Fernando Mires 19 de febrero de 2017
Después
de las irresponsables declaraciones de Trump durante el periodo electoral (“La
OTAN está obsoleta”) Vladimir Putin la dio por muerta. Pero durante la
Conferencia de Seguridad en Múnich (iniciada el 17. 02. 2017) tuvo que
comprobar que sigue tan viva como antes. El discurso del vicepresidente
norteamericano Mike Pence reveló –para citar a las palabras atribuidas a José
Zorrilla en su Don Juan- que “los muertos que vos matasteis gozan de buena
salud”. Pence habló, para que no hubieran dudas, no a título personal, sino
transmitiendo un mensaje del ausente-omnipresente: Donald Trump.
Dijo
Pence: “USA cumplirá de modo inconmovible sus obligaciones con respecto a la
alianza atlántica”. Un balde de agua fría sobre las aspiraciones putinistas.
Más todavía: en continuidad, no con las palabras electorales de Trump sino con
la política internacional del ex presidente Obama, Pence, hablando siempre en
nombre de “su presidente” -quien, además, días atrás se había pronunciado por
la devolución de Crimea a Ucrania- exigió que los acuerdos de Minsk, violados
por Putin, recuperaran su vigencia. En otras palabras, mientras Putin no cumpla
esos acuerdos serán mantenidas las (inútiles pero simbólicas) sanciones
comerciales a Rusia.
En mal
momento sorprendieron a Putin las declaraciones de Pence. La guerra en Donbáss
(regiones orientales de Donetsk y Lugancs) ha aumentado en extensión e
intensidad. Y en Europa occidental si bien el caballo de Troya holandés de
Putin, el fascista Geert Wilders, mantiene su popularidad, en Francia, el
triunfo de la favorita del Kremlim, la ultraderechista Marine Le Pen, se ve
amenazado seriamente por el auge de la candidatura de centro de Emmanuel
Macron.
El
inesperado y brusco cambio de Donald Trump parece haber descolocado a Putin. El
viraje hacia el i-liberalismo ideológico (Orban dixit) no ocurrirá, o por lo
menos no tan pronto como había imaginado el autócrata ruso. La alianza
atlántica es mucho más que una alianza militar subrayó Angela Merkel en su
discurso de Múnich. Y esa alianza se mantiene vigente en todas sus letras,
corroboró Pence.
Después
de sendos discursos, Merkel y Pence se encerraron durante largos momentos para
conversar a solas. Nadie con excepción de Dios sabe lo que hablaron.
Pero
por lo menos Putin ya sabe algo importante: Donald Trump no será para él nunca
el aliado de confianza por el cual apostó con todo durante el periodo
electoral. Los gobernantes europeos saben también que Trump no es un
incondicional de Europa. En ese contexto se explican las duras palabras de la
ministra de defensa alemana, Ursula von der Leyen, dirigidas directamente a
Trump: “EE UU, no puede mantener una posición equidistante” (entre Rusia y
Europa, por supuesto). En otros términos, si el destino de Europa depende de
los EE UU, el de los EE UU, para von der Leyen, depende de Europa. Y no solo
porque ambas unidades geopolíticas son depositarias de los mismos valores
históricos sino porque –lo dijo claramente von der Leyen- tienen los mismos
enemigos.
Ambas,
Merkel y von der Leyen, muy inteligentes, parecen haber tomado el pulso tanto a
Putin como a Trump. Por de pronto han advertido que al primero hay que mostrar
cada cierto tiempo los dientes pues no entiende otro lenguaje. Con el segundo
es más complicado. En poco tiempo Trump ha demostrado que su concepción de la
política se deja regir por un criterio estrictamente darwinista. Como el mismo
escribió en su libro The way to sucess, con los poderosos hay que unirse y a
los débiles hay que despreciarlos.
Merkel
y von der Leyen decidieron entonces mostrar decisión y poderío. Ambas
accedieron al legítimo reclamo norteamericano (lo venía planteando Obama con
insistencia) con respecto al débil aporte de las naciones europeas a la OTAN.
Pero Merkel, con clase, agregó que el tema iba más allá de esas “pequeñeces”.
Si von der Leyen, haciendo de “policía malo” había declarado que la política de
Putin es un peligro para Europa y advertido a Trump que no intente jugar de
modo unilateral, Merkel, haciendo de “policía bueno”, elaboró un listado de los
puntos donde debe ser intensificada la cooperación entre los EE UU y Europa:
terrorismo islamista, guerras civiles asimétricas (leáse Putin en Siria),
cambio climático, entre otros.
Quedó
así demostrado que las posiciones de Trump no son solo dependientes de sus
juegos tuiteros sino tambien de una constelación internacional de fuerzas, de
la solidez de las instituciones norteamericanas y no por último, de las
discusiones al interior de su partido donde voces razonables como las de John
McCain siguen siendo escuchadas.
La
nota disonante de la Conferencia de Múnich, aparte del airado y esperado
desconcierto del ministro del exterior de Rusia, Sergéi Lavrov, la proporcionó
el ministro del exterior alemán Sigmar Gabriel. Fiel a la pequeñez política que
lo caracteriza, Gabriel se manifestó en contra del aporte del 2% del ingreso
nacional bruto de Alemania a la OTAN. Afortunadamente sus opiniones, oportunistas
y electoreras, tienen poco peso, aún dentro de la socialdemocracia, su partido.
Lavrov
por su parte solo atinó a recitar la muy conocida doctrina Putin con respecto a
la OTAN. La OTAN es para Putin una institución de la Guerra Fría y por lo mismo
debe ser disuelta. Merkel, en cambio, dejó muy claro que la OTAN es el
instrumento militar de una alianza atlántica cuyos valores políticos y
culturales son compartidos por las naciones que la conforman -con algunas
excepciones como la Turquía de Erdogan- y hecha para defender a Europa de sus
amenazas internacionales. Que esas amenazas provienen del mismo país desde
donde venían durante la Guerra Fría, lo dejó en claro el propio vicepresidente
de los EE UU.
La
Guerra Fría, efectivamente, ya no existe. Pero las tensiones que la causaron
siguen presentes.
Europa,
y con ella las tradiciones y valores que representa, está amenazada desde
distintos frentes. Así lo especificó el discurso de Angela Merkel. El Brexit,
pasando por las neo-autocracias confesionales aparecidas en algunos países del
ex- mundo comunista y en la Turquía de Erdogan, los nacionalismos fóbicos y los
neo-fascismos, la persistencia del terrorismo islamista, el éxodo de millones
de refugiados de guerra provenientes del mundo islámico, y no por último, los
apetitos expansionistas de la autocracia rusa, son hechos más que evidentes.
Si EE
UU hubiera retirado sus tropas de la OTAN como anunció el disparatado Trump
durante las elecciones, ya estaríamos entrando a ese fatídico mundo
post-occidental (leáse post-democrático), objetivo distópico proclamado por
Putin. Por el momento Trump ha debido retractarse. Pero la imagen de un
presidente que no sigue una línea política y cambia de opiniones como un
camaleón -y no precisamente sobre el color de su corbata sino sobre temas de
los cuales depende la suerte de todo el mundo- no deja de provocar
desconcierto, angustias e inquietudes entre sus aliados occidentales.
Lamentablemente
no hay otra alternativa. Trump es y será por un buen tiempo presidente de los
EE UU. Hasta ahora, sin embargo, ha jugado, quizás en contra de su voluntad, un
papel positivo. Su imprevisibilidad y las dificultades para contar con él, han
terminado por unir a los gobiernos europeos frente a los peligros que se
avecinan. Ya era hora.
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