Por Jonatan Alzuru
¿Para qué relatar el
desgarramiento que todos estamos sufriendo? Se trata de hacer, de tomar
posturas. Lo sé.
Es muy difícil escribir. Se escribe
cuando se piensa con claridad. Y en la crisis espiritual que padecemos todos,
en esta noche oscura de nuestra patria y de nuestras historias personales, me
impide ver la claridad. Sé que está al final, a la salida del túnel pero
escribo a mitad de la noche, con luna menguante, sin luces de neón y en el
comienzo del túnel. No me pidas claridad que no la puedo dar. Escribo en
terremoto, con el tsunami en la espalda, sin lugar donde guarecerme. Y me
pregunto a quién le quiero escribir y para qué. Después de mucho pensar en el
tono, la forma y en mi interlocutor. Te imaginé a ti. Compañero, amiga,
hermano, hermana, camaraditas, con quien he compartido fragmentos de mi
existencia, pensando distinto pero celebrando siempre nuestras diferencias.
A ti que nos une la amistad y
los sueños. Tú lo sabes… ninguno de nosotros desea que quien marque los
destinos de la patria venga arropado con el espectro de Augusto Pinochet, ni
amparado bajo el ala protectora del despotismo imperial.
Sé de tus sueños de cambio, de
libertad, de justicia, de solidaridad. Sé de tu apoyo honesto al proceso
revolucionario y de tus combates al interior del Polo Patriótico contra la
corrupción, contra el autoritarismo y contra la estructura de decisión
verticalista. Sé que estabas obstinado de un país marcado por la partidocracia,
por el carnet y la corrupción galopante y allí compartíamos el mismo
sentimiento. Que detestábamos a los ladrones de cuello blanco y llorábamos
junto al pobre porque entendíamos que su exclusión de la vida social era el
mecanismo idóneo para el funcionamiento de un sistema que privilegiaba a una
clase explotadora que conocía perfectamente las calles de Miami y del este de
Caracas, pero que su mapa mental llegaba a lo sumo a los albores de Chacaíto.
Venezuela se reducía para ellos a cuatro calles y tal vez, se le dibujaba otro
país en el rostro de su ama de llaves, en el chofer y en el jardinero que,
paradójicamente, eran quienes les criaban a los hijos.
¿Recuerdas? Cuando un
desalmado en los ochenta mató a un joven que orinaba en una calle en Mérida y
se encendieron todas las universidades del país, encendimos literalmente a
Venezuela por los cuatro costados, los muchachos tomamos las calles; con Silvio
Rodríguez y Pablo Milanés enamoramos a nuestras novias que portaban casi como
un adorno de ocasión la cara del Ché entre sus senos; mientras escuchábamos a
los maestros y maestras; y ella, esa amiga, con sonrisa hermosa desarticulaba
con su verbo las estructura del poder despótico y juntos danzábamos los lunes,
corriendo, para escuchar a Earle Herrera, a Luis Brito García, a Pedro León
Zapata y al jovencito Laureano Márquez, a quien a veces invitaban, a la Cátedra
del humor, en el emblema de la resistencia y del pensamiento creador, en la
UCV.
Discutíamos los artículos de
Cabrujas, entre cervezas, que nos llevaban de la mano a una fiesta epistémica
entre Julio Ortega y Gilles Deleuze, Tony Negri, Gramsci y venían sendas
discusiones sobre los posmarxistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, la
literatura nunca faltaba como un campo comprensivo de nuestra realidad
latinoamericana. Otros compartían otras cervezas, otras mesas y otras
discusiones, pero un mismo clima nos arropaba en las sonrisas con capucha o sin
capucha, a desobedientes, a organizados, a librepensadores, a los jóvenes
poetas e intelectuales incipientes.
Nos entusiasmamos con el
cambio en los noventa; el ochenta por ciento de los venezolanos estábamos
hartos de un país que parecía deshilacharse y sentimos que era una exquisita
oportunidad para hacer una Gran Venezuela sin las medidas del Fondo Monetario
Internacional, sin neoliberalismo salvaje y sin el populismo caudillista del
entonces Presidente Carlos Andrés Pérez. ¿Recuerdas? Que no se había ni
siquiera implementado el paquete y ya estábamos marchando por una Universidad
pública y gratuita cuando los cerros bajaron porque la gasolina y el pasaje
habían aumentado y condenamos desde Petare, desde Coche, desde la Vega, desde
Maracaibo, desde Mérida, desde Anzoategui o desde Apure a la bota militar y
gritábamos, "¡Viva la U! ¡Viva la U! ¡Viva la Universidad! ¡Fuera la bo!
¡Fuera la bo! ¡Fuera la bota militar!"… Recordábamos en las marchas las
masacres de Yumare, Cantaura y el Amparo y la esperanza crecía por la conquista
de una sociedad donde el poder constituyente, el pueblo, esa multitud,
libremente se organizara y participara desde todas las perspectivas, con o sin
ideología definida, para la transformación radical del estado que sentíamos que
los poderosos solo habían hecho pequeños maquillajes con aquella Comisión para
la Reforma del Estado (COPRE).
El sueño fue encarnado por el
liderazgo de Chávez. Y millones de venezolanos con esos sentimientos
emprendimos la aventura en aquel barco. Por múltiples razones los amigos
empezamos a tener nuevas diferencias, distintas prácticas; algunos nos bajamos
casi al empezar la travesía, otros a mitad de navegación, otros hasta la muerte
del comandante y tú sigues allí; y ella y aquel otro también… Solo los
imbéciles suelen sacar el listado de errores a los otros, imaginándose
intachables; nosotros que somos otros, sabemos de nuestros errores y de
nuestros aciertos; pero además, sabemos que el pasado es inmodificable y del
futuro lo único cierto, la única certeza que se tiene es la muerte, siempre, no
solo en esta circunstancia… siempre el futuro está cargado de absoluta
incertidumbre. Lo decía aquel viejo alemán, somos seres arrojados para la
muerte.
Pero es posible hacerse cargo
del hoy. Hacerse responsable por las decisiones del hoy, porque estamos en un
límite y mil veces peor que antaño. Hacerse cargo es discernir el camino, cuál
camino elegir, quizás no se cambie a la sociedad ni su destino con esa
decisión, pero se transforma a uno mismo, en reconciliación no con una idea
abstracta, sino con el cuerpo ya cargado de heridas que nos constituye en
nuestras prácticas sociales. Reconciliarse con lo que hemos sido, siendo lo que
se es. Eligiéndose como destino en el mar picado de la contingencia,
constituyéndonos en obras de arte en permanente gestación.
No tienes que contarme lo
obvio. Lo difícil que implica en este momento deslindarse de una apuesta vital
forjada en las entrañas; pero sabes bien que hay una violencia estructural con
intereses foráneos que se articula a los intereses locales de lado y lado, en
esta noche oscura de nuestra patria y de nuestras almas, que es mucho más ácida
y cruenta que la protagonizada por los cuerpos represivos del estado y tiene
vocación de profundizarse, expandirse, desterritorializarse y eso sería para
nuestro pueblo, como dijo el poeta César Vallejo, un "Golpe como el odio
de Dios".
Apelo a tu cuerpo, a tu
sensibilidad radical, al grupo de amigos, a tu grupo de amigos y amigas, a
vuestras redes, les escribo a ustedes, es la hora de un movimiento de
movimientos, con más sueños, más fuerza y más organización que antaño que
posibilite una salida minimizando en lo posible la entrada en el infierno de
Dante, porque la constituyente es un cerrojo. ¡Nuestro cuerpo social urge de
ti!… No me preguntes cómo ni dónde, tú sabes más que yo… lo único que te digo,
que les digo, para mañana… para mañana… para mañana, será muy tarde.
02-06-17
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