convocados, y
compartiendo el mensaje como propio.
Para ello es preciso construir una organización
moderna, popular, policlasista e incluyente y que se plantee claramente la toma
del poder sobre la base de un programa explícito, y un compromiso personal y
colectivo con ese programa que represente las aspiraciones de todos. Y aunque
surge entonces la pregunta de muchos: ¿Cuál programa?, por favor no caigamos en
esa trampa; el programa, al menos sus metas globales están claras desde hace
mucho tiempo y explicitado por varios de los candidatos presidenciales que
hemos tenido en la oposición para oponernos a este régimen. (Ver: La
oposición no tiene una propuesta. ND. 01 agosto 2015). El
problema siempre ha sido cómo hacemos que llegue a todos los venezolanos; cómo
lo convertimos en postulados compartidos y en ideales de lucha común.
En eso tiene que ver mucho la organización que
propongamos y en eso coincido con muchos analistas políticos y dirigentes de
partido que desde 1999 han venido hablando sobre el tema y que podríamos
resumir en los siguientes lineamientos generales o principios iluminadores para
la acción:
- Deben ser absoluta y radicalmente democráticos, en sus formas de organización y tomas de decisión. Que no saquen al ciudadano de su medio, de su entorno y comunidad concreta, en donde se desempeña su trabajo, su vida y su actividad.
- Que utilicen los modernos medios de difusión y discusión, en donde podemos jugar un gran papel nosotros, intelectuales y profesionales, conocedores de técnicas gerenciales y expertos en la utilización de modernos medios de difusión y procesamiento de la información.
- Deben ser policlasistas, y entonces es crucial el concepto de clase que tengamos, y este es un punto que todavía no hemos discutido a fondo.
- Deben partir de un proyecto o programa concreto, explícito y compartido de modificación y transformación de la sociedad venezolana, pues como bien decía el “viejo Marx” –por citar un autor de moda hoy día– en sus tesis sobre Feurbach, "…de lo que se trata no es de comprender ni explicar el mundo, sino de transformarlo".
- Deben estar imbuidos de una clara concepción y aceptación de que la acción y participación concreta de los ciudadanos en los procesos, es imprescindible; de allí la importancia de que la llamada sociedad civil se decida finalmente a participar en la política activa de manera más organizada.
Esto implica una organización diferente a la de
partidos de masas, policlasistas, como ahora los conocemos y con los que
contamos; lo cual no significa que nos planteemos una organización parecida a
los "partidos de cuadros", siguiendo la jerga leninista. Ya en otros artículos
me he referido al tema y he esbozado ejemplos de lo que podría ser una moderna
organización política, más acorde con los tiempos que vivimos y que es ya
adoptada por los partidos modernos en muchos países. (Partidos Políticos
y Ciudadanos, ND, 4 de septiembre 2015; Organizando al Ciudadano, ND, 03 de
octubre de 2015)
Lo complicado y complejo es de qué manera concreta
se logra esto. En esta materia, escuche hace años de una buena amiga –Carlota
Pérez– un ejemplo que lo explica de una manera contundente. Algunos lo pueden
interpretar como una postura pragmática, si nos quedamos únicamente en el
análisis del ejemplo. Pero para mí no es una postura pragmática, para mí es
profundamente "liberal" y competitiva. La descripción compara la
situación actual con un inmenso charco, lleno de restos de objetos que flotan,
latas, envases plásticos, pedazos de cartón y papel, etc.; alrededor del charco
estamos todos, incapaces de ponernos de acuerdo y armados de un insignificante
palito para tratar de recoger todos los objetos que flotan; dado que no nos
ponemos de acuerdo para actuar juntos, de lo que se trata es de apelar a la
acción individual –pero acción al fin– y que cada uno meta el palito en el
charco y comience a hacer remolinos, para que el agua se mueva y así atraer los
objetos que flotan. En el ejemplo no se teme a la competencia o a caer en el
error de no hacer nada, por el chantaje de "evitar la duplicidad de
esfuerzos". Nos dice: hagámoslo, actuemos, movamos el charco, lo más
pronto y mejor que podamos, porque al final, el que le dé más duro, mas veces y
con mayor constancia, hacia él irán la mayoría de los objetos que flotan, y los
demás actores se irán plegando al más exitoso o se irán retirando de la escena.
La unidad es un valor muy importante y hemos
comprobado su eficacia, pero si no estamos dispuestos a compartir, recursos,
liderazgos, victorias o glorias –aunque sean efímeras–, popularidad, acceso a
medios, ideas, no quedara otra alternativa que enfrentarnos al “charco”, cada
uno con su palito, como la única opción posible y la certeza de que no hemos
aprendido o recibido aun los golpes suficientes.
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