Por Arnaldo Esté
No puedo ni quiero dejar de
ser optimista.
El gobierno va a salir y las
elecciones van a tener un resultado que indica su salida.
Los juegos sociales no son
lineales. No solo por la complejidad de la difícil conjunción de ideas,
antecedentes y aspiraciones que se reúnen en la MUD, sino que es la nota de los
juegos sociales. Cuando en su apariencia son lineales, como es el caso de las
dictaduras, las monarquías despóticas como la saudita, el curioso engendro
escénico de Corea del Norte o la aspiración mal hecha de nuestro régimen, ahora
y en esta época, no hacen sino comprimir o retardar las insurgencias. El modo
atómico de la discusión Trump-Kim Jong-un, visto desde un lado diferente al
tenebroso, tiene el sabor de pelea de pandilleros.
Pero aquí la salida del
gobierno deberá traer un cambio social.
Las noticias de lo que uno
ve en universidades y escuelas son tenebrosas. Mira que hemos vivido
visitándolas y estudiándolas, hemos encontrado pobreza y rezago pedagógico.
Pero ahora la ruina física en locales y equipamientos se agranda con una grave
desmoralización. Atmósferas de tristeza y terrible amarro de una rutina que ni
siquiera logran cuajar.
No obstante, desde esa ruina
de nuestros centros de estudio, hay que saltar hacia un futuro de cambio y
construcción. La educación es un complejo juego social que tradicionalmente
trata de perpetuar, de repetir en los estudiantes las relaciones sociales que
han sido.
Ahora la crisis y el cambio
de gobierno nos prestan la oportunidad para cambios en la educación. Cambios en
las relaciones autoritarias maestro-alumno que no cultivan la democracia y
obstaculizan los procesos de aprendizaje.
En la educación hay una
relación de proporción directa entre la participación y aprendizaje. Mientras
más participa el aprendiz, más aprende. Pero la participación es un valor
negado por la disciplina inculcada de la obediencia receptiva: orden y
silencio.
Hay que llevar a los
estudiantes a participar, y esto no es sencillamente espontáneo cuando los
valores dominantes generan obediencia y silencio.
Las acciones de la gente en
la calle muestran el deseo, la posibilidad y necesidad de participar y de
transformar la participación en un valor de vigencia general: en las aulas, en
la calle o en las elecciones. Por muy manoseadas que ellas se den. Ese es el
cuadro.
Hay que cultivar y ejercer
la participación como valor, como manera humana de ser, en todos los espacios.
No es cosa de sentirse menos
porque se dialoga o se negocia. Son maneras de la relación humana bien
argumentada por las artes de la política, que nos dicen que no hay que ir a la
plaza con armas en la mano.
No me gusta citar autores en
breves artículos de prensa, pero Maquiavelo el florentino, filósofo del poder y
la política, en su bello ingenio de sátira y consejos, establece a los
príncipes, a los gobernantes, como bandidos inevitables. Y a la vez que habla
de las normas que deben seguir para conservar su poder, también habla de las
maneras de subvertirlos, de las maneras de cuestionar su poder, implicando que
son tantas las vías para tomar y conservar el poder, como las maneras de
negarlo. Las elecciones son una manera de negar a los “príncipes”.
Hay que votar y hay que
transformar las aulas en ambientes de participación.
arnaldoesté@gmail.com
30-09-17
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