Por José Ignacio Hernández
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt,
profesores de Gobierno en la Universidad de Harvard, han desarrollado su
prestigiosa carrera académica estudiando comparativamente la democracia como
sistema de gobierno. Mientras Ziblatt se ha especializado en Europa, Levitsky
ha desarrollado su especialidad en Latinoamérica. Desde esas perspectivas,
Levitsky y Ziblatt han analizado el surgimiento, la consolidación y el colapso
de las democracias.
Como Francis Fukuyama
comentó, hasta hace unos años hubiese sido difícil pensar que dos expertos en
colapsos de sistemas democráticos analizaran estos riesgos en Estados Unidos.
En realidad, la democracia podría entenderse como una característica
irreversible de Estados Unidos. Quizás quien mejor describió esto fue Alexis de
Tocqueville en La democracia en América, cuando escribe:
Si hay algún país en el
mundo en el que se pueda apreciar en su justo valor el dogma de la soberanía
del pueblo, estudiarlo en su aplicación a los negocios públicos y juzgar sus
ventajas y sus peligros, ese país es sin duda Norteamérica.
La llegada de Trump a la
presidencia de Estados Unidos ha cambiado este panorama, llevando a Levitsky y
Ziblatt a utilizar sus investigaciones para analizar los riesgos que corre la
democracia en Estados Unidos. El resultado ha sido el libro publicado en enero
de 2018, How Democracies Die (Cómo mueren las democracias), un
completo análisis que describe los caminos institucionales a través de los
cuales las democracias pueden colapsar.
Las democracias no sólo
colapsan al ruido de golpes militares. De hecho, lo común hoy en día es que el
colapso de las democracias sea resultado de un proceso gradual, a veces
silencioso, en el cual las propias instituciones de la democracia son empleadas
para desmantelarla y así imponer un régimen dictatorial. Las democracias
mueren, entonces, en manos de las propias instituciones llamadas a protegerla.
Sobre todo cuando la democracia permite la elección de un líder populista que,
una vez en el poder, subvierte los controles de la democracia liberal para
imponer un régimen autocrático.
Apenas tuve el libro en mis
manos, lo primero que hice fue revisar el índice de materias para comprobar si
se hablaba de Venezuela. Hay 22 entradas sólo de Venezuela, sin contar las
menciones de temas y personas relacionadas, como por ejemplo, Hugo Chavéz. Hay,
por supuesto, otros muchos casos empleados para demostrar cómo la democracia
puede ser desmantelada por mecanismos institucionales, pero Venezuela ocupa un
lugar importante dentro de los casos analizados.
Y es que Steven Levitsky,
como ya decía, ha dedicado buena parte de su actividad académica a analizar el
caso Latinoamericano, y dentro de él, el proceso
de desmantelamiento de la democracia en Venezuela. Al conversar con Levitsky,
sorprende el sólido y fluido manejo de diversos aspectos relacionados con la
democracia en Latinoamérica. Por eso, nadie mejor que Levitsky para conversar
sobre la democracia en Venezuela.
En 1978, Daniel Levine
concluyó que la consolidación de la democracia en Venezuela era un caso
exitoso. Sin embargo, como explican en su libro, veinte años más tarde, con la
elección de Chávez, comenzó el largo camino hacia el desmantelamiento de la
democracia. ¿Cuáles son las principales lecciones que pueden extraerse del caso
de Venezuela, que se movió de un éxito democrático al colapso de la democracia?
Hay tres lecciones que se
desprenden de la crisis venezolana. La primera, y más importante de todas, es
que la consolidación democrática no es una situación inmodificable. En
realidad, ninguna democracia puede darse por sentada. Ésta es una conclusión
válida incluso para Estados Unidos. Muchos –y me incluyo– pensábamos que la
democracia en Estados Unidos estaba asegurada. Sin importar los vicios de
nuestros políticos, pensábamos que no podía desmantelarse la democracia en
Estados Unidos.
A pesar de que la democracia
venezolana no lucía tan consolidada como la democracia en Estados Unidos,
Daniel Levine acertó en su conclusión, pues la democracia en Venezuela lucía
sólida. Sin embargo, Venezuela tenía una democracia real que colapsó. Por ello,
la primera lección de Venezuela es que nunca podemos dar por asegurada la
consolidación de la democracia. Y esto vale para Chile, Brasil e incluso
Estados Unidos.
La segunda lección es que
las crisis económicas pueden derivar en crisis democráticas, como el propio
Linz concluyó en The Breakdown of Democratic Regimes.
La tercera y última lección
es que es importante tener en cuenta cómo los mecanismos implementados para
consolidar la democracia pueden ser un arma de doble filo. Así, el Pacto
de Puntofijo, que ha sido duramente cuestionado por el chavismo, fue un
instrumento indispensable para la consolidación de la democracia, con lo cual,
puede concluirse que ese Pacto produjo importantes beneficios. Pero a
la vez, este instrumento actuó como un arma de doble filo, pues en el largo
plazo, el Pacto derivó en diversas limitaciones asociadas al proceso
de creación de la democracia venezolana que, en suma, llevaron al colapso de
esa democracia.
Así, el Pacto de
Puntofijo fue muy importante para evitar o reducir la polarización que
eliminó la democracia en Uruguay, Brasil, Chile y Argentina durante la década
de los sesenta y setenta, en una época muy complicada consecuencia de la
revolución cubana y de la Guerra Fría. Con lo cual,
el Pacto contribuyó a superar esa difícil etapa a través de mecanismos
de cooperación política. Pero en el largo plazo resultó insostenible.
No es cuestión de buscar
culpables. Simplemente es que el Pacto de Punto Fijo se agotó.
En su libro concluyen que
sólo fue con la instalación de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente en
2017 que se reconoció que Venezuela no era una democracia ¿Por qué tomó tanto
tiempo reconocer a Venezuela como una autocracia? ¿Hay una especie de “margen
de tolerancia” hacia los autoritarismos electorales?
Sí la hay. Muchos
científicos políticos, académicos y observadores de la realidad venezolana
observaron el colapso de la democracia venezolana desde mucho antes.
Personalmente diría que Venezuela degeneró en un autoritarismo competitivo
entre 2003 y 2004, especialmente con el abuso del Gobierno de Chávez al
manipular el referendo revocatorio de 2004.
Es muy difícil para los
académicos trazar la línea entre democracia y autoritarismo en Venezuela. Pero
para muchos de los que hemos estudiado sistemas de gobierno, fue posible
observar el colapso de la democracia en Venezuela mucho antes de la instalación
de la Asamblea Nacional Constituyente.
Desde una perspectiva
general, sin embargo, la realización de elecciones competitivas suele ser
suficiente para calificar la existencia de una democracia. Por ello, si la
oposición venezolana podía competir en elecciones, y en especial, si el
Gobierno podía perder elecciones (como sucedió con el referendo constitucional
de 2007 y luego, de manera importante, con la elección parlamentaria de 2015),
es difícil considerar que existe un régimen dictatorial. Ello llevó a que
Venezuela fuese vista como una democracia.
Este es, precisamente, el
peligro asociado a las elecciones realizadas en regímenes autoritarios, pues
ellas permiten ocular el proceso de desmantelamiento de la democracia. Antes,
los golpes militares, como por ejemplo los que sucedieron en Venezuela y Chile,
evidenciaban la muerte de la democracia por la instalación de una dictadura
miliar. Pero, cuando hay elecciones competitivas y se permite a la oposición
ganar –obviamente no en elecciones presidenciales–, la tendencia es a
considerar que el régimen político es democrático, por más viciadas que estén
las instituciones electorales.
Con lo cual, los ciudadanos
sólo se dan cuenta de que están perdiendo la democracia cuando ya es demasiado
tarde. Y en Venezuela, para 2016, ya era demasiado tarde.
¿Considera que una de las
causas que llevó al colapso de la democracia venezolana fue la diferencia entre
las instituciones constitucionales y las instituciones informales, basadas en
aspectos culturales,que propendieron al autoritarismo?
No estoy muy seguro de que
las reglas informales en Venezuela, o en Latinoamérica, tiendan al
autoritarismo. Lo que yo puedo observar es que, luego de la independencia, la
capacidad de las nuevas Naciones Latinoamericanas para proveer bienes públicos
fue muy baja, lo que llevó a una debacle e inestabilidad institucional por
algunas décadas. Los actores políticos se acostumbraron a ese entorno de
inestabilidad, limitando su estrategia a acciones en el corto plazo. Muchos
países –no sólo Venezuela– entraron en un círculo vicioso en el cual la
inestabilidad institucional llevó a diseñar estrategias de corto plazo bajo
liderazgos carismáticos que no favorecieron la estabilidad de las instituciones
democráticas.
Por ello, no creo que exista
ningún elemento cultural que promueva al autoritarismo. De hecho, en nuestro
libro explicamos que los americanos solemos valorarnos como una sociedad
democrática muy homogénea, lo que no es así. Lo que puede observarse de varios
estudios, como el Latin American Public Opinion Project, es que, en términos
de valores democráticos, no hay una diferencia sustancial entre Latinoamérica y
Estados Unidos. Y como argumentamos en el libro, si bien ha habido una
tendencia dentro de cierto sector de los electores americanos de apoyar a
líderes autoritarios, ello no impide considerar otras tendencias opuestas
dentro de nuestra diversidad cultural.
Con lo cual, la diversidad
cultural presente en Latinoamérica impide que exista una tendencia hacia el
autoritarismo. El problema de fondo, por ello, es que la estabilidad
institucional que requiere Latinoamérica ha tardado en consolidarse, lo que ha
impedido crear una cultura democrática sólida, o sea, instituciones informales
favorables a la democracia. El proceso de creación de esas instituciones
informales puede observarse en algunos países como Costa Rica y creo que
Uruguay, pero no es todavía una tendencia consolidada.
La pregunta apuntaba a la
herencia cultural del caudillismo en Latinoamérica. ¿No hay alguna conexión
entre ese caudillismo y el autoritarismo?
Lo que puede observarse es
que los caudillos o líderes carismáticos emergen cuando se dan dos
factores: (i) el quiebre de los partidos políticos
y (ii) una situación de crisis. En cualquier país, incluyendo los
Estados Unidos, cuando esos dos factores confluyen, se incentiva la
probabilidad de regímenes personalistas. No es, por tanto, un problema cultural.
¿Cómo interpreta la posición
de Trump hacia Venezuela?
La posición de Trump
hacia Venezuela es, en realidad, consecuencia de su apoyo hacia sus aliados
políticos que tienen un interés legítimo en la crisis de Venezuela. Para Trump
es relativamente fácil apoyar a esos aliados y es por eso que apoya la causa
democrática en ese país.
Durante la Guerra Fría,
Estados Unidos asumió una política internacional muy clara: apoyar a sus
aliados y oponerse a sus enemigos, más allá del régimen político imperante. Los
países aliados con la URSS eran considerados enemigos, al margen de que fuesen
democracias o dictaduras. Fue una política, por ello, pragmática y, hasta
cierto punto, hipócrita. Pero con el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos
comenzó a apoyar más consistentemente a los regímenes democráticos. Por
ejemplo, Estados Unidos implementó una operación militar en Haití para rescatar
la democracia, al margen de sus diferencias con el Gobierno de ese país.
Trump, por el contrario,
sólo ha mostrado interés por aquellos regímenes más cercanos a él, o en todo
caso, cercanos a sus aliados, como sucede con Venezuela. Yo creo que Trump no
tiene mucho interés por Venezuela, pero algunos de sus aliados sí tienen ese
interés, y es por ello que su Gobierno ha apoyado el rescate de la democracia
en Venezuela. Y me alegra que el Gobierno de Estados Unidos esté asumiendo esa
posición, pero hay que tener en cuenta que Trump no está actuando sólo en
defensa de los valores democráticos.
¿La posición de Estados
Unidos podría llevar a pensar que la comunidad internacional será quien logre
reconstruir la democracia en Venezuela?
Aun cuando a Maduro no
le queda mucha legitimidad, lo cierto es que una intervención militar de
Estados Unidos en Venezuela –como asomó Trump– podría favorecerle. He perdido
la cuenta de cuántas veces Maduro ha advertido sobre el riesgo de invasiones
militares extranjeras en Venezuela; cualquier riesgo en ese sentido sólo
contribuiría a reforzar la narrativa antiimperialista. Lamentablemente, parte
de la izquierda Latinoamérica sigue pensando que Estados Unidos es una potencia
imperial que ha llevado a Maduro a defender la soberanía en Latinoamérica.
El caso venezolano, como ha
sucedido en otros regímenes autoritarios, evidencia los riesgos de un control
judicial desviado de la Constitución por parte del Tribunal Supremo. ¿Es el
control judicial de la Constitución un riesgo para la democracia?
El caso del Tribunal Supremo
de Justicia venezolano es uno de los casos más groseros de fraude
constitucional que he visto. La intervención política del Tribunal para anular
a la Asamblea Nacional es el mejor ejemplo que coloco para advertir a los
americanos de los riesgos sobre la democracia.
Por eso, la lección del caso
de Venezuela es que debe evitarse la politización del Tribunal Supremo. Todo
gobierno autoritario con la posibilidad de intervenir al Tribunal Supremo
tendría igualmente el poder de violar la Constitución por otros medios, por lo
cual no veo por qué la eliminación del control judicial de la Constitución a cargo
del Tribunal Supremo reduzca ese riesgo. Ciertamente, mientras más poder tenga
el Tribunal de controlar la Constitución, mayores incentivos tendrá el Gobierno
para intervenir políticamente al Tribunal que, antes que un escudo, será un
arma en contra de la Constitución.
Por eso, en mi opinión, el
control judicial de la Constitución es una institución positiva en las
democracias liberales. Lo importante es diseñar instituciones que puedan
proteger a la democracia, como el Tribunal Supremo, aun cuando exista el riesgo
de que esas instituciones puedan subvertir el orden democrático. Por ello, lo
realmente importante es impedir que el autoritarismo llegue al poder, y si
llega –como sucedió con Chávez o con Trump–, entonces el objetivo debe ser
evitar el control político sobre el Tribunal.
Tomando en cuenta las
condiciones politicas actuales en Venezuela, ¿es inevitable que Maduro “gane”
las fraudulentas elecciones presidenciales convocadas para abril o todavía es
posible salvar a la democracia en Venezuela, a pesar de que no hay una salida
electoral?
Creo que debemos dejar
de hablar acerca de cómo salvar a la democracia en Venezuela. La democracia en
Venezuela está muerta y tiene que ser reconstruida. Quizás hubiésemos podido
hablar de cómo salvar a la democracia en los últimos años del régimen de
Chávez, pero, hoy día, la democracia está muerta. Esa muerte comenzó con
Chávez, pero fue materializada bajo el régimen de Maduro.
Y si hubiese alguna duda
acerca de la muerte de la democracia, bastaría con observar el fraudulento
proceso de convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente que terminó de
asesinar y de enterrar a la democracia.
Hay un consenso creciente
entre politólogos que, bajo la mayoría de las circunstancias, incluso bajo
autoritarismos competitivos, es más conveniente para la oposición participar en
las elecciones antes que llamar a la abstención. Muchas personas, incluso en
Venezuela, creen que la decisión de llamar a la abstención en las elecciones
parlamentarias de 2005 fue claramente un error. En la mayoría de las ocasiones,
la estrategia basada en abstención fracasa, pues sólo en pocos casos la
abstención y el boicot electoral pueden afectar la estabilidad del régimen.
Por lo tanto, si hay
mecanismos institucionales disponibles, la oposición debe acudir a ellos, tal y
como explicamos en el libro. La pregunta en Venezuela, sin embargo, es si
existe algún mecanismo institucional disponible. Y la respuesta parece ser
negativa.
Yo creo que la oposición
acertó al participar en las elecciones parlamentarias de 2015, pues había la
posibilidad de ganar esas elecciones y de impulsar, desde la Asamblea Nacional,
cambios políticos. Lamentablemente, pese al esfuerzo, ese objetivo no se
alcanzó. Así, los resultados de esa elección llevaron a Maduro a adoptar una
estrategia abiertamente autoritaria sin siquiera acudir a las jugarretas que en
el pasado había implementado. En realidad, Maduro optó por actuar
descaradamente como un gobernante autoritario.
Bajo este nuevo escenario,
entonces, la estrategia de la oposición venezolana luego de 2016 apuntaba a
afectar la estabilidad del Gobierno de Maduro, que quedaría desacreditado y
aislado internacionalmente, todo lo cual podría conducir al colapso del
régimen. En este punto, la única causa que podría llevar a tal colapso es el
quiebre dentro del Gobierno, por la decisión de sus funcionarios, incluso
dentro de la Fuerza Armada, de abstenerse de seguir cumpliendo las órdenes
autoritarias de Maduro. Tales funcionarios hubiesen actuado en su propio
interés, pues en definitiva el régimen de Maduro colocó en riesgo a todos
aquellos que apoyaron a su gobierno. Por esto, era posible pensar en la
formación de una coalición dentro del sector oficialista –tanto de civiles como
de militares– a los fines de decidir que, para su propia subsistencia, era
necesario detener el autoritarismo de Maduro y acabar con la tragedia
venezolana.
Por lo tanto, la conducta
abiertamente autoritaria de Maduro que destruyó a la Asamblea Nacional y cerró
las vías democráticas ha debido llevar en definitiva al colapso de su régimen.
Pero eso no sucedió. Para mí es una sorpresa que el régimen de Maduro haya
subsistido tanto tiempo en el medio de una profunda crisis económica y sin
apoyo político.
Creo que, desde 2015, la
oposición venezolana adoptó una estrategia adecuada, incluso con las protestas
de 2017. Lamentablemente no se logró la salida de Maduro, lo que no quiere
decir que había una alternativa posible mejor.
Ahora bien, en las actuales
condiciones, cuando la oposición venezolana está impedida de participar
políticamente, y cuando no hay ninguna vía electoral o institucional
disponible, debe pensarse en mecanismos no-electorales para lograr ese cambio.
Así, la combinación de protestas –que generarán represiones– puede llevar a un
quiebre dentro del Gobierno, siempre y cuando sus funcionarios decidan no
seguir las órdenes arbitrarias de Maduro.
Ésa fue precisamente la
estrategia en el 2017, pero no se logró entonces el cambio político.
Así es. Hay varios ejemplos
de regímenes autoritarios que han colapsado, por ejemplo, el de Serbia en el
año 2000, el de Ucrania entre 2004 y 2005 y el de Zimbabue, hace no mucho, y
sin protestas. Los regímenes autoritarios que llevan al colapso del
Estado, haciéndolo incapaz de proveer bienes público, colapsan. Sorprendentemente
esto no ha sucedido en Venezuela, pero ello no significa que el régimen de
Maduro no vaya a colapsar. Por eso, la oposición implementó la estrategia
correcta en 2017, pero en política no hay leyes perfectas: incluso las mejores
estrategias pueden fallar.
02-03-18
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