Por Ángel Oropeza
Como todo organismo vivo, los
países van siempre cambiando. La mayoría de ellos lo hace hacia adelante,
mejorando las condiciones de vida de sus habitantes. Otros pocos cambian
lamentablemente hacia atrás, haciendo más infelices a sus poblaciones. De este último
y reducido grupo, Venezuela tiene el penoso deshonor de ser, en términos
sociales y políticos, el país de la mayor y más rápida involución contemporánea
del planeta.
En apenas un año, Venezuela se
ha tribalizado. En lo político, el anterior modelo chavecista de “autoritarismo
competitivo” ha migrado a un modelo madurocabellista de “autoritarismo
hegemónico”, lo cual es simplemente una dictadura de nuevo cuño. Mientras el
chavecismo originario llegó al poder con la consigna de la “democracia participativa
y protagónica”, el gran logro de su involución madurocabellista es haber
anulado toda participación y protagonismo del pueblo, al cerrar la puerta –por
ahora y hasta que logremos lo contrario- al elemento mínimo que separa los
regímenes democráticos de los dictatoriales, como lo es el sufragio.
En lo social, ya el
calificativo de “fallido” es para el Estado venezolano una categoría
benevolente. El viernes pasado, la UCAB, la UCV y la USB, dieron a conocer los
resultados del último Estudio Nacional de Condiciones de Vida de los
venezolanos (Encovi 2016), La profundidad y extensión de los resultados supera
por supuesto las limitaciones de espacio de este artículo, y la invitación de
nuestras tres universidades es precisamente a conocer, difundir y discutir
estos hallazgos y sus implicaciones. Pero lo cierto es que la radiografía
social que desnudan los datos revela un país en situación de extrema
vulnerabilidad.
Sólo a manera de ejemplo, la
pobreza de ingreso en nuestro país alcanza la escandalosa cifra de 82% de las
familias. Y todavía más grave, la pobreza extrema se ubica en 52%. En palabras
sencillas, poco más de la mitad de los hogares venezolanos tiene, desde el
punto de vista del ingreso, severas dificultades para alimentar a sus miembros.
Esto nos convierte hoy por hoy, en términos de pobreza de ingreso, en el país
más pobre de América Latina.
Es conveniente recordar que la
clase política que se hizo del poder en 1999, logró engañar a medio mundo con
el falso mito de 80% de pobreza que habían provocado los gobiernos de la era
democrática. Lo científicamente cierto y demostrable es que en 1998, último año
de la república civil, la pobreza de ingreso se presentaba en 45% de las
familias: 55% de los hogares venezolanos para ese año no eran pobres, 26,3% eran
pobres moderados y 18,7% eran pobres extremos. Ello indudablemente es bastante,
pero es la mitad del mito fundacional de la república militarista, y en
términos de pobreza extrema, tres veces menor de lo que ésta última ha creado,
a pesar de contar con muchos mayores recursos y bonanza económica.
No es de extrañar entonces
–otro dato del Estudio– que el número de personas que ingiere dos o menos
comidas al día se haya incrementado de 12,1% en 2015 a 32,5 % en 2016, lo
cual significa que aproximadamente 9,6 millones de venezolanos ingiere dos o
menos comidas al día. Y también que 74, 3% de nuestros compatriotas señalen que
en el último año han perdido en promedio 8,7 kg de manera involuntaria.
Mientras tanto, más de 63% de la población no tiene ningún tipo de seguros de
atención médica (10% de aumento con respecto a 2015), y se registran hoy en el
país las peores condiciones de desprotección de salud desde principios del
siglo XX.
Los venezolanos de 2017 están,
política y socialmente, sólo viviendo a medias. Y aunque para algunos esta
lacerante realidad les provoque llorar, para otros enfrentarla y superarla es
justamente el reto que les mantiene trabajando y luchando. Porque la peor
tragedia no es vivir a medias, sino acostumbrarse a ello. Y el cambio se inicia
cuando la gente decide que ni es normal ni aceptable que su máxima aspiración
cotidiana sea sólo sobrevivir. Cuando ello ocurre, oligarcas temblad.
21-02-17
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