Por Antonio Pérez Esclarín
Me gusta repetir que, en estos
tiempos tan difíciles, la verdadera alegría que mana de adentro, de la paz del
corazón y de la seguridad de que uno está cumpliendo con su deber de ciudadano,
es subversiva. Porque los que nos gobiernan nos quieren tristes,
deprimidos, derrotados, sin espíritu de lucha ni fuerzas para reclamar la vida
digna y en paz a la que todos tenemos derecho. Yo, por lo menos, me
esfuerzo todos los días para que no me derroten ni amilanen. Más bien,
estoy convencido de que la actitud alegre y entusiasta es una especie de
victoria, pues a los que nos quieren sometidos y vencidos, les
resulta insufrible ver personas que no se rinden y siguen trabajando con pasión
y entrega por sacar a Venezuela del abismo en que la han arrojado.
Muy consciente de que
sobrevivir, o incluso alimentarse, cada día está resultando una
tarea heroica a la que la mayoría dedica todas sus fuerzas y energías, yo cada
mañana doy gracias a Dios por la vida y por las oportunidades que me
brinda el nuevo día para crecer hacia adentro, para servir y trabajar por
Venezuela y me repito con verdadera convicción: “Hoy no voy a permitir que los amargados
me amarguen; que los pesimistas me contagien su miedo; que los violentos me
quiten la paz; que los derrotados me hagan claudicar. Hoy, yo voy a tratar de
vivir como un regalo para los demás. Todas las personas con las que yo me
encuentre, que consideren un regalo el haberme conocido;
todas las personas con las que hoy converse, que de mis palabras salgan
animadas, estimuladas, deseosas de ser mejores, comprometidas a trabajar por
Venezuela. Si muchos se dedican a sembrar desánimo y división, yo voy a
tratar de sembrar esperanza y unión”.
Cuando trata de abatirme el
pesimismo y la desesperanza, hago mío este texto que, si no me
equivoco, es de Eduardo Galeano: “Nosotros tenemos la alegría de nuestras
alegrías y también tenemos la alegría de nuestros dolores y estamos orgulloso
del precio de tanto dolor que por tanto amor pagamos. Nosotros tenemos la
alegría de nuestros errores, tropezones que muestran la pasión de andar y el
amor al camino: tenemos la alegría de nuestras derrotas porque la lucha por la
justicia y la belleza valen la pena también cuando se pierden. Y sobre todo,
tenemos la alegría de nuestras esperanzas en plena moda del desencanto, cuando
el desencanto se ha convertido en un artículo de consumo masivo.
Nosotros seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano”.
Es la misma idea que expresó
con sencillez, ya en el ocaso de su vida, Paulo Freire, pedagogo de la
esperanza comprometida, un hombre que siempre permaneció radicalmente
fiel al pueblo más olvidado y oprimido: “Reconozco los obstáculos y
dificultades, pero rechazo acomodarme y resignarme en silencio, o simplemente
ser el eco vacío, avergonzado o cínico, del discurso dominante”.
Durante toda su vida Freire se
dedicó a gestar una educación crítica y liberadora, que capacitara al pueblo
para transformar las estructuras de opresión que lo convertían en siervo,
mendigo o cliente, y le impedían expresar su propia palabra y convertirse
en genuinos ciudadanos, con voz y con poder.
30-04-18
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