Juan Guerrero 01 de julio de 2018
@camilodeasis
Ese
contraste entre riqueza académica, intelectual mientras apenas se sobrevive con
poco más de 1 dólar, es inmoral, obsceno y ofende la dignidad de un
profesional.
Mi
esposa llega a la casa visiblemente consternada y entristecida. Me cuenta que
en su universidad, en el Departamento de Matemática, a uno de los profesores lo
encontraron en su sitio de trabajo medio desmayado. –Pero no quiso ser
atendido. Se fue a dar su clase, me dice.
Al
rato me comenta que por las redes sociales, en su grupo de contactos, informan
que el profesor Pablo Pérez fue rescatado por sus estudiantes, quienes tuvieron
que hacer una colecta y comprarle dos arepas con queso. –Estaba tan débil que
no podía sostener la arepa para masticarla, -me dice. –Mientras estaba
explicando un ejercicio, de repente se desvaneció y lo tuvieron que sostener y
sentar para que se recostara en su escritorio.El profesor Pérez tiene que
caminar 60 cuadras para llegar hasta la universidad. De ida son 30 cuadras e
igual de regreso. Si tiene suerte, se monta en el autobús de los estudiantes y
se queda cerca de donde vive, por barrio Unión, en Barquisimeto. Con todo y
doctorado no tiene capacidad monetaria para mantener su vehículo, ni tampoco
para comprarse ropa ni zapatos. Todo eso me lo comenta mientras su mirada se
torna enrojecida y la rabia e impotencia se traducen en palabrotas y
maldiciones contra el régimen.
Pero aunque le escucho, la imagen de otro
profesor todavía la tengo grabada en mi memoria. Saúl Moreno es su nombre.
Tiene las mejillas hundidas y una barba de varios días. Los ojos vidriosos.
Encorvado a pesar de no tener más de 45 años. De voz amable y muy solidario. Su
vestimenta es precaria y toda su humanidad delata la miseria y el hambre que
padece.
Esta es la cruel y devastadora realidad del
Alma Mater en Venezuela. La universidad venezolana está en la miseria y ruina.
El reducto de dignidad que por años blandía con orgullo y virtud hoy está
siendo mancillado, ejecutado de manera planificada por el régimen totalitario.
Quienes persisten como mi esposa son más que
docentes, apóstoles académicos que acuden al Alma Mater para encontrarse con no
más de 4 o 6 bachilleres. Salones de clases que antes se mantenían con 35 o 42
estudiantes, no quedan sino sombras con pupitres vacíos. Es que el régimen, de
hecho, los está excluyendo del sistema educativo.
La universidad venezolana, republicana,
autónoma, democrática y pública está siendo ocupada por el hambre, la
marginalidad y la delincuencia. El promedio de sueldo de un
docente-investigador apenas llega a 1,5 dólares al mes. Yo sobrepaso ese mísero
pago por contar con otra entrada, la de mi pensión. Así, llego a más de 2,5
dólares. Junto con el sueldo de mi esposa, 2,5 dólares, con todo y su orgulloso
doctorado, sobrepasamos los de muchos docentes.
Pero para sobrevivir tenemos que ponernos a
hacer galletas, suspiros, tortas por encargo, y así llegamos vivos a fin de
mes. Ya es raro cuando compramos jamón o salimos a un centro comercial.
Descubrí por estas madrugadas que tomar agua
amortigua el hambre y la engaña. Pero no puedo dejar de pensar en el profesor
Pérez y el rostro del profesor Saúl me persigue. Ese rostro del hambre, del
desespero y también de quien calladamente sigue adelante. No tengo casi
palabras para rellenar este escrito. Todo se me convierte en imágenes, rostros
demacrados, gente que veo por las calles, tristes, cabizbajas, silenciosas,
solitarias.
Las veces que he ido a buscar a mi esposa a
la universidad politécnica no escucho las risas ni la bulla de los estudiantes.
Todo se nota enmudecido. Todo está quedando en cámara lenta. Las personas miran
al suelo como buscando una moneda perdida. Hace varios días fui a llevar un
documento de mi esposa a una oficina. Era mediodía. Los empleados comían en sus
lugares de trabajo. Apenas una sacaba un pedazo de pan y lo mordía mientras me
recibía la planilla. Cuando salí, por los jardines llenos de hojarasca, varias
personas estaban almorzando mango verde y arepas. Cuando me vieron, disimularon
reírse y ocultaron la fruta.
-Es que en la universidad todavía hay
dignidad, orgullo y vergüenza. -Eso es una muralla contra la tiranía, pensé.
Pero después, reflexioné y me acordé de la vez que viajaba con mi entrañable
amigo y poeta, Abraham Salloum Bitar. Mientras conversábamos sobre la
indigencia, de pronto él me sentenció: -Si yo cayera en la extrema pobreza,
llevado por un régimen tiránico. Si me acorralan y tuviera que refugiarme
debajo de un puente para vivir. Preferiría suicidarme. No sé cuál sea el
pensamiento de los cientos de miles de docentes universitarios que están
cayendo en la miseria material. Ese contraste entre riqueza académica,
intelectual mientras apenas se sobrevive con poco más de 1 dólar, es inmoral,
obsceno y ofende la dignidad de un profesional. No sé, ni quiero pensar en ese
doloroso contraste que estoy describiendo.
No tengo palabras para narrar la miseria que
veo en la universidad. Su fuente casi inagotable que ha sido la producción de
conocimiento, mientras se practica el sentido de la justicia, la libertad y la
democracia como virtudes y principios del Alma Nutricia, están siendo
fracturados en sus dos bases esenciales: su población cívica (estudiantes,
profesores, personal administrativo y de servicio), y el presupuesto para hacer
academia/producir conocimiento (investigación, docencia y extensión). La
universidad venezolana, hoy, es un inmenso colegio donde apenas se ofrecen
clases y prácticas teóricas sobre documentación desactualizada. Laboratorios,
bibliotecas, publicaciones, centros deportivos y artísticos, así como proyectos
y asesorías externas, han pasado a segundo plano o dejaron de funcionar por
falta de presupuesto. En cualquier centro universitario venezolano se ven las
huellas del hambre, tanto en los rostros y vestimenta de sus profesores,
estudiantes y demás personal administrativo y de servicio, como en el absoluto
abandono de sus áreas verdes e inmuebles.
Los profesores Pablo, Saúl, así como mi
esposa y tantos miles de docentes-investigadores están siendo acorralados por
el hambre, la marginalidad y la delincuencia que permite el régimen
totalitario. Pero hay que resistir, persistir y no desistir. Hasta más allá del
hambre y la miseria resistiremos. Los estudiantes no se quedarán desamparados.
Nuestro destino es luchar con lo mejor que sabemos hacer: producir
conocimiento.
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