Por Leonardo Morales P.
Para los venezolanos de estos
tiempos cada amanecer es una sorpresa que, en muchos casos, se termina
convirtiendo en indignación. Cada mañana, al abrir los ojos y mirar a nuestro
alrededor nos atosigamos de noticias, no siempre buenas, más bien terribles. Todas
las cosas que nos asombran desde temprano atropellan nuestro sosiego y
zarandean la capacidad de comprender.
Muy cierto que Venezuela nunca
fue un país cuya vida transcurriera apaciblemente; revueltas, insurrecciones y
conspiraciones son una parte no poco significativas de nuestra historia. Tres
obras saltan a mi memoria inmediatamente: los tres tomos de Jesús Sanoja
Hernández, Entre Golpes y Revoluciones; Mondolfi con Temporada de
Golpes y, más recientemente, el de Thays Peñalver, La Conspiración de
los 12 Golpes, textos que todo venezolano debe leer para entender un
pasado que pareciera acompañarnos en el presente y nos amenaza con seguirnos en
el futuro.
Cuando creímos haber iniciado
una ruta armoniosa, tranquila y democrática, nuestra historia, nuestro pasado,
se apersonó para intentar derrocar el sistema inaugurado en 1958 y prefiguraron
mal tiempo y tempestades. Ni siquiera cesaron una vez que el golpista Chávez se
hiciera del poder por vía electoral comenzado este nuevo siglo y, aun hoy,
pareciera que algunos navegantes de endebles naves agitan los mares para
alimentar salidas cuyo destino es de muy dudosa orientación.
El cambio político inaugurado
por la revolución bolivariana -casi todas las revoluciones se han inspirado en
Bolívar- debía encaminarnos por un mundo más humano y de inmensa paz. Del
“hombre nuevo”, nos hablaron.
Cada mañana vemos la
edificación de ese “nuevo hombre” nacido en la revolución. Nos sorprendemos e
inmediatamente no indignamos interrogándonos: ¿Qué nos ha pasado? Que tres
niñas liceístas agredan a su compañera de estudio en estado de gravidez hasta
propinarle la muerte debía ser un suceso de la Venezuela pasada y no de esta
patria socialista. Cómo es eso que los habitantes de Cariaco en el estado Sucre
acusen a unos malandros u “hombres nuevos” para evitar recibir la represión
policial de quienes siempre confunden al inocente con el culpable.
Cómo no sorprenderse al ver
que en Brasil varias localidades suspenden la inversión en el Carnaval como en
Porto Ferreira donde optaron por comprar una ambulancia o que en Rio Grande do
Sul el alcalde destine los fondos del Carnaval para disminuir las colas en los
hospitales públicos y financiar un proyecto para niños especiales.
Enerva e indigna saber que en
Venezuela los niños con cáncer mueran frente a la cara de los gobernantes por
falta de tratamiento y medicamentos para sus padecimientos como igualmente
ocurre con los niños con problemas cardíacos; cómo comprender que unos niños
mueran por consumir leche con cal o por comer yuca amarga. Hechos
incomprensibles e indignantes cuando el presidente anuncia que destinará casi
700 millones de bolívares para celebración del Carnaval mientras los enfermos
del país mueren por falta de tratamiento y medicinas. Cómo no sorprenderse e
indignarse ante la postura indolente de un gobierno al que solo le duele dejar
de aprovecharse de los privilegios del poder.
Siempre amanece, por estos
días muy oscuro todavía, pero ya llegará el momento en que coincida el amanecer
con la claridad, tiempo en el que los venezolanos elegirán un gobierno
genuinamente democrático que conduzca a sus habitantes por senderos del
progreso, constituyan una institucionalidad fuerte y al servicio de los
intereses nacionales.
24-02-17
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