Tulio Ramírez 01 de mayo de 2018
Caminaba
por los pasillos de la Universidad Central de Venezuela, Cavilaba sobre votar o
no votar el 20 de mayo. Intuyo que esa duda shakesperiana está ocupando buena
parte del tiempo de muchos venezolanos, viéndose interrumpida cuando finalmente
llegamos a la caja registradora a pagar el pan, el queso, el aceite de motor o
el kilo de carne que debemos estirar hasta la próxima compra, es decir, por una
semana más. Entre pensar sobre la mejor opción para salir del gobierno y
diseñar las estrategias para esquivar el hambre, está transcurriendo nuestra
vida. Abstraídos en esos pensamientos vamos andando sin percatamos cuando algún
conocido nos saluda en la calle, ni cuando nos pasa por el lado un niño
comiendo desechos recogidos del basurero más cercano.
Así
como yo, también andan profesores, estudiantes, empleados, obreros y asiduos al
Hospital Clínico Universitario. Caminan por el campus con la vista fija en
ninguna parte, maquinando como sobrellevar la pela con las menores
consecuencias posibles.
Ese
día, ensimismado en mis angustias políticas y alimentarias divisé a lo lejos a
una persona que estaba como aleteando los brazos. Al principio no le presté
mayor atención. En la UCV uno puede ver cualquier cosa que parezca extraña y no
debe causar alarma alguna. Son espacios de creatividad, experimentación y de
libertad. Lo que en las afueras del campus es totalmente excéntrico o extraño,
en la UCV puede considerarse absolutamente normal.
Así,
sin dejar de pensar en la inutilidad de un voto que no elije, en un filtro de
aceite de carro que subió a 5 millones de bolívares después de costar hace 3
meses 250 mil bolívares, en cómo conseguir la harina de mis tormentos, para
caer nuevamente en el voto y su probabilidad de herramienta eficaz para sacar
al que te conté, me fui acercando involuntariamente al hombre que aleteaba.
Era
fornido, como de 1,90 y unos 90 kilos aproximadamente. Para más señas, forma
parte del cuerpo de vigilancia de la universidad. Su franela blanca con el
sello de la UCV lo hacía inconfundible. Lo saludé con el aprecio de un
compañero de trabajo, aunque era la primera vez que lo veía en esos predios.
“Buenos días profesor” me contesto sin dejar de aletear. La curiosidad mató al
gato, es cierto, pero también ha abierto muchas puertas, sobre todo en el mundo
de la investigación científica. No me aguanté y le pregunté qué estaba haciendo
con tanto empeño y rapidez. Me contestó con un gutural tono de voz, “tejiendo”.
Con la respuesta me mostró un muñeco de esos que llaman Minions, a medio tejer.
Estaba hecho con gran maestría y delicadeza. La inmensa humanidad de ese hombre
contrastaba con el trabajo de filigrana que realizaba.
Pregunté
cómo había adquirido esa habilidad y si lo hacía por hobby o negocio. Me
comentó que lo aprendió cuando cumplía una suspensión disciplinaria en su
anterior trabajo. Pensó que le sería difícil, sin embargo descubrió que poseía
habilidad motriz fina para hacer ese tipo de actividad. Confesó que antes lo
hacía para pasar el tiempo, pero que hoy lo hace por necesidad. Tiene una hija
hospitalizada desde hace un tiempo y las medicinas son muy costosas. Se ayuda
vendiendo los tejidos porque el sueldo de la universidad no le alcanza.
Finalmente comentó, con un dejo de tristeza, que cuando acompaña a su hija en
el Hospital, además de velarle el sueño, pasa la noche tejiendo para ofrecer,
al día siguiente, sus creaciones y poder reunir el dinero necesario para el
tratamiento.
Me
despedí no sin antes encomendarle un muñeco similar al que estaba tejiendo. No
solamente tenía la obligación moral de ayudar a la hija de un compañero de
trabajo, sino que reconocía su arte. Continué mi camino pero esta vez pensando
en esa conversación. Cada quien tiene sus propias batallas. Algunas las
compartimos, como la de terminar de una vez por todas con esta pesadilla de
régimen que nos está llevando al borde de la muerte por inanición, pero otras
son solitarias porque no debemos esperar la ayuda de terceros para
enfrentarlas. El Hombre que Aleteaba libra una de esas batallas, sanar a su
hija enferma. Concluí que luchaba como todo un venezolano de bien, procurando
los recursos honradamente y con tesón. Ese si es el Hombre Nuevo venezolano de
toda la vida, no el que nos ha querido imponer la revolución.
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