Por Arnaldo Esté
Ciertamente, es necesario
pensar en el día siguiente (Toro Hardy, El Nacional 5/10/17).
El cambio de gobierno no es
necesariamente inminente, pero sí es necesario e inevitable. La cascada de
acontecimientos en la calle, la organización de la oposición, la
consiguiente presión internacional, el agotamiento económico y el ya previsible
resultado de las elecciones regionales nos permiten hablar de ese cambio.
Con el cambio hay prioridades
que atender. Pero algo que es, más que prioritario, urgente: comida y medicinas
y que el nuevo gobierno tendrá que atender de inmediato. No es cuento, no es
simple noticia que la gente se está enfermando y muriendo por esas carencias.
Pero más allá de esa urgencia,
la prioridad mayor es la educación.
La educación resulta de dos
cursos de interacción humana. La formal y la que se desprende del resto de la
vida social.
En la formal convergen
estudiantes (alumnos) con sus atributos familiares y comunitarios; docentes
también con sus acervos familiares, comunitarios y los logrados a su vez en
instancias formales, escuelas y universidades, y el llamado currículo. De esa
conjunción sale una cierta formación, no necesariamente correspondiente a una
profundización de la democracia, con sus valores y competencias.
Otra gran fuente de educación
resulta de la pedagogía social, no formal, del modelaje e interacción, del
actuar e imagen de instituciones, líderes y dirigentes, medios de comunicación,
redes sociales…
La primera fuente de
educación, la formal, está pedagógicamente atrasada en lecciones,
memorizaciones y autoritarismo, y largamente abandonada en edificaciones,
recursos y remuneración de docentes.
A la pedagogía social
concurren tanto la terrible imagen del gobierno como el destrozo de las
instituciones y la petrofilia. El uso reiterado del petróleo para la
preservación del poder y el alimento de la corrupción.
De la educación se derivan
muchas de las otras prioridades: la salud, la seguridad tanto en su sentido
institucional y legal como en la preservación de la vida y la integridad
personal y las competencias necesarias para la producción económica y cultural.
No niego la importancia y
prioridad de los cambios en lo que llaman muy reiteradamente “el modelo
económico”, pero sin la calidad humana, no hay modelo que funcione. Y la
calidad humana, insisto, atiende a los valores y competencias que se tenga. Es
el conjunto ético que le da dignidad a la persona y cohesión y sentido a la
nación, lo que refiere, por supuesto, a la superación de esa petrofilia y a la
comprensión y tenencia del país en su historia, ambiente y territorio, como
base y fuente para la satisfacción de mucho más que sus necesidades básicas.
07-10-17
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