Editorial
El Nacional
En no menos de 59 países ya
están en marcha empresas, de distinto tamaño, impulsadas por emprendedores
venezolanos. En no menos de 500 corporaciones, distribuidas en casi un centenar
de países, están desempeñándose profesionales venezolanos en cargos gerenciales
o de alta dirección, en prácticamente todos los rubros productivos. A todo ello
se suman los cientos de miles de compatriotas que, en América Latina, Estados
Unidos, Australia y Europa, trabajan en los más diversos oficios, o han dado
inicio a innumerables emprendimientos.
No pasa un día sin que,
cualquiera de nosotros, no escuche de los sorprendentes relatos de la presencia
de venezolanos en el mundo. Una profesora de música en Groenlandia, un
coordinador de operaciones en una empresa de catering en Angola, un ingeniero
electrónico que ha sido contratado por una empresa de alimentos en Suráfrica.
Aunque hay países en los que se ha producido alguna concentración –en América
Latina destacan Colombia, Perú, Chile, Argentina y Panamá–, lo cierto es que
estamos en los cinco continentes.
Especialistas de todo el mundo
reconocen en el fenómeno de la diáspora venezolana características
excepcionales. Me referiré a tres de los factores que más se repiten cuando se
analiza lo que está ocurriendo. En primer lugar, el carácter de huida que, en
tan corto tiempo, se ha producido: alrededor de 3,5 millones de personas en el
transcurso de una década. Fuera de Venezuela impacta y causa sorpresa la
actitud de “salir en las condiciones que sea” del país. Nuestros compatriotas
huyen, abandonan el país con desesperación. El pensamiento de fondo es que
cualquier realidad fuera de las fronteras venezolanas es mejor que padecer el
estado de cosas creado por el régimen de Maduro y Cabello.
En segundo lugar, resulta
llamativo el nivel académico que tienen cientos de miles de esas personas. Esto
no se refiere, de forma exclusiva, a la calidad de la educación con que
partieron de Venezuela, sino a consideraciones más amplias y significativas: la
visión cosmopolita, la multiplicidad de intereses, el dominio de otras lenguas
y, muy importante, la disposición a seguir aprendiendo.
El tercer elemento puede sintetizarse
en la palabra “actitud”. No predomina el derrotismo en la diáspora venezolana.
Al contrario, la gran mayoría sale en pos de un trabajo, a darle forma a
emprendimientos, a buscar oportunidades para mostrar los talentos y la
disposición a lo productivo. Los venezolanos que se marchan no llegan a otros
países a tocar las puertas de ONG, sino las puertas de empresas donde puedan
encontrar un trabajo remunerado.
Toda esta enorme corriente
productiva representa un capital y un potencial económico, social y humano, que
debe ser pensado y convertido en proyectos. Ahora mismo, la actividad económica
de los venezolanos en el exterior puede representar entre dos tercios o tres
cuartos del PIB de Venezuela. Eso equivale a una cantidad formidable de
recursos, no solo económicos, sino de múltiple orden. En varios artículos
anteriores me he referido al peso que hoy tienen las remesas para el sostén de
millones de familias en Venezuela.
El potencial del que hablo no
es retórico. Fuera el país, las capacidades de los venezolanos se han
incrementado. Han comenzado a producirse formas de organización para recibir o
ayudar a los que están llegando. Hay un activismo fundamental en el ámbito de
los derechos humanos, que ha logrado despertar la conciencia de la opinión pública
internacional y poner en funcionamiento los mecanismos de autoridades y
tribunales especializados. Hay iniciativas académicas, políticas, gremiales y
de activismo solidario, que están en desarrollo y que podrían crecer y
consolidarse en las próximas semanas y meses.
Mi percepción es que la
diáspora está activa y que tiene a Venezuela en el centro de sus pensamientos.
No existe una división entre los que se quedaron y los que salimos. Hay una
interconexión permanente, que debería fortalecerse, y que podría resultar un
factor determinante en el objetivo de poner fin a la dictadura. La diáspora,
por sí misma, se ha constituido en una fuerza política, cuyo potencial está,
todavía, por desarrollarse. Sus capacidades técnicas, sus relaciones en otros
países, el conocimiento que ha adquirido de las nuevas aplicaciones
tecnológicas en todos los rubros productivos, sus aprendizajes en la
instrumentación de programas sociales, son algunas, entre muchas más, de las
capacidades que ha alcanzado, y que serán fundamentales para el nuevo país
posdictadura.
Nadie debe permanecer ajeno a
esta realidad: ni quienes formamos parte de la diáspora debemos olvidar que
tenemos un compromiso con nuestro país, ni quienes permanecen y resisten en
Venezuela deben olvidar que hay compatriotas dispersos en el planeta. Estamos
listos para participar en la reconstrucción de Venezuela.
02-07-18
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