PIERO TREPICCIONE 04 de enero de 2018
En comunicación
política no puede haber recomendación más sabia que la concentración
de las vocerías. El mensaje, o lo que quieres transmitir, tiene que
llegar con la mayor claridad posible a tu audiencia para que
pueda ser procesado adecuadamente a los objetivos que te has planteado y, en
consecuencia, lograr la identificación plena con la opinión pública.
Esa
recomendación fue atendida cabalmente por la oposición venezolana que,
después del estruendoso fracaso de 2005, le pidió a Ralph Murphine, un
conocidísimo consultor político internacional, venir al país
para sugerir algunas herramientas para su reorganización. Lo primero y más
enfático que dijo Murphine fue justamente la cantidad de voceros alrededor
de la coordinadora democrática que impedían realmente llevar a cabo planes
comunicacionales de gran impacto.
Seguidamente
pasó a decir: “es necesario que la oposición venezolana tenga un vocero o
a lo sumo dos, para actuar y comunicar con lógica y efectividad”. Sus
palabras fueron atendidas, aunque para ello, pasaron más de tres años hasta que
se conformó la llamada Mesa de la Unidad Democrática en 2009. De
allí hasta aquí la historia es harto conocida. El punto de ebullición política
por parte de la Mud llegó en diciembre de 2015 con su amplia victoria en
las elecciones parlamentarias. En ellas, la plataforma
opositora logró actuar monolíticamente alrededor de la marca Mud y encarnar la
esperanza de cambio tan anhelada por la gran mayoría de los venezolanos.
Después
de allí, surge un nuevo país: “Egolandia”, donde aparecen por doquier
voceros y vocerías con ganas de protagonismo y montarse en el “coroto” lo más
pronto posible. El país de los egos entró con tanta furia y pasión que fue
capaz de volar en mil pedazos a la plataforma opositora y
además hacer añicos, la esperanza de millones de venezolanos que veían una
alternativa de cambio a la difícil situación económica que estaban atravesando.
Los
resultados de las elecciones de octubre y diciembre de 2017 son un producto de
la aparición de Egolandia. Lamentablemente, los egos aún no se han dado
cuenta de que le están poniendo en bandeja de plata la reelección de Nicolás
Maduro en 2018. Un presidente con un rechazo popular superior al sesenta y
cinco por ciento puede ser reelegido por la interpretación política
egocentrista que impide ver más allá del interés personal en esta crisis de
dimensiones todavía desconocidas.
Mientras
tanto, el pueblo venezolano se mueve entre la desesperanza y la supervivencia.
Un escenario que puede ser aprovechado por un outsider que
no ha aparecido en el horizonte pero que las circunstancias históricas lo
pueden catapultar. Un outsider parecido más al mesianismo que
a la construcción colectiva de un nuevo modelo de Estado y sociedad. Todo
un riesgo más por culpa de Egolandia y el círculo de los enanitos…
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