Por Leonardo Morales P.
El optimismo es una forma de
vida, de dar cara a las circunstancias aun cuando ella se revele adversa. Vivir
de esa manera siempre ofrece la ventaja que, aun cuando la adversidad se
atraviese, existe en el yo de cada quien la necesidad de enfrentar el próximo
obstáculo con el mismo entusiasmo. El optimista siempre ve hacia el futuro,
consigue en la desventaja una oportunidad para lograr objetivos.
Su contrario, el pesimista, es
una suerte de llorón crónico. Éste siempre se siente amenazado y obstaculizado.
Sus circunstancias y sus fracasos, que en la mayoría de los casos abundan, se
lo atribuyen a terceros. El pesimista vive en una eterna tautología, no crea
ideas sino que gira sobre ellas, sobre sus errores. Es, por lo general, una
especie que milita en el fracaso y quiere que los demás se abracen a su
tragedia.
Estos seres, suerte de nube
negra, pretenden dictar pautas a aquellos para quienes la vida no transcurre en
la sinrazón, sino que, por el contrario, viven en el conocimiento y enseñanzas
de la historia, en la reflexión sobre los procesos sociales y políticos, en un
fluir permanente de ideas.
A días de realizarse un
proceso electoral los pesimistas siguen sin entender que el logro de un triunfo
de los sectores democráticos, obteniendo la mayoría de las gobernaciones, tiene
implicaciones significativas en el fin del régimen. Qué hubiera acontecido si
los venezolanos y los chilenos no hubieran concurrido a las consultas populares
adelantadas por Pérez Jiménez (1957) y Pinochet (1988), con pleno control de
los organismos electorales. No lo sabemos, pero sí se sabe de las consecuencias
de su participación: en ambos se casos se legitimó, a través del sufragio, el
fin de esas dictaduras y no su régimen.
Suponer que la abstención
electoral será el detonante que hará posible que el portaaviones Gerald R. Ford
surque el Mar Caribe para poner orden en Venezuela, revela lectura de
historietas inútiles. Los venezolanos hemos atravesado momentos de gran
dificultad y la que hoy nos agobia la superaremos. Bien vale la expresión de
Rómulo Betancourt en alusión a Fidel Castro: "Dígale a Fidel Castro
que cuando Venezuela necesito libertadores, no los importó, los parió".
Dejemos a los Marines donde deben estar.
El voto no es un acto fútil
como algunos sugieren, por el contrario, es un arma poderosa, nada desdeñable,
que debe ser utilizada en todas aquellas oportunidades que se presenten.
Insistir en la abstención nos coloca lejos de los principios democráticos y
deja en manos del régimen instituciones que no obtendrían de otra manera.
Los abstencionistas,
escépticos y pesimistas, insistirán en mostrar virtudes inexistentes en su
postura, conjugarán el verbo legitimar, muy de moda en sus discursos, cual
salvavidas de concreto al cual están asidos junto a Maduro.
La realidad parece revelarse
inexorablemente en sentido contrario a sus intereses. El pueblo venezolano ya
ha probado el amargo sabor de la abstención y sus consecuencias; qué hubiera
sido del corajudo pueblo tachirense si su gobernador hubiera sido otro, idea
que puede repetirse en otros estados.
Hoy no se trata de lo que se
pueda hacer al frente de un gobierno regional, sino de los efectos devastadores
que tiene para el gobierno nacional perder la mayoría de ellas. Hacia allá va
dirigido el éxito electoral del próximo 15 de octubre: a abrir las esclusas que
desalojarán del poder a la arbitrariedad y a la incompetencia.
El optimismo, ergo, la
esperanza es la que ha de apoderarse de la razón de las grandes mayorías
nacionales, para brindarse el derecho a obtener un triunfo electoral que
colocará al país en la antesala de un mejor porvenir.
07-10-17
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