Por Carolina Gómez-Ávila
A la comunidad internacional
le preocupa más la estampida migratoria venezolana que la situación política
del país. La debacle económica nacional puede afectar las rentas de la región
y, en ultramar, la moral es un problema de mercados. Visto así, es posible que
cuando no se pueda llegar a un acuerdo entre las partes convenga más cambiar a
alguna de las partes.
Sucede que gracias a la
colaboración de los capitales de la antipolítica con la dictadura, el grupo de
la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se ha desdibujado como interlocutor
válido de la población venezolana -toda opositora- ante la comunidad
internacional; a cambio, el Gobierno posiciona a uno propio: Henri Falcón.
Es tarde para esto pero no
puedo evitar pensar que cada embestida del Gobierno a las propuestas que la MUD
hizo en República Dominicana estaba sustentada por equivalentes acuerdos con
los operadores políticos de Avanzada Progresista en Caracas, con lo que cobra
nuevo sentido el lloriqueo de sus voceros sobre la falta de “unidad” y el
resentimiento exhibido (en eso son expertos) en torno al poder representativo
del llamado “G4”.
Si esto es cierto, estamos
presenciando cómo el Gobierno intenta negociar el levantamiento de las
sanciones internacionales con la mediación de la ONU y con “su candidato
opositor” como contraparte.
Pienso que la opinión pública
ha desestimado el alcance del acuerdo de cooperación firmado entre el Gobierno
y la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Onudi).
Como nadie cree que mejorará el desempeño de las cadenas agroindustriales de
manera que se produzca más azúcar, café, cacao, maíz, arroz, soya y caraotas,
nadie piensa que se trata del cumplimiento de un requisito económico para
lograr que la ONU envíe una misión de observación y acompañamiento que legitime
el proceso electoral convocado.
Es posible que el Gobierno
esté proponiendo una forma de transición que no se parezca en nada a aquellas
que hemos imaginado. Es más, si le sale bien, es posible que termine por no ser
transición sino sólo parecerlo
Porque si les levantan las
sanciones personales a casi un centenar de criminales, quizás permitan que un
chavista -quien jamás ha abjurado del chavismo ni pedido perdón por el daño
irreversible que el chavismo ha causado a la nación- se haga con el Poder
Ejecutivo, pero no con el resto del poder político. Falcón ya dejó claro que
Padrino se quedaría con el control de las armas de la República y, supongo, que
con todo lo demás de lo que tenga control. También anuncia que gobernará 4 años
y no se postulará a la reelección, pero no dice cómo es posible prometer tal
cosa sin una enmienda o reforma constitucional, a menos que el Poder Judicial
le haga el servicio a él como se lo ha hecho a la dictadura. Falcón se niega a
dar garantías a la oposición; la soberbia no le permite sentarse con quienes
tienen lustros comandado la lucha por el retorno a la democracia. Él y su gente
alardean y preparan maletas para ingresar en el establishment, pero se
precipitan. Que el Gobierno ¿aprese o secuestre? a Rodríguez Torres, hace creer
que el sargento no cuaja en las encuestas y que se hace necesario “negociar”
con el mayor general para tener a otro “opositor” prevenido al bate.
Mientras tanto, el poder
político en manos de demócratas no supera al de un puñado de gobernadores y
alcaldes; además, están en juego más de 2500 curules estadales y municipales
que no contarán con la participación de tarjetas electorales reconocibles como
opositoras. Peor que la muerte política es renunciar a la posibilidad de
resurrección. Sin cuadros en cargos de poder, los partidos políticos quedarían
sin capacidad de maniobra para reconstruirse, lo que sólo pueden apoyar quienes
quieren la transición… de una dictadura a otra.
17-03-18
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