Por Tulio Ramírez
Lo aclaro de entrada, no soy
abstencionista. Desde que tengo edad para votar en solo dos oportunidades no
acudí a las urnas. La primera vez fue cuando el recién instalado gobierno de
Chávez llamó a un referéndum para renovar a la dirigencia sindical que estaba
al frente de la CTV. Ese 3 de diciembre del año 2000 ganó el sí con un 62,02%
de un total de 2.632.523 venezolanos que fueron a depositar su voto. Hubo una
abstención de 76,50%. No atendí el llamado a votar porque consideré que este
era un asunto que debían resolver exclusivamente los afiliados a esa central de
trabajadores. Olfateé una injerencia indebida por parte del ejecutivo con el
fin de controlar esa estructura sindical y me negué a participar de tal
despropósito antidemocrático. De esa abstención no me arrepiento. Luego me
abstuve, al igual que millones de venezolanos, durante las parlamentarias de
2005, cuestión de la cual todavía hoy me arrepiento.
Lo que sí es cierto es que
en ningún momento se acusó a nadie de mantener una política colaboracionista
con el régimen. Algunos, a la distancia, pueden considerar que fueron
decisiones políticas desacertadas, pero nunca de estar en conchupancia con el
régimen.
La abstención como posible
causa de una derrota electoral, sólo hasta ahora se está esgrimiendo.
Anteriormente, sesudos analistas habían intentado dar respuesta por otra vía a
estas debacles. Algunos intentaron su explicación partiendo de la falta de
organización o del ventajismo oficialista, “nos ha faltado mayor organización”;
“el ventajismo oficial ha sido grosero”; “no hemos sabido demostrar las trampas
y triquiñuelas del binomio CNE-PSUV”; “no hemos sido lo suficientemente cuatriborleados
para cantar el fraude en la calle como lo hizo Toledo en el Perú”; “las
encuestadoras nos han engañado y luego el tanganazo nos derrumba”; “somos un
pueblo resignado frente al poder, por eso admitimos nuestras derrotas sin
preguntarnos qué fue lo que pasó”; “somos un pueblo depresivo que se
desmoviliza y se inhabilita cuando los resultados favorables no son
inmediatos”. Estas y otras muchas tesis han intentado explicar, sin mucho
éxito, el estado de ánimo electoral de los venezolanos.
Más recientemente las causas
de las derrotas se ha desplazado a la clase política. Esta diatriba se ha
convertido en un dime y diretes de acusaciones mutuas entre los sectores de
oposición. Esto ha hecho que el tema sobre quien es la “verdadera oposición” se
enrede cada vez más. Tratemos de entender esto.
Resulta que ya no hay 2
grupos opositores, como quedó claro después de las últimas elecciones, ahora
son 3. Según los “sabedepolíticaydecualquiervaina”, ahora se identifican dos
grupos de abstencionistas, a saber, los “abstencionistas químicamente puros”
que vuelan por encima del charco sin embarrialarse los pies y los
“abstencionistas de ocasión”, o sea, hasta que mejoren las condiciones. En
medio están los llamados “participamos como sea”, quienes decidieron probar
suerte con candidato propio en las próximas elecciones presidenciales de mayo
de 2018.
Estos tres grupos se acusan
entre sí de ser colaboracionistas con el régimen. Los “abstencionistas puros”
acusan a los “de ocasión” de colaboracionistas por “bailar pegao” con el
gobierno y estar prestos a cualquier conversadera para hacerles ganar tiempo.
Por su parte estos replican diciendo que los colaboracionistas son los
“abstencionistas puros” porque no hacen nada concreto para salir del gobierno.
A su vez ambos grupos acusan de lo mismo a los “participacionistas como sea”,
por hacer comparsa en unas elecciones fraudulentas y ya decididas. Y éstos, ni
bolsas, retrucan diciendo “más colaboracionista serán ustedes que están
impidiendo que yo le gane a Maduro”.
Así, mientras Songo le da a
Borondongo, Borondongo le da a Bernabé, y éste le da a Muchilanga, la gente
intenta sobrevivir, preocupándose cada vez menos por este enredo opositor.
Mientras tanto, desde Miraflores, le estarán diciendo a los líderes de estos 3
grupos: “gracias muchachos, se las debo”.
02-04-18
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