Por Leonardo Morales P.
No es placentero seguir
apreciando la destrucción del país, esperando que el “vete ya” o el “no me
voy”, tenga un desenlace. Mientras una u otra opción busca imponerse, el país
se vuelve añicos. Por lo pronto, unos pocos defienden al régimen y la mayoría, al
día de hoy bien holgada, busca poner fin a esta tragedia que denominan el
madurismo; otros, sin embargo, tratan de sobrellevar una vida accidentada por
los acontecimientos diarios.
Las noches se convierten en
angustias. La búsqueda de información veraz es una tarea permanente por el
silencio que oficinas gubernamentales han impuesto a los medios de
comunicación. Las redes sociales han sustituido los medios tradicionales,
informando los acontecimientos, pero también tergiversando y desinformando a
una sociedad ávida de noticias verdaderas. De cualquier forma, las noticias que
“surfean” por las redes no traen sino más de lo mismo: represión, presos,
heridos, asesinados. Cuantas veces no ha espetado un ciudadano, atribulado por
los insólitos acontecimientos: ¿Qué carajo nos pasó? ¿Por qué llegamos a esto?
Serán las interrogantes que
los investigadores sociales deberán responder para no volver a transitar estos
terribles senderos.
Los hechos que estremecen a
Venezuela no son de poca relevancia; diversos países han llamado la atención
acerca de las medidas a adoptar para rescatar el sosiego de la sociedad. Pero
nada, ninguna ha contribuido a mejorar el clima y, de manera pavorosa, la
turbulencia social y política se ha agitado mucho más.
A pesar del fracaso de los
tres expresidentes que buscaron, a través de una vía saludable como la del
diálogo, una salida a la crisis, insistir en la ayuda internacional siempre
será necesaria, particularmente, cuando los actores enfrentados no han sido
capaces, por sí solos, de abonar un terreno para la paz.
En esta suerte de juego no
cooperativo, en el que cada quien quiere ganarlo todo, nos debe lleva a no
considerar los beneficios que el país podría obtener si los actores
confrontados abandonan las posiciones irreductibles y dan paso a la
cooperación.
La gravedad del conflicto en
Venezuela no debe tratarse con la dinámica con la que operan los organismos
internacionales. Ir al ritmo de éstos supondría un número de víctimas, todas
asesinadas por las fuerzas regulares e irregulares del gobierno, cuya cantidad
nadie puede cuantificar. Las sanciones, muchas veces celebradas, terminan
siendo ineficaces frente a la violencia con la que actúa el gobierno frente a
las manifestaciones.
Venezuela necesita una acción
internacional enérgica, no necesariamente de algún organismo internacional,
sino de algunos actores que ejercen una importante influencia en el mundo, que
obligue a los protagonistas de la diatriba política venezolana a transitar una
salida democrática apegada a la norma Constitucional del país. No valen en
estas circunstancias atajos de ninguna naturaleza que generen dudas razonables.
La única incertidumbre que
debe aceptarse es aquella que siempre establecen los procesos electorales
genuinamente democráticos, que en nuestro caso se corresponden con las
elecciones regionales en las que de manera injustificada hay una mora.
Tal como van las cosas, la
tranquilidad y la paz venezolana, al parecer, no se encontrará con los paridos
por esta tierra. Lanzar un grito de ayuda, una petición de cooperación, para
erradicar la violencia política dirigida por el Estado, siempre será una
diligencia que no debemos soslayar.
02-06-17
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