Angel Oropeza 08 de junio de 2017
@angeloropeza182
“Cuando
el destino nos alcance” (Soylent Green) es una película
estadounidense de 1973,
que narra la historia de un mundo sumergido en el caos donde predominan la
escasez de alimentos, la pobreza y el hampa desatada.
La sociedad
que describe la obra se divide en una élite dominante que vive en casas de gran
lujo y tiene acceso a alimentos de primera calidad, y una masa empobrecida que
hace colas en las calles y espera el reparto –así como las bolsas de limosna
del CLAP- de la comida que el régimen decide otorgarle.
“Cuando
el destino nos alcance” presenta una realidad posible, pero que nadie hubiese
podido imaginar unos pocos años antes. La película constituye un llamado a la
reflexión para preservar el planeta antes que sea demasiado tarde, y un
recordatorio que las cosas más aterradoras y tenebrosas simplemente pueden
ocurrir si no hacemos lo que hay que hacer para impedirlas.
La
película se desarrolla en un imaginario 2022. Para los venezolanos de 2017, las
escenas más lacerantes del film ya forman parte del paisaje cotidiano. Para
nosotros no es ficción, sino una escandalosa y obscena realidad: inmensas colas
de hermanos nuestros buscando los pocos alimentos que pueden adquirir, niños
hurgando en la basura restos de comida para medianamente subsistir, madres
llorando a sus hijos arrebatados tempranamente por el hampa o la represión,
padres angustiados buscando desesperadamente cómo llevar algo que comer para
sus familias, o ancianos y enfermos muriendo por falta de medicinas.
El
drama no termina aquí. La verdadera tragedia es que los responsables de esta
catástrofe social quieren convertirla en permanente e irreversible. En el colmo
de sus apetitos de poder y riqueza, el grupito de privilegiados que hoy
gobierna Venezuela ha inventado ahora un mecanismo perverso y corrupto para
escapar de la soberanía popular y de la presión popular de indignación que hoy
revienta las calles del país. El miedo al pueblo les ha llevado a tramar
un disfraz fraudulento de una supuesta “constituyente”, con el cual pretenden
cambiar la Constitución y la estructura de la República sin consultar
previamente al pueblo si autoriza a que eso se haga. Una “constituyente” para
eternizar el drama social y de exclusión que hoy padecemos.
Lo
cierto es que si la dictadura llega a concretar su propósito de consolidarse
con este fraude, ello significaría sencillamente la disolución de Venezuela
como república. Y esto no es ni exageración ni un recurso retórico alarmista.
Pongamos sólo siete ejemplos: de imponerse la supuesta “constituyente”,
desaparece para siempre la figura del voto popular y universal, se elimina la
Asamblea Nacional, al igual que otros poderes públicos incómodos como la
Fiscalía General, la Fuerza Armada terminaría por transformarse, ya institucionalmente,
en el brazo armado del Psuv, la soberanía ya no residiría en el pueblo sino en
colectivos oficialistas, la estructura política del país pasaría de estados y
municipios a comunas, y Maduro pudiera quedarse indefinidamente en el poder. En
pocas palabras, como la decadente oligarquía roja no puede gobernar Venezuela
ni tampoco puede con esta Constitución, necesita por la fuerza inventar otra
Carta Magna y crear otro país donde sí puedan seguir gobernando.
Frente
a esto, no queda otra opción que impedirlo. No podemos permitir que la
destrucción de Venezuela se concrete. Para ello, hoy más que nunca hace falta
perseverancia en la estrategia y unidad en la presión popular. La exigencia es
que se consulte al pueblo y que sea el pueblo quien decida.
Hay
gente que pregunta: ¿y hasta cuando es esta lucha? La respuesta es directa:
hasta triunfar. Pero hay una batalla crucial que arranca esta semana y se
extenderá, según el CNE y si los dejamos, hasta finales de julio. Pues tenemos
desde ya y hasta esa fecha que prepararnos para impedir la disolución de la
República. Que nuestros hijos y nietos no nos reclamen mañana que había un país
maravilloso llamado Venezuela, y que desapareció en nuestras manos.
Por
Angel Oropeza
@angeloropeza182
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