Por Diego Arroyo Gil
Entrevista del 19-04-2016
Parece implacable, y quizá lo
sea, pero en el fondo lo que hay en ella, de veras, es la necesidad de no
quebrarse, de mantenerse en pie. Lo dijo ya una vez y nadie le creyó: “Yo no
soy fuerte. Yo soy débil”. Es Sofía Imber, y esta semana recibe un homenaje en
Miami a cargo del Pérez Art Museum, asentado en esa ciudad. A propósito de
ello, en Runrun.es decidimos hacerle una entrevista, pero una
entrevista del tipo que ha cultivado con merecido éxito nuestro colega Jolger
Rodríguez, en el diario El Nacional: una entrevista ping-pong, un toma y
dame de preguntas y respuestas rápidas, breves, inmediatas. A quemarropa.
Además incluimos, al final, un fragmento de La señora Imber. Genio y
figura, un libro que está por aparecer con el sello de la editorial Planeta y
en el cual Sofía cuenta, como nunca antes, toda su vida. ¡Habrá sorpresas!
–Lo primero que quiero aclarar
–dice– es que estoy harta de hablar de mí. No entiendo a qué se debe que me
busquen tanto.
–El personaje despierta mucha
curiosidad.
–No me explico por qué, si soy
de lo más normal.
–Tanto como “de lo más normal”
no será. De usted se dicen grandes cosas.
–Es verdad. Buenas y malas.
–¿Qué es lo mejor que se ha
dicho sobre Sofía Imber?
–Que soy una gran trabajadora,
lo cual es enteramente cierto.
–¿Y lo peor?
–No tengo memoria para esas
cosas. Como no soy de guardar rencores, me olvido con rapidez de frases que
pudieron haber sido dichas con la intención de herir.
–¿Ningún rencor, ni hacia
Chávez?
–¿Vas a empavar la entrevista
mencionando a ese sujeto?
–Y usted, ¿no ha herido?
–Desde luego que sí, y también
he sabido disculparme.
–Tenía fama de agresiva como
entrevistadora.
–No era tanto agresividad como
exigencia de precisión. Si hacía una pregunta, esperaba que el entrevistado me
la respondiera. Siempre me ha chocado mucho que la gente se vaya por las ramas.
Me gustan las personas directas y que van al grano.
–En otras oportunidades ha
contado que se levantaba a un cuarto para las 5:00 de la mañana y se iba a la
cama a medianoche. Trabajaba como una fiera: en la televisión, en el Museo de
Arte Contemporáneo, en El Universal, en la radio. Todo eso el mismo día.
¿Qué la motivaba?
–La necesidad de hacer bien
las cosas, el deseo de perfección, aunque la perfección es inalcanzable.
–¿Nunca nada le quedó perfecto?
–Siempre todo puede quedar
mejor que como quedó.
–Pero eso es una tortura.
¿Quién puede vivir así?
–No es una tortura. Es un
pensamiento que obliga a ser eficiente, cosa que por cierto necesita Venezuela.
Este es el único país del mundo que está arruinado en el que se le ordena a la
gente que no trabaje. A mí me dan esa orden y me sublevo. Tal como están las
cosas, aquí deberían ser laborables incluso los domingos. Yo jamás falté al
trabajo y no me hacían ninguna gracia los días feriados.
–¿No faltó ni por una gripe?
–La manera más efectiva de
cortar una gripe es ponerse en marcha.
–Vive usted diciendo que está
desempleada.
–Porque es verdad, pero por lo
visto creen que lo digo por decirlo y no para que me den algo que hacer. Quiero
que sepan que estoy buscando empleo.
–¿Alguna vez pensó que
Venezuela se destruiría de esta manera?
–¿Por quién me tomas? Soy
pesimista, pero no obscena. Y te advierto que la crisis va para peor. Hoy tú y
yo todavía podemos darnos el lujo de comer. Llegará el día en que no podremos.
Y de la escasez de medicinas ni me hables. Todo eso es adrede. Parece un
proyecto de exterminio.
–Hay que darle un espacio a la
esperanza.
–¿A cuenta de qué? ¿Es que
acaso se lo merece?
–Está usted brava.
–¡Por supuesto que lo estoy,
como todo el país! Hace años yo me di cuenta de que tengo en el cuerpo un
órgano que se llama Venezuela y cada día me duele más. Lo que estamos viviendo
no tiene nombre, pero sí culpables. Ningún error que hayamos cometido en el
pasado justifica este horror. Ninguno.
–¿En qué fallaron los de su
generación?
–En no haber actuado a tiempo
por estar hablando tanto.
–¿Y usted?
–Probablemente en no haber
defendido mi puesto las veces que me lo quitaron.
–¿No cree que la gente
reconoce su labor?
–Sí. Me abruma salir a la
calle y que se me acerquen jóvenes a darme besos y abrazos. No me importa si
aún hay quienes me odian. Me bastan los que me quieren.
–¿Cuántos homenajes se merece
usted?
–Todos los que me han dado y
los que me darán. No por mí, yo no importo nada, sino por el trabajo realizado.
–¿Por qué es tan polémica?
–Supongo que porque no sé
llevar la corriente. Nado en sentido contrario.
–¿Y el ego? ¿Se considera
egocéntrica?
–Yo no me propuse tener un
ego, pero está claro que lo tenía. Sin embargo, nunca me he sentido una mujer
importante.
–Me huele a que eso no es
verdad. Usted siempre ha sabido muy bien quién es.
–Puede que en mi vida no lo
haya dicho todo, ni siquiera a mí misma, pero no practico la mentira como
profesión. Además del periodismo, la profesión que mejor me define es la
mendicidad.
–¿La mendicidad?
–Sí, la mendicidad. Yo todo el
tiempo estaba pidiendo plata, sobre todo durante mis años como directora del
museo. Para comprar las obras que compré tuve muchas veces que convertirme en
mendiga.
–Y conseguía el dinero.
–¡Cómo no, si yo era un pelito
‘e tuna! Cuando me parece que algo vale la pena, lucho hasta alcanzarlo. No soy
persona de rendirse con facilidad.
–Trabajar con Sofía
Imber debió haber sido el paraíso y el infierno.
–No creo ni en el paraíso ni
en el infierno sino en la tierra.
–¿Es que tiene usted una
respuesta para todo?
–No, pero si me preguntas es
porque quieres que te conteste. Yo valoro el tiempo de los demás. No tendría
sentido aceptar que me entrevistes para quedarme callada.
–¿Qué rescataría de su vida?
–Nada. No la he perdido.
–Pero del pasado…
–No, no. Yo no vivo del
pasado. Para mí no existe el pasado. La vida es ahora.
–¿Y sus recuerdos, los años
transcurridos, los momentos clausurados?
–Los que me conocen saben que
hablo siempre en presente, incluso de mis muertos. Y no es una pose. Yo soy
así, me sale naturalmente.
–¿Por qué no ha podido ser
usted una persona dulce?
–Mis hijas dicen que me he
ablandado con la edad. Yo no soy de hacer mimos no porque no quiera, sino
porque mi manera de expresar cariño es diferente. No hay nada más valioso que
ayudar a la gente a que dé lo mejor de sí misma.
–A veces se logra lo
contrario: que la gente dé lo peor de sí misma.
–Y aun lo pésimo. Pero queda
el intento.
–¿Un sueño?
–No tener ninguno y cumplirlos
todos.
–¿Un libro de cabecera?
–Son dos: la autobiografía de
Bertrand Russell y Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. El
de Bertrand Russell porque allí hay una frase que es mi lema de vida: “No temas
nunca pertenecer a una minoría”, lo que yo entiendo como no tener miedo a ser
diferente. Y Memorias de Adriano porque es el libro de un emperador
que sabe que va a morir. Un día quiso subirse a su caballo, no pudo y entendió
que era el fin.
–¿Se siente usted como
Adriano?
–Me gustaría, pero es difícil.
No soy una emperatriz.
–Bueno, casi. De milagro
Carlos Andrés Pérez no llamó al museo “Reina Sofía”.
–Se discute mucho sobre ese
asunto, que Pérez haya decidido ponerle mi nombre al museo. Yo estuve de
acuerdo porque me parece que los homenajes tienen que hacerse en vida. ¿Para
qué dejar las glorias y las lágrimas para después de la muerte?
–Pero es bien sabido que usted
no llora.
–Sí, tengo un problema en los
lagrimales. No me llegan las lágrimas a los ojos.
–Cómo va a ser, Sofía, por
favor.
–No llorar no significa que no
haya llanto. Los sufrimientos más bravos van siempre por dentro, dignamente.
–Pero algo necesita salir,
¿no?
–No lo sé. En la interioridad
se está muy bien. O muy mal.
–¿Y cómo está usted ahora?
–Lo he dicho ya mil veces.
¿Cómo puede estar una persona que tiene 91 años?
–¿No es un consuelo haber
hecho tanto y que se lo celebren?
–No, qué va. El mayor de todos
los consuelos es vivir.
–De verdad, sus respuestas no
dejan salida.
–¿Hacia dónde?
–No sé, una ilusión, un
horizonte.
–Me parece un poco cursi eso,
y yo evito la cursilería.
–Todas sus hijas viven en el
extranjero. ¿Se iría usted de Venezuela?
–No podría decirlo, pero lo
veo poco probable. No soy una mujer de dos días en ninguna parte. Yo necesito
acostumbrarme. Y además no hay cielos como los de Caracas.
–¿Es posible que su secreto
sea su fortaleza?
–Mi secreto, si hay tal, es mi
debilidad. Siempre he sido una muchacha que tiembla.
–¿Y a qué responde, entonces,
su aparente dureza?
–A una fama muy mal
comprendida. Es cierto que soy intransigente, pero solo con lo que me parece
falso e injusto. De resto, soy un amor.
–¿A estas alturas cree en el
amor?
–¿A cuáles alturas? ¿Te
refieres a mi edad? Que sepas que ni el amor ni el deseo se van nunca de uno.
El que nos deja solos sobre el terreno es el cuerpo.
–Y usted cuida mucho el suyo.
Anda siempre pulcra y perfumada.
–Siempre, es verdad. No debe
uno permitirse la decadencia aunque esté viejo.
–Finalmente, ¿para cuándo sus
memorias?
–Eso es trampa. Las memorias
estarán listas cuando tú por fin termines de escribirlas. Ya todo el mundo sabe
que estás haciendo un libro sobre mí, y si no, que se enteren.
–Y allí sí habrá risas y
llanto.
–Más te vale, porque te lo he
dicho todo y espero no haber echado mi vida en saco roto.
El libro
Un fragmento de La señora
Imber. Genio y figura, libro que muy pronto publicará la editorial
Planeta. Está todo escrito en primera persona: Sofía habla sobre sí misma.
«Seamos sinceros. El Women’s
Lib, es decir, el movimiento de liberación de la mujer, a quien liberó fue al
hombre, que pasó de ser telúrico a ser lunático. Lo liberó de ser galante, de
ser cortés, de ser protector, de hacer dentro de la división del trabajo
conyugal ciertas tareas pesadas como clavar un clavo, cambiar un caucho, cargar
una maleta. En lo económico, además, comenzó a asumir, sin vergüenza alguna, el
papel del manganzón, o sea, del mantenido, el rol pasivo. De manera que podía
quedarse en el hogar mientras la mujer estaba en el trabajo pero a la vuelta
quien cocinaba, ponía la mesa, lavaba los platos y acostaba a los niños era
ella. A mí nunca me gustaron esas “revoluciones”. En mi casa, hombre y mujer
hacían cada uno lo suyo y ninguno de los dos jamás sintió la necesidad, la
urgencia inaplazable de “liberarse”. Conmigo, ni feministas ni hippies. Me
molestan los melenudos y esa pose de rechazar la sociedad de consumo para vivir
de sus migajas y hacerse un vago.
Claro que decir todo esto
ahora no tiene mucho sentido porque vivimos otros tiempos, pero no está de más,
por si acaso. Antes era muy polémico porque había una cierta sensiblería
romanticona en torno a los hippies y toda mujer disfrazada de varón era una
“guerrera”. Está bien, pero yo no. Clásica y actual, andaba siempre en falda y
con vestidos. Porque como me la pasaba con Carlos Rangel, mi marido, para
arriba y para abajo, me lucía que dos pantalones era un exceso. ¡Tan guapa que
se ve una pareja cuando los dos combinan! Carlos iba en general de flux, fino y
sin colorines, con unos lentes negros de pasta, y yo cada día más me decantaba
por los tailleurs de Chanel. No todos los que usaba eran originales,
por cierto. Cada vez que viajaba a París pasaba a comprar telas y botones por
la rue de Vigny y de regreso en Caracas se los llevaba a un sastre que tenía su
taller muy cerca de la Iglesia San Pedro, en Los Chaguaramos. Además le dejaba
revistas de moda de las cuales él podría copiar los diseños que más me
gustaban. Eso sí, una mujer puede usar un vestido que no sea original, pero
tanto la cartera como los zapatos tienen que ser de firma. Los míos eran un
bolso de Gucci o una “Kelly” de Hermès y unos taconcitos bajos también de
Chanel.
Porque yo no era rica, pero
trabajaba tanto que podía darme mis gustos. Y como Carlos tenía un sentido muy
claro del uso del dinero, aprendí a sacar provecho de los realitos que me
ganaba e invertir en la fortuna de ser femenina. Y resultó. No en vano alguien
que me contó que Carmen Helena de Las Casas, según las lenguas el animal más
bello que tuvo Caracas en los años treinta y cuarenta, un día dijo de mí, en
francés: “Elle a du chien”, una expresión que si se traduce al pelo significa
“Ella tiene perro”, pero que es un alto elogio parisino, porque quiere decir
que una mujer es algo más, o menos, que bella. Es también “coquin”, pícara, y
que tiene un no-sé-qué. No creo que eso sea muy cierto en mi caso, pero algunas
tardes lo recuerdo y me gusta.
¡Si el feminismo fuese darse
su lugar en vez de ponerse en guerra contra el varón, otro gallo cantaría! ¿Una
mujer respetuosa de la mujer? Yo, y por eso nunca he aspirado ni aspiraré a
indulgencia alguna. Y por eso también, cuando a finales de 1969, el dueño del Bloque
de Armas, el empresario Armando de Armas, me llamó para ofrecerme la dirección
de Variedades, una revista de contenido “para el público femenino”, acepté
con gusto. La primera edición salió en enero del 70 y allí estuve hasta
diciembre de ese mismo año, publicando reportajes sobre temas de todo tipo,
desde las últimas propuestas del modista y activista gay Rudi Gernreich, hasta
los celos como patología y el uso de la píldora anticonceptiva. Yo feliz
hubiera seguido al frente de Variedades, si el señor De Armas no me
hubiese llamado un día para reclamarme que a lo largo de todo 1970 nunca había
llevado a la portada una gran foto de Raúl Amundaray, “el actor por el que
todas suspiran”. Le respondí que yo no conocía al susodicho y que, aunque lo
conociera, no le daría jamás un titular porque mis intereses periodísticos eran
otros. Me miró mal y renuncié. Allá él.
En ese entonces, además de ser
presentadora, todas las mañanas, junto con Carlos y Reinaldito Herrera,
de Buenos Días, hacía otro programa, que se transmitía los martes, a las
once de la noche, por la Cadena Venezolana de Televisión, el canal 8. Se
llamaba Sólo para adultos, y desde su estreno tuvo todo el éxito que uno
desearía para una producción de su tipo. Estaba inspirado en un programa francés
conducido por la animadora Annik Beauchamps, que no vacilaba en hablarles a las
mujeres de los misterios de la bolsa de valores lo mismo que de la frigidez en
la cama. Sólo para adultos seguía ese patrón, pero dejaba de lado el
tratamiento de asuntos políticos, sobre los cuales discutíamos, en otro
horario, “los tres del desayuno”. ¿Algunos temas? El matrimonio y el divorcio,
las madres solteras, la vigencia de la religión en la sociedad actual, la
inversión del presupuesto familiar en el uso del tiempo libre de la mujer, el
concubinato, las relaciones sexuales prematrimoniales, la fidelidad, la
delincuencia infantil, el costo de la atención médica, el piropo como fenómeno
social, el machismo, la relación de los padres con la escuela de sus hijos,
etcétera.
La receptividad de la
audiencia fue descomunal. Con producción de Carlos y mía, dirección de Daniel
Farías, escenografía diseñada por Mateo Manaure, música de Bach durante la
introducción y mi aparición como anfitriona en compañía de varios invitados, así
como de público asistente en el estudio, Sólo para adultos cosechó el
mismo rating que las telenovelas y fue calificado por la prensa como uno de los
programas más atractivos de la televisión. En 1971, me dieron el Premio
Nacional de Periodismo. Recibí la noticia una mañana, a finales de junio, en la
peluquería».
19-02-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico