Por Alberto Barrera Tyszka
Siempre había uno en las
caimaneras de fútbol que jugábamos de muchachos. El cazagüire era el chamo del
equipo que, mientras los demás corríamos y sudábamos la cancha, se quedaba
dando vuelticas, cerca de la portería enemiga, esperando que el esfuerzo de los
otros o la casualidad le trajera repentinamente el balón hasta sus pies. Estaba
ahí para meter el gol. Más que jugar, acechaba.
El término, al parecer,
tiene su origen en experiencias de cacería. El güire es un tipo de pato que
habita, con mayor frecuencia, en los llanos venezolanos. Para evitar que se
espante, a la hora de cazarlo, es necesario mantenerse agazapado y en silencio,
sin hacer mayores movimientos, junto al río o lago donde se encuentren. De ahí
supuestamente viene la expresión que, con el tiempo, ha terminado usándose para
denotar algunas variables del oportunismo nacional. Ahora tal vez calce
perfecto para decir que Henri Falcón anda de cazagüire en este 2018.
Ahí donde la mayoría de los
partidos de la oposición democrática, varias ongs y algunos
especialistas, ven un poder corrompido que no garantiza unas elecciones
equilibradas y justas, Henri Falcón y su partido ven, más bien, una gran
ventana de oportunidad. Por lo que dicen, por lo que se entiende de lo que
dicen, su decisión de participar en las próximas elecciones se basa
fundamentalmente en el análisis que hacen de un resultado de las encuestas.
Falcón cree que la mayoría de los venezolanos quiere votar. Falcón confía en la
hipótesis que anuncia una sorpresiva avalancha de votos en contra del
gobierno. Y Falcón quiere estar ahí, justo en ese momento, con la pierna
en alto, esperando que llegue la pelota para poder meter su gol.
La profecía sobre una
posible repentina y masiva votación en contra del gobierno no es nueva. Suele
aparecer siempre en cada jornada electoral. Es la versión moderada de
un alzamiento militar. La ilusión de una invasión gringa en versión
correcta y legal. Un golpe impredecible y tajante. Una violencia definitiva
pero constitucional. Ese escenario, esa probabilidad, sin embargo, ya ha sido
controlado por el oficialismo. Después de lo ocurrido en los últimos
comicios parlamentarios, los oligarcas de turno decidieron que el espectáculo
electoral era un riesgo, un lujo que ya no podían darse. Se equivoca Henri
Falcón cuando señala que las condiciones electorales que vivimos ahora son “muy
parecidas” a las que tenía el país en diciembre del 2015. No es cierto. Todo ha
cambiado. Todo está peor. Basta ver las actuaciones del CNE y
del TSJ durante los últimos 2 años para entender que, a partir de
enero del 2016, el oficialismo empezó a gobernar de otra manera. Ahí comenzó a
deshacer el escaso hilo constitucional que quedaba en Venezuela.
En octubre del 2017, al
reconocer la victoria de Carmen Meléndez, el ex gobernador de Lara declaró que
no había habido fraude y culpó a la abstención de su derrota. Ese
posición escamotea elementos esenciales de la realidad. El argumento de
la abstención tiene la comodidad de trasladar buena parte de la
responsabilidad a la participación ciudadana. Supone que, en rigor, no perdió
el candidato, perdieron los votantes. Y así, de alguna manera, logra omitir la
actuación absolutamente determinante del Estado y las instituciones
en todo el largo proceso que abarca una decisión electoral: desde la coerción a
través del carnet de la patria o las bolsas Clap, hasta la
mudanza a última hora de los centros de votación; pasando, claro está, por
el ventajismo publicitario, la inhabilitación
política, el amedrentamiento militar y para militar o las
innumerables trampas en los procedimientos del CNE… Lo que obvia Henri
Falcón es lo que importa. Cuando dice “Estamos convencidos de la victoria”, no
nombra a Andrés Velázquez, por ejemplo.
No hay que especular sobre
la existencia o no de intenciones ocultas o complicidades secretas. Más allá de
eso, comprometerse a participar en las próximas elecciones Presidenciales no
solo intenta regalarle a Nicolás Maduro algún margen
de legitimidad sino propone, también, desautorizar al liderazgo de
la oposición, a los partidos y a todos quienes han aseverado que no hay
condiciones para realizar una elección transparente y mediamente
equilibrada en el país. Al inscribir su candidatura, Falcón trata de hacer
posible que el fraude se llame elección. Que la imposición autoritaria sea
vista como un evento democrático. Que la estafa se transforme en una
ceremonia legal. Y de esta forma, entonces, también se anula la memoria
histórica, la lucha de un sector mayoritario que lleva dos años exigiendo una
participación electoral diferente, unas elecciones de otro tipo en el país.
Henri Falcón se coloca cerca
de la portería. Tiene los zapatos limpios. Sonríe y mira de lado. Está
esperando su chance, está esperando que le caiga el balón cerca para agarrar al
otro equipo descuidado y poder meter su gol. Pero todos sabemos que el equipo
contrario no se descuida. Todos sabemos que tiene blindada su arquería. Que los
árbitros están de su lado, que incluso llevan su uniforme. Sabemos que hasta
han cambiado las reglas para que sea imposible que un balón llegue a su red
¿Qué carajo hace, entonces, ahí el cazagüire? La cancha es un campo de batalla.
La grama está llena de sangre.
01-03-18
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