REINALDO ESCOBAR 13 de marzo de 2018
En
este siglo es imposible encajar en el molde de lo políticamente correcto si se
exhiben actitudes racistas, homofóbicas, sexistas o xenófobas, tampoco cuando
se alardea de querer conseguir el poder político a través de la violencia. Esos
criterios se han extendido en los últimos años a buena parte de los Estados,
las instituciones, los medios de prensa, lo círculos académicos y los
ciudadanos del planeta.
Gracias
a esa toma de conciencia, fenómenos al estilo del terrorismo como arma
política, la ablación del clítoris, la violencia como recurso liberador y la
intolerancia religiosa han perdido el prestigio que les otorgó ese relativismo
moral que las justificó por siglos en nombre de "las razones
culturales", "las tradiciones sagradas", "la soberanía de
las naciones" o "las circunstancias históricas".
Sin
embargo, existe un grave peligro en tratar de trasladar estos parámetros
modernos al pasado. Cuando se revisa de manera esquemática la historia con las
reglas del presente muy poco se puede salvar de aquellos años y pocas figuras
del "panteón" nacional quedarían en pie.
Bajo
ese prisma, José Martí termina etiquetado como un machista, queda
descalificada, por violenta, la idea de que "los derechos no se mendigan,
sino que se conquistan al filo del machete", o, por intolerante, la frase
"guarde usted ese documento, que no queremos saber de él", dicha por
Antonio Maceo al general español Arsenio Martínez Campos en la Protesta de
Baraguá.
En un
repaso a la letra de las canciones de la trova tradicional se hallan
"perlas" de incorrección como la burla a las personas con discapacidades
físicas: "Simón, no puedes bailar cha cha chá porque tú tienes las patas
gambás"; mientras que el racismo campea a sus anchas en temas como "A
mí me llaman el negrito del batey porque el trabajo para mí es un
enemigo".
Las
canciones con que se enamoraba hace casi un siglo también incitaban y alababan,
muchas veces, el consumo desmesurado de alcohol como un símbolo de la gallardía
masculina: "la juma de ayer ya se me pasó, esta es otra juma que traigo
hoy". Un proselitismo del trago y la cantina que, afortunadamente, hoy
está mal visto.
Una
excavación con las nuevas herramientas morales podría llegar hasta las artes
plásticas y censurar El rapto de la mulatas, del pintor Carlos Enríquez, por
haber dibujado en el rostro de las mujeres esa ligera sonrisa que las hace
parecer provocadoras del secuestro y dulces cómplices de sus captores. De
seguir ese criterio, la mayoría de las salas del Museo Nacional de Bellas Artes
deberían ser cerradas de inmediato.
En el
caso del lenguaje ocurre otro tanto. Los promulgadores de la estricta
inclusividad no son muy dados a las bromas. Como la de un joven guía turístico
habanero que, creyéndose simpático, se le ocurrió asegurar ante un grupo de
jubiladas alemanas que se consideraba feminista porque solo le gustaban las
mujeres. Por poco lo linchan antes de que pudiera rectificar diciendo que había
sido "solo un chiste".
En los
medios oficiales, la ortodoxia para referirse a Fidel Castro ha tenido
fluctuaciones. Durante años los locutores estaban obligados a mencionar cada
una de las jerarquías de sus innumerables cargos: "Máximo líder de la
revolución, Comandante en Jefe, primer secretario del Partido Comunista de
Cuba, presidente de los Consejos de Estado y de ministros"...
Hoy,
sin embargo, se le reduce a los epítetos de "líder histórico" o
"eterno comandante en jefe", pero separarse un milímetro de esas
designaciones o llamarlo a secas por su nombre y su apellido puede aún destapar
la desconfianza.
El
afán por ser más correcto que otros suele estar matizado por el prisma
ideológico y no escapa de la distorsión que introduce el relativismo moral, que
lleva indistintamente a considerar como adecuado el insulto o la adulación,
según sea el caso.
De ahí
que en ciertos entornos de la oposición política ocurra otro tanto. Para muchos
activistas no resulta "políticamente correcto" usar la expresión
"el Gobierno" para referirse a las autoridades. Si no se dice
"la dictadura" o mejor "la sangrienta tiranía de los hermanos
Castro" se puede terminar catalogado como un cómplice.
El
vocabulario se vuelve más exigente cuando de hablar directamente de alguna
figura pública se trata. Según el más estricto catauro disidente no se puede
llamar "expresidente" a quien solo merece ser mencionado como
"el dictador" y la alusión a su hermano debe ir siempre acompañada de
la aclaración de "heredero de la dinastía", como si no fuera
suficiente colgarle el estigma irónico de "general presidente".
Cuando
de subir la parada en la militancia del lenguaje se trata, siempre habrá una
fórmula reduccionista a la que apelar que termina en un discurso plagado de
consignas. Son esos que hablan en bloques, dicen siempre lo mismo, no se
separan ni un milímetro del lenguaje acuñado para cada cosa, como si temieran
ser cogidos en falta por haber tenido "una debilidad lingüística".
Con una vez que se les lea o se les escuche es suficiente, porque con tan poco
arsenal de palabras se repiten hasta el bostezo.
En el
caso de la labor informativa el fenómeno se vuelve más complejo. ¿Cómo debe un
periodista informar sobre un arresto?: "Agentes de la Seguridad del Estado
condujeron a un opositor a la cárcel" o acaso debe decir "Sicarios de
la inseguridad ciudadana secuestraron a un demócrata para encerrarlo en una
ergástula castrista".
El
problema es que tantos adjetivos terminan por confundir más que informar. Algo
similar ocurrió a un disidente en Twitter cuando escribió: "El régimen
convoca al simulacro electoral para el próximo 11 de marzo". Varios
despistados creyeron que se trataba de una prueba piloto para los comicios de
la Asamblea Nacional, cuando en realidad el militante informador quería decir
que se trataba de una "farsa".
En
medio de tantas reglas de cómo llamar a cada cosa, vale la pena advertir de que
la propia definición "periodismo independiente" debe ser considerada
una redundancia. Puesto que la única forma honesta de ejercer esta profesión es
sin el mandato de esferas gubernamentales, ajena a cualquier partidismo, sin
genuflexiones a la terminología y liberada de los corsés de toda extrema corrección
política, sea esta oficialista u opositora.
Tomado
de: http://www.14ymedio.com/blogs/desde_aqui/correccion-politica-relatividad-moral_7_2360833895.html
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