Por Simón García
La brutalidad con la que
la crisis golpea a todos los estratos del país, obliga a la oposición a tener
políticas inteligentes. El rechazo general a sus desastres le produjo al
gobierno la contundente derrota en las elecciones parlamentarias. A partir de
allí Maduro continuó en caída. Ni siquiera los suyos lo quieren al mando.
Pero la MUD no ha logrado
nutrirse del descontento. La población quiere castigar al gobierno, pero no
siente entusiasmo ante la MUD. En ese distanciamiento, cauteloso o abiertamente
crítico, influye la desunión en las estrategias, la ausencia de regulación del
conflicto entre fortaleza unitaria y lucha unilateral por la hegemonía, los
errores de la casa y omisiones que segregan el ácido de la desconfianza,
adentro y fuera de la MUD.
Punto escabroso, por la
importancia que le atribuyen los factores internacionales y el desprestigio a
ojos de la mayoría, es el tema del diálogo. Una papa caliente que deben agarrar
los nuevos directivos de la MUD, los dirigentes fundamentales de los nueve
partidos y los cuatro líderes que se insinúan como presidenciables: no deberían
seguir desentendiéndose del problema o tratándolo como esfuerzos de
carpintería.
Es necesario resituar el
diálogo ante el país y asumirlo como lo que es: una de las formas de lucha y
negociación que puede ahorrarnos camino o hacerlo más largo, según como se
maneje. Es cierto que hasta ahora ha sido lo segundo; pero existe la
posibilidad de trabajarlo con una Agenda propia y como un medio para despejar
una vía hacia cambios concretos atenidos a las cuatro marías: constitucional,
pacífico, democrático y electoral.
No hay que esperar mucho para
decidir y decir lo que se acuerde en la MUD porque la profundización de la
crisis económica, de la tragedia social y la descomposición del gobierno se
está acelerando. El país aguanta y cruje.
No será fácil adoptar una
posición común. Ninguna persona cuerda está dispuesta a permitirle al gobierno
que juegue con la crisis y siga usando el diálogo para manipularlo y ganar
tiempo. No será fácil porque al gobierno no se le puede creer y nadie va a
sentarse con él a menos que previamente cumpla los compromisos que adquirió.
No será fácil porque al
creciente clima internacional de exigencias para aplicar la Constitución y
restablecer la democracia, hay que añadirle presión interna con apoyo a las
protestas cotidianas, movilizaciones por el derecho al sufragio y más
localización de actividades en diversos lugares sociales.
No será fácil porque a la
unidad de objetivos le faltan dos tramos: realización conjunta de acciones
políticas y sociales. Y trabajar juntos por logros de la Unidad que signifiquen
ganancia de todos.
No será fácil, pero una de las
barreras que hay que superar para cambiar de régimen con el mayor consenso
plural. Uno que ya germina en la sociedad, aunque todavía no esté firmemente
sembrado en los partidos.
23-02-17
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