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viernes, 2 de febrero de 2018

Venezuela y la “comunidad internacional” por @FernandoMiresOl


Por Fernando Mires


El poder de las palabras –dicen los semiólogos– es configurar la realidad a través de sus signos. Más aún: crean realidades pues las cosas existen solo cuando tienen nombre o denominación. Las palabras son significantes de significados. Pero –he aquí la trama– no es el significado lo que crea al significante sino el significante al significado. Poder tan poderoso que nos obliga a ajustar constantemente al significante con lo que desea significar. Y eso, al fin, significa pensar.

Pensar es restituir el orden de las cosas a fin de establecer una nueva relación entre significante y significado. Esa es la razón por la cual pienso que ha llegado el momento de re-pensar un concepto que ocupa un papel dominante en el discurso de la política venezolana. Ese concepto es, “comunidad internacional”

1. ¿Qué es la comunidad internacional?

“Comunidad internacional”, tópico recurrente en cada discusión sobre Venezuela. Para muchos, un golpe de autoridad irrefutable al que no cabe sino acatar. No obstante hay un problema: ¿estamos seguros de que cuando aludimos a ese significante estamos pensando exactamente lo mismo? Si no es así, ha llegado la hora de de-construir el contexto internacional donde está situada Venezuela

¿Qué es la llamada “comunidad internacional”? Evidentemente, un conjunto de naciones unidas. Con razón la comunidad internacional por excelencia son las Naciones Unidas. Frente a ella todas las otras son simples sub-comunidades. En ese sentido todo el globo está poblado por sub-comunidades, desde asociaciones económicas, pasando por tratados comerciales, hasta llegar a instituciones regionales (como la EU y la OEA) o comunidades subregionales como son las africanas y las asiáticas.

Al lado de las sub-comunidades institucionalizadas, existen también sub-comunidades informales. Se trata de agrupaciones –o si se prefiere, alianzas políticas– de gobiernos que persiguen un fin común, las que carecen de una institucionalidad perdurable y que por lo mismo están destinadas a disolverse si es alcanzado –o en su defecto, si no es alcanzado– el objetivo que transitoriamente las unifica. A esas comunidades informales pertenece el llamado Grupo de Lima


2. El Grupo de Lima

El Grupo de Lima, visto desde esa perspectiva, es una típica asociación informal de gobiernos democráticos. Su objetivo ha sido y es buscar una solución a la profunda crisis política que vive Venezuela bajo el régimen encabezado por Nicolás Maduro.

El Grupo de Lima, recordemos, surgió frente a la imposibilidad de la OEA para lograr la mayoría necesaria requerida a fin de condenar la política dictatorial en Venezuela. Eso no significa que el Grupo de Lima sea una ramificación o un sustituto de la OEA. Por el contrario, se trata de una asociación de naciones que desde el momento de su formación (septiembre del 2017) fijó como tarea principal convocar a un diálogo entre los principales actores políticos en contraposición a los términos planteados por el secretario general de la OEA, Luis Almagro. Como es de conocimiento público, Almagro, haciéndose eco del sector más extremo de la oposición, se pronunció en contra de cualquiera posibilidad de diálogo. El Grupo de Lima, en cambio, contradijo la posición de Almagro.

Dicho en términos taxativos: el diálogo que tiene lugar en la República Dominicana entre la oposición y la dictadura no habría sido posible sin la mediación y sin la presión del Grupo de Lima. Si no hubiera sido por el Grupo de Lima nunca habría habido diálogo. Quien quiera criticar al diálogo, debe criticar, en primera línea, al Grupo de Lima.

Pero el Grupo de Lima no es la comunidad internacional. Es, cuando más, una parte, o si se prefiere, una alianza internacional muy importante y numerosa orientada a crear condiciones democráticas en Venezuela, sobre todo las que tienen que ver con las futuras elecciones presidenciales en donde se decidirá el destino del país.

En conjunto con los EE UU y la Unión Europea, el Grupo de Lima es parte de un bloque contrario a las pretensiones dictatoriales de Maduro y su grupo. Pero si el Grupo de Lima junto con la UE y el gobierno de los EE UU conforman una comunidad, está por verse. Debe tomarse en cuenta que el actual gobierno de los EEUU privilegia las relaciones bilaterales por sobre las internacionales. Más complejo se vuelve el panorama si consideramos que la dictadura de Maduro no es una entidad aislada dentro del contexto internacional.

En América Latina, Maduro cuenta con el apoyo de Cuba, Nicaragua, Bolivia y con la neutralidad de Ecuador y de Uruguay. A nivel mundial es parte de un bloque internacional –“legado” de Chávez– que bajo la hegemonía de Rusia integra autocracias como las de Turquía y dictaduras como las de Bielorusia y algunos países caucásicos, Siria e Irán, más el mal llamado bloque de los “no alineados”. Dicho en breve: la dictadura venezolana se encuentra inserta en “otra” comunidad internacional, en una asociación de dictaduras radicalmente anti-occidentales. En ese contexto, el Grupo de Lima opera para que Venezuela no abandone del todo el ámbito político occidental y se someta a mínimos requisitos, sino democráticos, por lo menos republicanos. De ahí su interés por negociar con el chavismo madurista.

Vista así las cosas, el compromiso primario del Grupo de Lima no es con la oposición, tampoco con las luchas democráticas del pueblo venezolano, sino, antes que nada, con los propósitos fijados en el diálogo de Santo Domingo. Como ha sido ya dicho, la centralidad de las negociaciones está situada en las próximas elecciones presidenciales. Por eso, cuando Diosdado Cabello, contraviniendo al Grupo de Lima llamó a elecciones presidenciales adelantadas, lo hizo con el propósito deliberado de patear la mesa del diálogo. Pues ese diálogo, tan denostado por los divisionistas venezolanos, estaba en condiciones de poner en jaque a la dictadura. Y, desde su punto de vista dictatorial, Cabello tenía razón. Todas las demandas del grupo opositor en Santo Domingo son constitucionales.

El anuncio de Cabello relativo a adelantar las elecciones sin otorgar ninguna garantía constitucional es precisamente lo que el Grupo de Lima no podía aceptar. Por eso el Grupo de Lima reaccionó como correspondía: si la dictadura desconocía al diálogo, el Grupo de Lima desconocería a las elecciones llamadas por Cabello. Tenía que hacerlo. No había otra alternativa. El capitán Cabello –no sabemos si por encargo de Maduro o de su Jefe, el general Padrino– intentó destruir el diálogo y con ello, a las elecciones, y de remate, al propio Grupo de Lima.

No obstante, la decisión del Grupo de Lima relativa a no reconocer a las elecciones es solo vinculante para el Grupo de Lima. En ningún momento el Grupo de Lima pretendió erigirse en vanguardia política de la oposición venezolana. Esta última tampoco pretendió erigirse en la conductora del Grupo de Lima. Ambas son entidades autónomas y diferentes. El Grupo de Lima hizo en ese sentido lo que tenía que hacer. Si Cabello puso en juego todo al adelantar las elecciones sin otorgar garantías, el Grupo de Lima también puso en juego todo, anunciando que desconocería a las elecciones si estas tenían lugar. Probablemente la dictadura no esperaba esa jugada.

La dictadura evaluó el monto de la oferta final y aceptó continuar el póquer. En parte, reculó. Los únicos que no entendieron la jugada del Grupo de Lima destinada a presionar a Maduro para que llevara a cabo elecciones libres, fueron, como siempre, los sectores extremistas de la oposición venezolana. En sus mentes imaginaron que “la comunidad internacional” llamaba a la abstención en contra de Maduro y comenzaron a delirar acusando de “traición” tanto a quienes participaban en el diálogo como a los que se preparaban para afrontar a las futuras elecciones presidenciales.

3. La negociación

Mientras escribo estas líneas (31.01.2018) el diálogo de Santo Domingo fue nuevamente suspendido. Según el “dialogante” Jorge Rodríguez, todo estaba resuelto con excepción de un par de puntos. Lo que no dijo fue que ese par de puntos son justamente las razones que impiden toda negociación: la fecha de las elecciones y la fraudulenta Asamblea Constituyente elevada a categoría de principal instancia electoral.

Con máxima presión, la dictadura podría, eventualmente, ceder en la programación de la fecha electoral. En lo que no puede ceder, pues en eso se le va la vida, es en el retiro de la Asamblea Constituyente.

Esa AC, llamada con tanta razón la Prostituyente, es el arma letal que dispone la dictadura para dividir a la oposición en dos frentes irreconciliables. A un lado los que pese a la existencia de la AC anticonstitucional deciden ir a las elecciones a enfrentar a la dictadura en las calles. Al otro los que señalan que ir a las elecciones supone convertirse en cómplices de la dictadura. Los unos, los que afirman que no hay peor batalla que la que no se da. Los otros, los que aseguran que no vale la pena participar en simulacros para que la oposición sea derrotada. Los primeros ofrecen al menos una alternativa. Los segundos no ofrecen ninguna. Esa es la realidad. Por ahora.

El Grupo de Lima, los EE UU y la EU, es decir lo que algunos llaman “comunidad internacional”, extremarán sanciones a la dictadura. Eso está programado. Si esas sanciones logran nuevas negociaciones destinadas a generar elecciones presidenciales más democráticas, no está escrito. 

Lo único que parece estar claro por el momento es que ninguna “comunidad internacional” puede democratizar por sí sola a una nación cuando los demócratas de esa nación no están en condiciones de lograr entre sí, si no una unidad, por lo menos una mínima coordinación política.

01-02-18




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