Fernando Mires 18 de febrero de 2017
Desde
que hay modernidad dos principios compiten entre sí. Son los principios de la
gobernabilidad. Uno, el de la gobernabilidad republicana. Otro, el de la
gobernabilidad democrática. ¿Cuál es la diferencia? En una sola frase: toda
democracia es una república pero no toda república es una democracia.
Para
que exista república se requiere de un derecho público, de un derecho privado y
de una Constitución. Para que exista democracia se requiere, además, de una
división entre los tres poderes y del ejercicio de la soberanía popular a
través del voto.
La
república sin democracia proviene del régimen absolutista monárquico y en ella
son concedidas al gobernante facultades propias al monarca medieval. La
república democrática proviene en cambio de la monarquía parlamentaria. Su
antecedente más lejano reside en la Carta Magna inglesa de 1212 mediante la
cual el monarca fue relativamente subordinado al Parlamento.
En la
teoría política ambos principios siguen dos líneas teóricas. La primera, la
puramente republicana, comienza con Hobbes, Maquiavelo, Kant (sí: Kant era
republicano y no demócrata) y continúa con Gramsci y Carl Schmitt.
Sorprenderá
al lector que mencione a Gramsci junto a Schmitt. La sorpresa desaparece si se
tiene en cuenta que Gramsci se consideraba a sí mismo un continuador de
Maquiavelo, con la diferencia de que para él, el Príncipe no es un individuo
sino un ente colectivo: un Partido. Gramsci no era tan democrático como
imaginan sus seguidores. Era leninista y su teoría de la gobernabilidad ya
estaba inscrita en el ¿"Qué hacer”? de Lenin.
Schmitt,
más hobbesiano que Hobbes y más maquiavélico que Maquiavelo, restableció el
principio del conductor (Führerpinzip) heredero de la monarquía absoluta. Los
modelos de Schmitt eran Lenin, Hitler y Franco.
La
otra línea, la democrática, proveniente de Inglaterra, continuó a través de Rousseau (en parte), Montesquieu,
Locke, Tocqueville (quien puso en forma teórica a Jefferson) hasta llegar a
Popper, Arendt, Ralws (entre otros). De acuerdo a esa línea la democracia como
gobierno del pueblo al no poder ser ejercida directamente lo hace a través de
su órgano de representación: el parlamento.
La
democracia moderna, dicho en breve, no puede prescindir de la potestad
parlamentaria. Eso no significa que la única forma democrática es la democracia
parlamentaria. Un régimen presidencialista es tan democrático como uno
parlamentario cuando no prescinde de la división de los poderes. En EE UU por
ejemplo, el principio de la república se hace presente en un muy fuerte presidencialismo pero a la vez la democracia
es mantenida mediante el resguardo constitucional del parlamento y de la
justicia. La presidencia es allí una institución poderosa pero a la vez
limitada. El lugar del Rey no es el del Presidente sino el de la constitución.
La
república no democrática prescinde en cambio del parlamento y coloca al líder
por sobre la constitución y las leyes. El líder, de acuerdo a Carl Schmitt, se
relaciona de modo directo (plebiscitario) con el pueblo. Esa es la razón por la
cual la mayoría de los gobernantes no democráticos han sido populistas. El
líder sin parlamento gobierna por medio de decretos.
La
decretización de la política es característica fundamental de la república no
democrática. Mediante decretos gobernaron Hitler, Stalin, Castro y Chávez; y
hoy lo hacen Putin, Erdogan, Maduro, y ultimamente -es novedad del siglo XXl-
Donald Trump.
La imagen
de Donald Trump cada vez que muestra por televisión un decreto con su ampulosa
firma, nos informa que el principio de la república no democrática ha asomado
en donde menos se esperaba: en los EE UU: patria del constitucionalismo. Pero
esa es también la diferencia entre Trump y otros gobernantes decretistas. Trump
decreta en una nación en la cual el principio de la república democrática tiene
profundas raíces históricas. Por eso ya Trump ha chocado estrepitosamente con
el poder judicial y probablemente lo seguirá haciendo.
La
historia del mandato de Trump –ya se ve- estará marcada por una lucha constante
entre los tres poderes del Estado. Si el principio del conductor logra
imponerse por sobre el de la república democrática, nadie lo sabe todavía.
Sería una gran desgracia si así ocurriera. Trump terminaría imponiéndose,
además, sobre Jefferson.
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