Por Edward Rodríguez
“Esta casa se jod…”, diría la
famosa “Vieja de la cerca y los mangos” para resumir la pérdida de
respeto y majestad que han tenido los cargos de los funcionarios
públicos en Venezuela, y que constituye, aunque parezca una nimiedad,
un gran problema a solucionar dentro del cambio y reconstrucción del país.
Desde hace tiempo me preocupa
el tema porque el respeto es la base de la confianza; determinante para el
crecimiento, desarrollo, progreso y futuro en cualquier tipo de relación.
Hablar de
un Alcalde era referirse con respeto al gobernante de más cercanía a
los ciudadanos, compartiéramos o no la ideología o la tendencia política que
representara; uno decía: es el alcalde de mi ciudad.
Diputado o senador tenían
un significado distinto, sobre ellos recaía la función de redactar leyes,
controlar y denunciar la corrupción, el narcotráfico y todo lo
que anduviera mal. De un gobernador se decía que era aquella figura que uno
veía con más mérito para regir los destinos de las regiones.
En el caso de los ministros,
había ese toque de admiración y de sentir que tenían méritos para ser el motor
de un Gobierno; el de infraestructura tenía el trabajo de hacer carreteras, el
de finanzas, llevar la política económica de la nación, el de Energía y
minas, la política petrolera.
Los jueces, magistrados,
fiscales y defensores públicos, la ley y la rectitud por sobre todas las
cosas, eran los hombres y mujeres “ciegos” para ser justos y con una balanza
sobre sus hombros. Hoy por hoy sentimos que toda esa majestad se perdió.
En la actualidad, nos da igual
quién sea el alcalde pues ya no goza de nuestro respeto, no nos asombra, ni nos
preocupa si nos gobierna un malandro o un corrupto pues decimos: eso no sirve y
seguimos. Si nos hablan de un parlamentario, preguntamos, ¿Qué hace
fulanito? ¿Qué denunció? ¿Qué se logró con eso? Descalificamos, faltamos el
respeto y seguimos.
Valdría la pena reflexionar
sobre el tema para rescatar la majestad de los cargos, el respeto al
funcionario público designado y electo a través del voto, si no examinamos y
reconsideramos al respecto creo que sería difícil volver a creer en esa
majestad.
Para esto, el trabajo del
político tiene que ser ejemplar, de conocimiento en la materia, de sensibilidad
social, de carácter y cercanía para que genere credibilidad en la
sociedad. De parte de nosotros, los ciudadanos, la tarea consiste en volver a
creer, en confiar, y sobre todo en respetar.
Hay ciudades en el mundo donde
la gente no sabe quién las gobierna, pero el sistema funciona. En el caso
nuestro, el protagonismo personal siempre está presente y por encima del
trabajo o responsabilidad que se tiene.
Creo que si de ambas partes se
construye esa nueva majestad estaríamos recuperando un valor fundamental en
quien nos dirige.
En días pasados conversando
con varios venezolanos en el exterior en condición de exilio me impresionó la
magnitud de la opinión que se tiene sobre funcionarios públicos en ejercicio o
no. “Fulano de tal se vendió, sutano, a ese lo compraron, perencejo se llenó
los bolsillos”, eran los señalamientos que se hacían contra ministros,
alcaldes, jueces, gobernadores y cualquier otro funcionario público cuyo nombre
saliera a relucir en la tertulia.
En medio de esa especie de
fusilamiento colectivo, yo me preguntaba: ¿será que nadie se salva?
Las redes sociales tienen un papel preponderante en
la descalificación, pero no podemos creer que son las responsables de
todo cuando el valor fundamental de la majestad del cargo está en manos de
quien lo ostenta.
Tener un cargo para no
ejercerlo no tiene sentido, tenerlo y ejercerlo mal es peor todavía, pero
tenerlo y no trabajar en que vuelva la admiración y el respeto es algo
imperdonable.
Del cargo presidencial lo dejamos para un próximo artículo; sin duda el más devaluado de todos, pero es momento de cambiarlo y salir de este desastre para recuperar la majestad.
09-01-18
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