RAFAEL LUCIANI 03 de junio de
2017
@rafluciani
En
estos tiempos tan complejos y difíciles nos invaden sensaciones extrañas que
hacen pesada nuestra vida cotidiana. El miedo, la angustia y la incertidumbre
acerca del futuro pueden paralizarnos e inhibirnos de nuestras luchas por un
futuro mejor. El gran triunfo de cualquier victimario está en convertirnos en
sus víctimas, en paralizarnos y transformarnos en personas que, aunque no
hagamos mal alguno a los demás, dejamos de hacer el bien común que nos
corresponde hacer. En ese momento, habremos perdido la conciencia moral que
debe regir nuestros discernimientos.
Las
Sagradas Escrituras nos ofrecen un mensaje iluminador al respecto. En el libro
de Isaías se nos dice: “Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis!
Nuestro Dios viene a salvarnos” (Is 35,4). Del mismo modo, cuando María se
encuentra en su momento de mayor inseguridad, llena dudas y afectada por el
desprecio de sus vecinos y conocidos, el Ángel se le aparece y le comunica: “No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30). Hoy, en
Venezuela, ese mismo Dios, misericordioso y compasivo, lento a la cólera y rico
en piedad (Ex 34, 5-8), nos invita a superar nuestros miedos y desánimos porque
la persecución, el sufrimiento y la muerte no son la última palabra. Esta fue
la convicción que sostuvo a los primeros cristianos cuando sufrían las
consecuencias de la persecución romana y el martirio.
Recordar
el continuo llamado de Dios a no temer nos debe animar en estos momentos de
tanta angustia y dificultad, pues Dios siempre está del lado de las víctimas y
nunca del victimario. Cuando el profeta Isaías clamó esas palabras de esperanza
y consuelo, lo hizo a un pueblo que vivía sometido a la esclavitud y la
opresión, para que se levantara y luchara. La angelofanía del relato de la
anunciación a María le trajo esperanza y confianza a una joven que no veía con
claridad su futuro. Los relatos bíblicos nos ayudan a descubrir cómo la
esperanza divina se ofrece en medio de aquellas situaciones de soledad y
resequedad de la existencia, donde no se ve futuro claro alguno, ni salida
viable ante los conflictos y pareciera que el camino del sufrimiento es el
único posible que nos queda.
Dios escucha el clamor
A lo
largo de las Escrituras, Dios siempre se revela como quien escucha el clamor y
la indignación de su pueblo. Él nos ofrece un mensaje de esperanza que, a
diferencia del miedo, busca que retomemos el camino del reencuentro con los
otros y nos tratemos como hermanos y hermanas de un mismo pueblo. Sólo un
pueblo hermanado puede recuperar su sanidad mental, estabilidad política y
progreso socioeconómico. Pero esto requiere de un arduo esfuerzo personal por
superar el miedo y levantar las barreras que nos separan e impiden acercarnos
al otro. El victimario nunca es dueño del futuro. Nuestro mayor triunfo será el
no dejarnos convertir en víctimas, en no vivir bajo el peso de la opresión
mental y física que nos inhiba a actuar y a expresarnos con la libertad de los
hijos e hijas de Dios.
La
libertad comienza cuando superamos el miedo. No temer significa transformar la negatividad
y la pesadumbre en libertad para actuar, en voluntad de reencuentro con los
otros. Significa ponernos en marcha, salir y caminar (Ex 12, 37-38) como un
solo pueblo que gime por su bienestar. Esto supone la convicción firme en un
Dios que no descansará hasta que tengamos una calidad de vida como la que Él
mismo vive. Es lo que los cristianos oramos cuando decimos: “así en la tierra
como en el cielo”. No nos dejemos vencer por el miedo.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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