GARRY KASPAROV / THOR HALVORSSEN 26 de febrero de 2017
El mes
pasado, mientras el presidente
chino Xi Jinping ofrecía el discurso principal en el Foro Económico Mundial en Davos,
Suiza, la élite del mundo lo escuchó muy educadamente. Por supuesto, el líder
de la dictadura china no mencionó, cómo él y sus compinches, encarcelan y hacen
desaparecer a activistas de derechos humanos, persiguen a minorías étnicas y
grupos religiosos, y operan un vasto sistema de censura y vigilancia, entre otros
males. Es sorprendente que un foro dedicado a "mejorar el estado del
mundo" ofreciera un escenario tan importante al líder de un régimen
represivo. Xi comenzó su discurso preguntando "¿Qué ha ido mal con el
mundo?", pero el hecho es que él es parte del problema.
En la
actualidad, el negocio del autoritarismo está en auge. Según la investigación
de Human Rights Foundation, los
ciudadanos de 94 países sufren bajo regímenes no democráticos, lo que significa
que 3,97 mil millones de personas están actualmente controladas por tiranos,
monarcas absolutos, juntas militares o regímenes autoritarios competitivos.
Esto es el 53 por ciento de la población mundial. Estadísticamente, entonces,
el autoritarismo es uno de los mayores —si no el mayor— desafío que enfrenta la
humanidad.
Veamos
las estadísticas de las principales crisis del mundo. Cerca de 836 millones
viven bajo pobreza extrema y 783 millones carecen de agua potable. La guerra y
el conflicto han desplazado a 65 millones de sus hogares. Entre 1994 y 2013 un
promedio anual de 218 millones de personas se vio afectada por desastres naturales.
Estos son problemas terribles y de difícil solución, pero al menos hay
organismos de la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), organizaciones de cooperación y ministerios de
relaciones exteriores dedicados a cada una de dichas crisis.
Los
dictadores y los autoritarios electos, sin embargo, están a sus anchas. El Banco Mundial regularmente
subvenciona y rescata financieramente a regímenes represivos. No existe una
misión anti-tiranía en la ONU, ni Metas de Desarrollo Sostenible contra la
dictadura, ni una gran masa de activistas persiguiendo estas causas.
Nosotros,
los columnistas, hemos experimentado personalmente las maldades del
autoritarismo. Uno de nosotros ha sido golpeado, incluido en la lista negra y
forzado al exilio por agentes del Kremlin. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha embestido
implacablemente a la oposición política y se ha dedicado a aplastar la libertad
de expresión, anexionar descaradamente Crimea e incrementar sus actividades
militares globales de maneras que se remontan a la Guerra Fría. El otro autor
ha visto a su madre ser víctima de un disparo por las fuerzas de seguridad
venezolanas y a su primo hermano languidecer durante casi tres años en una
cárcel militar como preso de conciencia. Hoy el presidente venezolano, Nicolás Maduro, dirige un
régimen que regularmente encarcela a los disidentes, abusa de los manifestantes
y es parte de un cartel de corrupción tan generalizado que el país hoy sufre un
colapso económico catastrófico.
Putin
y Maduro tienen co-conspiradores en todas partes del mundo, aspirantes a
tiranos que están desmantelando la prensa libre, encarcelando opositores,
manipulando elecciones y cometiendo violaciones sistemáticas de derechos
humanos. En Turquía, una democracia que alguna vez fue prometedora está casi
completamente sofocada. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan,
ha cerrado 149 medios de comunicación, más de 2.000 escuelas y universidades,
despidió a más de 120.000 funcionarios y encarceló a más de 45.000 sospechosos
de disidencia. En Corea del Norte, Kim Jong Un encabeza el gobierno más
totalitario de la Tierra, lavando el cerebro a 25 millones de personas y
aterrorizando a éstas con ejecuciones públicas, hambrunas forzadas y una vasta
red de campos de concentración que recuerda a la Cambodia del Pol Pot y a la
Polonia ocupada por la Alemania nazi.
También
hay otros dictadores menos conocidos en países como Bahréin, Kazajistán y
Guinea Ecuatorial, donde los tiranos roban los recursos naturales de sus países
y se embolsillan las ganancias en sus cuentas privadas en el exterior. Para
cubrir sus atrocidades, contratan a lobistas, empresas de relaciones públicas e
incluso a grupos de políticos en el mundo libre para limpiar sus acciones.
Si la
injusticia y la opresión no fueran suficientemente malas, los gobiernos
autoritarios también ocasionan un enorme costo social. Los países dirigidos por
dictadores tienen las tasas más altas de enfermedades mentales, niveles más
bajos de salud y esperanza de vida, y, como sostuvo famosamente Amartya Sen, una mayor
susceptibilidad a la hambruna. Sus ciudadanos son menos educados y registran
menos patentes e invenciones. En 2016, se presentaron más patentes en Francia
que en todo el mundo árabe, no porque los árabes sean menos emprendedores que
los franceses, sino porque casi todos viven bajo un autoritarismo sofocante. Es
evidente que la supresión de la libertad de expresión y la creatividad tiene
efectos nocivos sobre la innovación y el crecimiento económico. Los ciudadanos
de sociedades libres y abiertas como Alemania, Corea del Sur y Chile son
testigos de avances en los negocios, la ciencia y la tecnología que los
bielorrusos, los birmanos y los cubanos sólo pueden soñar.
Las naciones
libres tampoco van a la guerra entre sí. La historia ha demostrado que ésta es
la única ley inmutable de la teoría política. Por su parte, los dictadores
están siempre en guerra, a menudo con una potencia extranjera y siempre con su
propio pueblo. Si usted está preocupado por la salud pública, la pobreza o la
paz, su mandato es claro: opóngase a la tiranía.
Trágicamente,
las instituciones y organizaciones mundiales no han logrado abordar
adecuadamente el autoritarismo. Los gobiernos occidentales a veces protestan
contra las violaciones de los derechos humanos en países como Rusia, Irán y
Corea del Norte, pero rutinariamente las ignoran en lugares como China y Arabia
Saudita, a razón de mantener acuerdos comerciales y acuerdos de seguridad. La
ONU, creada para lograr la paz y la justicia en el mundo, tiene a Cuba, Egipto
y Ruanda en su Consejo de Derechos Humanos. Allí, el representante de una
democracia electo en elecciones libres y justas, tiene la misma legitimidad que
el representante de una dictadura que no fue electa por nadie. El primero actúa
en nombre de sus ciudadanos, mientras que el segundo actúa para silenciarlos.
El resultado es que, entre junio de 2006 y agosto de 2015, el Consejo de
Derechos Humanos no emitió condena alguna a los regímenes represivos en China,
Cuba, Egipto, Rusia, Arabia Saudita y Turquía.
A
pesar del hecho de que la dictadura está en la raíz de muchos problemas
globales —mala salud, sistemas educativos fallidos y la pobreza global entre
otros— el autoritarismo, como tal, casi nunca es abordado en importantes
conferencias en el mundo. Y no es de extrañar: muchos, incluyendo el Foro
Económico Mundial y la ya desaparecida Clinton Global Initiative, reciben una
amplia financiación de autoritarios. Pocos grupos de derechos humanos se
centran exclusivamente en el autoritarismo, y los grupos del establishment de
los derechos humanos dedican gran parte de sus presupuestos a criticar a los
gobiernos democráticos y sus políticas. De manera que los dictadores rara vez
son el centro de la atención.
La
lucha noble contra la tiranía ha recaído sobre activistas y disidentes
individuales que viven bajo regímenes autoritarios o que trabajan desde el
exilio. Los periodistas ciudadanos Abdalaziz Alhamza y Meron Estefanos
descubrieron que pocas personas en países pacíficos y libres estaban
interesadas en informar sobre Siria y Eritrea, por lo que se tomaron la
responsabilidad de hacerlo, a pesar del enorme peligro que esto les causó.
Hyeonseo Lee desertó de Corea del Norte para encontrar que las víctimas del tráfico
sexual en China son a menudo abandonadas e ignoradas, por lo que comenzó a
presionar al gobierno chino por sí misma. Cuando el padre de Rosa María Payá,
el líder democrático cubano Oswaldo Payá, murió en circunstancias misteriosas
en el 2012, ella misma asumió como responsabilidad propia exigir una
investigación formal y un trato justo para los disidentes en Cuba. Tales
individuos están en constante necesidad de apoyo, porque en sus países de
origen no hay forma legal de protestar, no hay ACLU, no hay Washington Post y
no hay un partido de la oposición para defender sus derechos.
Si el
autoritarismo y la dictadura van a ser debidamente impugnados —y si tantas
crisis resultantes, incluyendo el conflicto militar, la pobreza y el
extremismo, van a ser atacados desde la raíz— estos disidentes necesitan
financiación, asesoramiento estratégico, capacitación técnica, atención y
solidaridad. Para cambiar esta tendencia represiva global, la gente de todas
las partes y rubros en el mundo necesitan unirse al movimiento contra las
dictaduras. Artistas, empresarios, tecnólogos, inversionistas, diplomáticos,
estudiantes —no importa quién sea— deben tratar de comunicarse con
organizaciones de la sociedad civil en riesgo y preguntar cómo pueden ayudar
usando sus conocimientos, recursos o habilidades.
Hoy en
día, los autoritarios gobiernan una parte cada vez más grande del globo,
mientras que los líderes del mundo libre pierden terreno porque carecen de la
motivación y avidez para crear una nueva ONU que sea más bien una Liga de las
Democracias. Mientras tanto, como individuos que vivimos en una sociedad libre,
creemos que es nuestra obligación moral actuar para exponer las violaciones de
los derechos humanos y usar nuestra libertad para ayudar a otros a alcanzar la
suya.
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