Por Gregorio Salazar
La apoteosis Vinotinto hizo
eclosión en el viejo pero reverdecido engramado del estadio Olímpico de la UCV.
Allí, enmarcada en la alambrada de tubos retorcidos y sillas plásticas
descoloridas y destartaladas, tuvo lugar la celebración de la hazaña deportiva
más destacada del país, y seguramente la más importante para una competición
por equipo desde el triunfo en el mundial de beisbol de La Habana en el 41.
Sol radiante que se colaba por
entre densos nubarrones plomizos acompañó la espera hasta poco después de las
cinco de la tarde. Como no podía de ser otra forma, el público plenó las
graderías para rendir tributo a quienes dejaron como sello indiscutible de su
calidad y preparación física el haber sido el equipo más goleador y haber
vencido en sus tres últimos partidos después de tener que jugar un tiempo
extra. De Corea del Sur se trajeron el subcampeonato, pero ¡qué cerca se estuvo
del trofeo campeonil!
A voz en cuello, la multitud
disfrutó de la presencia y los mensajes emocionados de los muchachos que nos
llevaron por primera vez a una final de un campeonato mundial de balompié. Uno
a uno fueron emergiendo mediante un sencillo mecanismo elevador desde la parte
baja e interior de la tarima para encontrarse con el rugido de más de diez mil
gargantas que coreaban sus nombres. Después de los jugadores, todo el elenco de
técnicos, que también demostraron que son de primera línea. La escarlata barra
caliente del Caracas F.C. puso los tambores y los gritos más estentóreos.
Con todas las banderías
licuadas en Vinotinto, todos echamos a volar nuestros sueños, como lo pidió el
potente liderazgo del director técnico Rafael Dudamel, seguros de que esta
generación está llamada a plenarnos el corazón de emociones y satisfacciones en
las categorías superiores y que va a cristalizar en un futuro no muy lejano el
gran objetivo: competir en el mundial de mayores. Nadie lo dijo, pero esa tarde
en el Olímpico el pacto quedó suscrito.
Fue precisamente durante la
intervención de Dudamel, aunque no provocado por él, que surgió de improviso el
formidable coro que nos recordó el entorno en el que se ha producido la proeza
Vinotinto:” ¡Y va caer…y va a caer...este gobierno va a caer!”. Grito no
inesperado y ciertamente tampoco novedoso, pero que todos coreamos con el
convencimiento que más temprano que tarde será concreta realidad. Sus
resonancias trajeron una garúa suave y benevolente.
El éxito de la selección Sub
20 se ha erigido como una hermosa flor, con sus pétalos de un radiante
Vinotinto, que brotó en medio de un mar de escombros: la revolución chavista ha
sumido a Venezuela en la mayor postración de su economía, una
desinstitucionalización galopante y las más calamitosas condiciones de vida de
sus ciudadanos en tiempos republicanos: sin alimentos, sin medicinas, sin
empleo, sin seguridad personal. En suma, sin democracia.
Ahora que los poderosos están
empeñados en enrejar a la sociedad y ponerle candados irreversibles mediante la
imposición de una asamblea nacional constituyente que nadie quiere y que sólo
necesitan ellos para su perpetuación, el irreverente y retador grito de la
ciudadanía de todas clases y condiciones reunida en el viejo coso de la Ciudad
Universitaria debe haber cruzado nítido y fulgurante bajo el arco de Miraflores
hasta estrellarse en los tímpanos de los amos del poder.
Así fue: el referéndum que
escamotéo el árbitro vendido lo cobró por su propia decisión el pueblo, la
multitud enfervorecida, otra vez guiada por el ímpetu de los jóvenes de corazón
vinotinto. Héroes todos, los del estadio y los que luchan todos los días en las
calles de Venezuela. Gloriosamente todos, los caídos y los que se levantan
todos los días a renovar su empeño por darle un futuro promisor a su país.
15-06-17
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