Por Hugo Prieto
Le propongo a Gerver Torres
que pongamos la mirada en el año 89. Un punto de quiebre para la sociedad
venezolana. Escenario, además, de un oscuro episodio bautizado como el
Caracazo.
La experiencia de este
economista en países de América Latina, Asia y el Medio Oriente, en procesos de
transformación económica y transición política, sin duda, puede arrojar luces
para entender la profunda crisis en que está inmersa la sociedad venezolana. La
elipsis que ha descrito el país pareciera darles la razón a quienes plantearon
la necesidad de introducir un revulsivo que dinamizara a un liderazgo político
anestesiado y a un empresariado alérgico a los cambios. Pero esta entrevista no
se trata de un “se los dije”, ni es un espacio para el resentimiento. Todo lo
contrario, aquí hay hallazgos y aprendizajes. El problema del liderazgo, el
reto de construir ciudadanía y una institucionalidad débil o en formación que
fue destruida por el chavismo, supera con creces las recetas económicas, a
estas alturas convencionales, de cómo superar la hiperinflación, por ejemplo.
La reconstrucción del país es más retadora, pero no es una tarea para
espontáneos sino para estadistas.
Si miramos al año 89 y al
episodio que quebró a la sociedad venezolana, el tristemente famoso Caracazo,
¿qué diría usted? ¿Se han agravado las causas que provocaron el estallido
social?
Las condiciones que tiene el
país no solamente son peores a las que tenía en 1989, sino que son las más
graves de su historia republicana. Similares a las de la Guerra Federal o
incluso a las de la Guerra de Independencia. No hay nada equivalente a lo que
estamos viviendo hoy. El nivel de destrucción de la infraestructura física, por
tomar un ejemplo, se resume en una palabra: colapso. Si hablas de la
institucionalidad, que es más importante todavía, y que en su momento era débil
o en formación, la palabra sería destrucción. Si hablas de los desequilibrios
macroeconómicos, nunca habíamos experimentados hiperinflación,
estos niveles tan elevados de escasez o la caída tan pronunciada y por tantos años de la actividad económica, lo
que se ha convertido no solamente en un hito latinoamericano sino mundial. Si
hablamos de niveles de pobreza, ahí tienes la cifra del estudio Encovi:
87% o quizás más. En términos de salud, han reaparecido todas las enfermedades
endémicas.
¿Qué explicaría entonces el
hecho de que no se haya producido un estallido social?
Yo creo que, de alguna
manera, el Caracazo fue una expresión del país posible en el sentido de que
había mayores libertades. Era un país donde la gente sentía menos temor de
salir a la calle y expresarse y también de cometer actos violentos como los que
se cometieron, de saqueos, de destrucción, etcétera. Pero lo que hoy impide eso
es la presencia de un Estado, de un gobierno, totalitario, que tiene en la
represión un arma fundamental de sostenibilidad.
Uno puede decir que la
propuesta de mirar hacia la modernidad, hacia una economía competitiva, como
las que hoy rodean a Venezuela y que son objeto de envidia, se sustentaban en
el 89 en una posibilidad real, a pesar de las anclas muy profundas que se
oponían a los cambios, pero hoy nos impulsa el hambre, el sufrimiento, la
destrucción. ¿Son dos cosas distintas, no? ¿Usted cree que la angustia nos
puede llevar al cambio?
Lo que puede ocurrir aquí,
yo quisiera además que sea pronto, es que el quiebre de este régimen, su
desaparición, va a dar lugar a un sentimiento nacional muy fuerte de
resurrección, de comienzo, de un rumbo que se vuelve a encontrar. Es un momento
extraordinario, que genera muchísima energía. Es lo que viven los pueblos que
han pasado por procesos de reconstrucción, en Europa y Japón. A mí lo que me
preocupa es que ese sentimiento, ese entusiasmo, esa energía que se va a dar en
el momento en que se produzca ese quiebre, no estemos preparados para
sostenerlo, para profundizarlo y para valernos de él y lleguemos a las metas a
los que tenemos que llegar.
¿Le preocupa porque no hay
institucionalidad o porque no tenemos los recursos? ¿Por qué no tenemos la masa
crítica que pueda conducir esa transformación?
Me preocupa por una
combinación de varias cosas. Uno: por la posible falta de claridad del
liderazgo político acerca de la envergadura y de la manera en que hay que
plantearse la reconstrucción. Dos: por la falta de consciencia que pudiera
haber de que ese desafío no es un programa de gobierno, sino el producto de un
gran acuerdo nacional, pero también de una postura inspiradora y muy genuina de
ese liderazgo. El tema de recuperar niveles de vida que tuvimos en el pasado no
es lo más importante, porque cuando los venezolanos despertamos un día sabiendo
que hemos cambiado el rumbo, que ahora vamos en la dirección correcta y hay
esperanza, en ese momento nuestro bienestar va a mejorar significativamente. Si
el liderazgo no responde adecuadamente a ese reto, la necesidad de cambio y la
energía esperanzadora puede durar poco.
Ha ido al meollo del asunto,
a la cuestión que significa la visión que pudiera tener el liderazgo. Yo no
sería tan optimista y diría que en el 89 teníamos un liderazgo mejor que el
actual. Era un liderazgo probado en la reconstrucción de la democracia. Algo de
razón pudieran tener los señores del gobierno cuando dicen que el liderazgo
opositor no tiene una propuesta clara.
Las propuestas están, lo que
nos ha faltado es la narrativa. En ese sentido, creo que los líderes
democráticos deberían asumir la narrativa de la reconstrucción. Porque ella se
contrapone muy bien a la del gobierno, que ha sido la destrucción y la
división. Sería, por contraposición, unidad y construcción. El resurgimiento,
la resurrección, son ideas muy poderosas, no sólo en Venezuela sino en el mundo
entero. Yo digo que la reconstrucción es la tarea y también es la narrativa.
Las propuestas existen e incluso son convencionales, de cómo recuperar la
estabilidad macroeconómica, de cómo se recupera el sector eléctrico, de cómo se
recupera la salud, eso está, pero nosotros necesitamos apropiarnos de la
narrativa transformadora y luego desarrollarla. Ese es el reto del liderazgo,
entre otras cosas, porque su tarea fundamental es generar esperanza.
Si la narrativa de la
reconstrucción es la clave, tiene que tener un rostro, tiene que ser de carne y
hueso. La tendría que encarnar un líder y yo no lo veo. ¿Usted lo ve?
La narrativa tiene que
convertirse en carne y hueso, en actores concretos. Mi aspiración es que en
esta etapa, en la que se pueden producir cambios muy acelerados, es que parte
del liderazgo existente, y parte de un liderazgo nuevo que emergerá en medio de
esta profunda crisis, sea capaz de asumir, de apropiarse y de encarnar la
narrativa de la reconstrucción y entenderla como gran tarea nacional. Parte del
problema que tenemos que resolver es también reconstruir nuestro liderazgo,
reconstituirlo. No hay un elemento de la reconstrucción que se pueda plantear
aisladamente, porque el país está, vamos a decirlo claramente, ¡arrasado!
Paradójicamente, una situación de tierra arrasada te da la oportunidad de hacer
lo que nunca habías hecho.
En el año 89 el precio del
barril de petróleo era de siete dólares y el Estado tenía el control de varias
empresas deficitarias, cuya actividad económica, sin embargo, era verificable.
Ahora tenemos un cementerio de empresas y la gallinita de oro, PDVSA, que
anteriormente fue ordeñada por los gobiernos de turno, actualmente está
totalmente destruida. ¿Cómo se resuelve ese asunto? ¿Privatizando? ¿Qué viene?
La situación económica del
país es extremadamente difícil. El país no va a salir adelante sin una
asistencia financiera internacional masiva… masiva. Pero esa misma situación de
crisis extrema, también representa, a mi juicio, una oportunidad. Una de los
errores que no podemos repetir es que no aprovechemos la crisis en su total
profundidad. Eso nos obliga a que aprendamos todas las lecciones de la crisis y
a que hagamos todas las reformas que la crisis nos obliga a hacer. Por ejemplo,
el financiamiento, a través de una renta petrolera, de un aparato público
estatal ineficiente y corrupto, ya no es posible. Un aparato que es “público”
—así, entre comillas— porque está al servicio de pequeñas roscas que tienen el
control de esas empresas. No va a haber recursos para invertir en ellas. Vas a
tener que abrirlas al capital. Un nuevo gobierno en Venezuela se va a tener que
plantear no sólo la movilización masiva de capital privado, sino de todos los
recursos sociales —financieros, tecnológicos, gerenciales— para estimular que
organizaciones como Fe y Alegría, por ejemplo, asuman un papel mucho más
importante en la sociedad. Vas a tener que apalancarte en salud, en
infraestructura, en todos los sectores.
La tarea es de dimensiones
épicas porque los venezolanos se van a tener que probar, no ya en la retórica
de la Independencia sino en los hechos concretos de la reconstrucción. Huir del
país se ha convertido en lo más sensato que puedas hacer. El caso más dramático
de esa fuga es PDVSA: 20.000 profesionales despedidos y una industria hecha
añicos.
Dos consideraciones sobre
ese punto. En primer lugar, si bien se ha ido mucho talento, todavía el país
cuenta con muchísimo más talento. En segundo lugar, los que se han ido, e
incluso gente que nunca ha vivido en Venezuela, podrían sentirse atraídos
poderosamente ante el llamado de la reconstrucción nacional. Cuando comience la
reconstrucción va a estar planteado —y esta es una tarea del liderazgo—
el vuelvan caras: que fue la consigna de Páez en la batalla de las
Queseras del Medio, por cierto esa batalla fue el 2 de abril de 1819, o sea que
estamos cerca del bicentenario. Si el liderazgo es capaz de generar la
inspiración que necesitamos, si le habla a los venezolanos que se fueron y a
los que se quedaron, si eso se hace bien, como se hizo en otras etapas de
nuestra historia, incluso con planes de inmigración, mucha gente se
entusiasmaría con la idea de reconstruir a Venezuela. Los países que asumen la
tarea de la reconstrucción con un espíritu de grandiosidad y de transformación
se convierten en un lugar donde mucha gente quiere vivir.
¿Usted cree que vamos a
tener éxito?
Nada está escrito, ni el
fracaso ni el éxito. Pero yo sí digo que nosotros podemos seguir adelante. Yo
digo que la sociedad venezolana no está consciente de la magnitud real de los
problemas, pero tampoco está consciente de su potencial. Parecieran dos
pensamientos que no armonizan muy bien. Si el liderazgo no está consciente de
la gravedad de la crisis pudiera interpretarse que sus opciones para salir
adelante son menores o no existen. Y eso no es así, necesariamente. Tú puedes
no estar consciente y por lo tanto plantearte opciones que no son realistas o
posibles. Por ejemplo, si no estás consciente de la profunda crisis de las
empresas públicas, te pudieras estar planteando revivirlas con una gerencia
nueva y algún tipo de recursos. Esa opción ya no es viable. Además de la
hiperinflación, de la cual se habla todos los días porque es un problema
angustiante, cotidiano, tienes otros más complejos y difíciles: la destrucción
institucional, el narcotráfico, la corrupción, la pérdida de gobernabilidad,
entre otros. De la hiperinflación sales con un conjunto de medidas, pero la
reconstrucción institucional no es una tarea que haces de la noche a la mañana.
El hecho de que un problema te esté afectando más, no quiere decir que sea el
más grave.
A los venezolanos nos ha
costado muchísimo construir ciudadanía, quizás porque desde el Estado no tenemos
instituciones que coadyuven a ese objetivo. Pudiera ser como el acertijo del
huevo y la gallina. ¿Qué es primero la ciudadanía o las instituciones? Es un
tema absolutamente desvalorizado.
Sí, por eso creo que la
reconstrucción hay que planteársela en múltiples dimensiones. Digo que la
gente, cuando habla de reconstrucción, piensa fundamentalmente en
infraestructura física —carreteras, puertos, aeropuertos—, piensa en edificios,
piensa en la economía, pero hay dimensiones más blandas, por decirlo de alguna
manera, que son igualmente claves. Me refiero, por ejemplo, a la reconstrucción
ética de la sociedad, a la reconstrucción cultural del país y a la
reconstrucción de los tejidos sociales. Ésa que acabas de mencionar es una de
ellas. No podemos decir que habíamos avanzado mucho en la construcción de
ciudadanía. Eso tiene que ver con la formación de la sociedad y del Estado en
Venezuela. De un petroestado que financia a los ciudadanos y a la sociedad y no
al revés; por tanto, los ciudadanos no tienen ni interés ni incentivos para
auditar y supervisar al Estado. Conclusión: no hay reconstrucción del país si
no construimos una nueva ciudadanía que incluye compromisos, participación y
responsabilidad individual.
Eso sí sería liquidar el
modelo rentista.
Por eso la reconstrucción no
es volver a montar lo que teníamos antes. Es construir algo mejor, más
profundo, más denso. Yo creo que esa es la oportunidad que tenemos los
venezolanos.
¿Qué potenciales tenemos
como sociedad para enfrentar ese reto?
El país tiene activos, tiene
oportunidades, por supuesto, al lado de las amenazas y de las dificultades.
Cuando pasamos la página y nos preguntamos qué tenemos nosotros a favor, diría
que más de lo que solemos ver. Por muchos años tuvimos una economía de gran
crecimiento y ninguna inflación; nosotros construimos una de las
infraestructuras de mayor calidad en América Latina; Venezuela tuvo un sistema
educativo que incorporó masivamente a la población que se fue urbanizando y
permitió una movilidad social importante; a la vez que erradicamos las
enfermedades endémicas, antes que muchos países. Son logros en nuestra historia
sobre los cuales podemos apalancarnos. Somos una sociedad sin conflictos
étnicos o religiosos. Este es un país sin discriminaciones por procedencia geográfica
como ocurre en Ecuador o Bolivia. Somos un país joven, con una media de edad de
28 años. No estoy citando para nada las riquezas naturales, que suelen ser la
carta de presentación de un país. Pero que Venezuela las tiene y enormes. Nada
de eso te dice que tienes el futuro resuelto, pero sí marca los puntos donde
puedes apalancarte.
Los sectores populares están
realmente desengañados, pero también desconfiados. Ya nadie cree en nada y la
figura del mesías está devaluada.
Este largo proceso que se conoce
como el chavismo ha dejado un aprendizaje. Voy a mencionar tres cosas. Los
venezolanos aprendimos que es posible cambiarlo todo y de manera radical. Yo
recuerdo, cuando fuimos gobierno, que la gente decía que las transformaciones
no eran posibles, que allí estaría siempre ese Congreso, que siempre sería
Acción Democrática y Copei… y lo que ocurrió con el chavismo es que volteó el
país y lo puso patas arriba y nos cambió hasta el nombre. ¿Cuál es la ventaja
que veo allí? Que cuando tú aprendes que las cosas pueden cambiar en una
dirección, adviertes que también pueden cambiar en otra. Dos: los venezolanos,
a mi modo de ver, se convirtieron en actores sociales más conscientes. Saben
que forman parte de una sociedad y que están afectados por una dinámica
macroeconómica y social. Tres: hemos advertido que de esta crisis salimos todos
adelante o no sale nadie. Lo que nos planteemos tiene que tener un carácter
inclusivo. El chavismo levantó las banderas de la inclusión y terminó
excluyendo, incluso, a sus propias bases. Por eso fracasó.
¿Qué tendría que hacer el
liderazgo democrático, después de la fractura social que provocó el chavismo y
de la cual no tenemos plena consciencia, para que los venezolanos se unan
alrededor de la reconstrucción y los sectores populares adviertan que hay cosas
redituables a favor de sus intereses?
La gente se ha desconectado
del chavismo, pero no se ha conectado con el liderazgo opositor. Muchos están
en el espectro de la oposición, simplemente por rechazo al régimen y no porque comparta
una misma visión del país que hay que construir. Para estar juntos no solamente
tenemos que estar unidos en lo que rechazamos, sino en lo que queremos. Yo creo
que el tema de la reunificación de los venezolanos sigue siendo una de las
grandes jugadas que tenemos que hacer, a las que hay que apostarle, en la que
vale la pena invertir. El liderazgo político, el país, todos le tenemos que
dedicar esfuerzo, pensamiento y atención, en términos de cómo hacemos para que
nuestra reunificación, como pueblo, no sea solamente un discurso, sino una
práctica real que incluya el respeto, la tolerancia, la aceptación del otro, la
aceptación de la diversidad como algo que nos enriquece y que además tenga
expresiones políticas y económicas que sean para todos.
04-03-18
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