Por Marco Negrón
A estas alturas, cuando ya más
de la mitad de la población mundial habita en ciudades, nadie en su sano juicio
duda de que el futuro de la humanidad será absolutamente urbano, pero no está
claro si todos, y en particular quienes tienen la responsabilidad en la toma de
decisiones, entienden lo que eso significa. En el caso venezolano, donde la
población urbana ya supera el 90%, se trata de una cuestión del máximo interés
nacional.
Lo primero que es necesario
entender es que estas que nos atrevemos a llamar nuevas ciudades y que en
nuestro caso vienen formándose desde la segunda mitad del siglo pasado, no son
una extrapolación de la ciudad tradicional ni una imagen agrandada de la misma
sino un fenómeno cualitativamente nuevo.
Ciertamente, ellas tienen una
escala que no conoce precedentes, pero ese cambio cuantitativo termina por
ocasionar un salto cualitativo que modifica radicalmente su carácter y hace obsoletas
las viejas formas de gobernarlas y organizar su crecimiento: social y
culturalmente se han hecho infinitamente más complejas, las desigualdades se
han magnificado y la población no sólo no se resigna a ellas sino que ha
afinado su capacidad para registrarlas.
Pero todavía más importante es
que en las nuevas realidades generadas por la sociedad del conocimiento, el
talento se ha convertido en el principal motor del crecimiento económico y el
desarrollo de las sociedades. En este caso nos encontramos con un recurso que
no está geográficamente condicionado, como ocurre, para citar un ejemplo, con
el petróleo, sino que es ubicuo puesto que es portado por los seres humanos: no
está anclado a una realidad territorial sino que tiene la facultad de desplazarse
según sus necesidades y expectativas, que en la realidad actual están
fuertemente asociadas a la calidad de vida que ofrece el medio urbano.
La misma experiencia
venezolana es ilustrativa al respecto: desde la llegada de los europeos,
nuestra historia registra el conocimiento y uso del petróleo por parte de la
población indígena para el calafateo de sus precarias embarcaciones. Hubo que
esperar varios siglos para que el desarrollo del conocimiento y la industria en
los países más avanzados del mundo convirtieran al petróleo en el combustible
más eficiente y, consiguientemente, más preciado. De este modo un azar de la
naturaleza la acumulación en nuestro sub-suelo de vastas reservas del
hidrocarburo -convirtió a un país como Venezuela- sin arte ni parte en esos
procesos, en el afortunado beneficiario del conocimiento desarrollado en otras
latitudes.
A diferencia de lo ocurrido en
los siglos XIX y XX y si se excluyen crisis humanitarias de gran envergadura,
las principales corrientes migratorias de la actualidad interesan cada vez más
a personas con elevados niveles educacionales y con aspiraciones que van más
allá de una buena remuneración e incluyen calidad de vida, seguridad personal y
social y garantías para el desarrollo familiar, lo cual se traduce en elevada
calidad del medio urbano. En consecuencia, la aspiración a una ciudad segura y
hermosa no es una frivolidad sino una condición para el bienestar de la nación:
las ciudades que crecen en calidad atraen desarrollo, las que se deterioran lo
expulsan. Hoy las nuestras están en la segunda categoría, por lo que el gran
reto es impulsar los cambios necesarios para volver a la primera. Un desafío
vasto y complejo, indispensable para ofrecerle al país un futuro digno y que
requiere de profundas reformas en áreas tan sensibles como gobernabilidad
democrática e innovación tecnológica.
21-02-17
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