Por Piero Trepiccione
En comunicación
política no puede haber recomendación más sabia que la concentración de
las vocerías. El mensaje, o lo que quieres transmitir, tiene que llegar
con la mayor claridad posible a tu audiencia para que pueda ser
procesado adecuadamente a los objetivos que te has planteado y, en
consecuencia, lograr la identificación plena con la opinión pública.
Esa recomendación fue atendida
cabalmente por la oposición venezolana que, después del estruendoso
fracaso de 2005, le pidió a Ralph Murphine, un
conocidísimo consultor político internacional, venir al país para
sugerir algunas herramientas para su reorganización. Lo primero y más enfático
que dijo Murphine fue justamente la cantidad de voceros alrededor de
la coordinadora democrática que impedían realmente llevar a cabo planes
comunicacionales de gran impacto.
Seguidamente pasó a
decir: “es necesario que la oposición venezolana tenga un vocero o a lo
sumo dos, para actuar y comunicar con lógica y efectividad”. Sus palabras
fueron atendidas, aunque para ello, pasaron más de tres años hasta que se
conformó la llamada Mesa de la Unidad Democrática en 2009. De allí
hasta aquí la historia es harto conocida. El punto de ebullición política por
parte de la Mud llegó en diciembre de 2015 con su amplia victoria en
las elecciones parlamentarias. En ellas, la plataforma opositora
logró actuar monolíticamente alrededor de la marca Mud y encarnar la esperanza
de cambio tan anhelada por la gran mayoría de los venezolanos.
Después de allí, surge un
nuevo país: “Egolandia”, donde aparecen por doquier voceros y vocerías con
ganas de protagonismo y montarse en el “coroto” lo más pronto posible. El país de
los egos entró con tanta furia y pasión que fue capaz de volar en mil
pedazos a la plataforma opositora y además hacer añicos, la esperanza de
millones de venezolanos que veían una alternativa de cambio a la difícil
situación económica que estaban atravesando.
Los resultados de las
elecciones de octubre y diciembre de 2017 son un producto de la aparición de
Egolandia. Lamentablemente, los egos aún no se han dado cuenta de que le
están poniendo en bandeja de plata la reelección de Nicolás Maduro en 2018. Un
presidente con un rechazo popular superior al sesenta y cinco por ciento puede
ser reelegido por la interpretación política egocentrista que impide
ver más allá del interés personal en esta crisis de dimensiones
todavía desconocidas.
Mientras tanto, el pueblo
venezolano se mueve entre la desesperanza y la supervivencia.
Un escenario que puede ser aprovechado por un outsider que
no ha aparecido en el horizonte pero que las circunstancias históricas lo
pueden catapultar. Un outsider parecido más al mesianismo que a la
construcción colectiva de un nuevo modelo de Estado y sociedad. Todo
un riesgo más por culpa de Egolandia y el círculo de los enanitos…
15-12-17
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