Por Vanessa Davies
Los venezolanos están pasando
tanto trabajo que es imposible que se coordinen políticamente, advierte el
sociólogo y analista. Mientras el Gobierno critica el neoliberalismo, la
sociedad “está a merced del mercado negro, que es el peor de todos"
Para bien o para mal, el de
Venezuela es un caso digno de estudio para cualquier sociólogo. No en vano una
de las radiografías más descarnadas de Venezuela la hace un sociólogo llamado
Juan Manuel Trak, investigador y consultor en análisis de entornos y encuestas
de opinión.
Los venezolanos están en un
“sálvese quien pueda”, concluye este doctor en Procesos Políticos Contemporáneos,
sociólogo de la Universidad Católica Andrés Bello y magíster en Ciencia
Política de la Universidad de Salamanca.
En conversación telefónica
con Contrapunto, Trak sostuvo que el caos “se va a naturalizar” y opinó
que en el bloque de poder hay por lo menos dos bloques que se cuidan mutuamente
mientras las instituciones cada vez pierden más peso.
—Hay protestas por agua,
protestas por transporte. Pero ¿esas protestas en qué se inscriben, desde el
punto de vista político?
—Vemos que hay un repunte de
las protestas luego de que el evento electoral pasó. Se evidencia que la
carencia en la satisfacción de servicios, comida y medicinas, al igual que el
proceso hiperinflacionario han llevado a gremios, sectores y comunidades a
protestar para reclamar soluciones. Son protestas por demandas puntuales. Desde
el punto de vista político las protestas parecen estar aisladas, los partidos
políticos no parece que están en condiciones de articularlas; lo que han hecho
es replicar la protesta o hacer un diagnóstico del por qué, pero no generan
nada propositivo para que el Gobierno, como mínimo, se siente a dialogar sobre
el modelo.
—¿La oposición está
desconectada de esa protesta?
—Percibo que buena parte de
las oposiciones están desconectadas de la protesta. No es que no haya un
político conectado, pero un movimiento político que canalice esa energía, no lo
hay. Hay acciones individuales de políticos, como José Manuel Olivares en el
área de la salud, pero que eso pase a un movimiento orgánico es mucho más difícil.
—¿Por qué esa desconexión?
—El énfasis en la protesta
política en 2016 y 2017 generó una gran desafección por no lograr los objetivos
que se plantearon. Hay desconfianza en los partidos y en los políticos, los
ciudadanos ven que son las mismas caras desde hace cinco, seis o siete años, y
no hay confianza en que los políticos puedan representar sus intereses. Hay una
protesta social que viene incluso de sectores del propio gobierno, y que no
confía en partidos de oposición. La opción de Henri Falcón no parece estar
conectada con eso, el chavismo disidente parece no estar tan conectado con
estos sectores. Grupos del chavismo originario, muy críticos de la situación
actual, están desconectados.
—¿Y entonces?
—Estamos en un estado de
anomia, en el cual la gente trata de sobrevivir. Las protestas se enfocan en
demandas puntuales que no buscan un cambio general, sino la satisfacción de
demandas específicas. Hay fragmentación de la protesta, lo que permite al
Gobierno satisfacer la demanda, tratar de comprar a quienes protestan con cajas
CLAP o reprimir a quienes protestan con grupos policiales o grupos
parapoliciales.
“Sálvese quien pueda”
—Esa anomia y la desafección
de la política, ¿a qué nos llevan?
—Por un lado vemos el
desespero de la gente por irse del país. La gente considera que no es
rescatable el país, que es imposible seguir en esta carestía tan intensa. La
desesperación lleva a la gente a movilizarse para tratar de conseguir lo que
pueda, cada quien trata de resolver sus problemas personales o familiares. Hay
una fragmentación de la comunidad política, no hay mecanismos de cooperación en
los cuales los ciudadanos podamos insertarnos. En Venezuela está operando el
“sálvense quien pueda”, cada quien está en su realidad tratando de resolver sus
problemas puntuales. En ese estado de anomia es muy difícil la articulación
política. Tenemos una población desmovilizada, pasando tanto trabajo que es
imposible que se coordine políticamente.
—¿Ese sálvense quien pueda lo
hemos vivido antes?
—En los años 90 hubo un
problema económico importante, carencias importantes, pero por lo menos las
redes comunitarias no habían sido cooptadas por el gobierno y tenían capacidad
de movilizarse. El gobierno trataba, sin dinero y con instituciones
desgastadas, de hacer algo. Había una sociedad civil autónoma, la opinión
pública podía castigar a sus gobernantes. Se votó por un candidato antisistema
y eso no lo podemos hacer ahora. En esta situación deberíamos poder cambiar de
gobierno en las elecciones de diciembre. Ahora no tenemos un sistema ni
medianamente democrático.
—¿Estamos atrapados sin
salida?
—En este momento todo es muy
difícil. La articulación pasa por una renovación de estos líderes políticos:
deben tener el valor de tomar las riendas, articularse hacia los lados; limar
asperezas con el sector del chavismo disidente, con el sector más a la derecha
del espectro político venezolano, poner un objetivo común y a partir de allí
construir con la sociedad civil, y no solo con los gremios tradicionales. Deben
ir hacia sindicatos nuevos, los consejos comunales. Se trata de reconstruir una
opción ante un gobierno que tiene una agenda totalitaria y revanchista. Hace
falta más humildad de los políticos, plantearse escenarios sobre lo que puede
venir.
—¿Por ejemplo?
—Van a aprobar una nueva
Constitución, no se sabe qué tiene, no hay un debate público como el que hubo
en 1999. Pareciera que cuatro o seis manos están haciendo la nueva
Constitución. Y saltan los dilemas de siempre: participar o no. La pregunta es
cómo puede este evento contribuir a movilizar a la gente. La oposición no puede
quedarse paralizada en la polarización.
—¿Se debe participar o no?
—No sabría decir si lo mejor
es participar o no. Pero lo ideal es que ese evento produzca una articulación
que lleve a una movilización masiva. Si participar contribuye con eso,
bienvenida la participación. Cualquiera de las alternativas tiene sus pro y sus
contra, pero no participar y dejar que las cosas sigan su cauce no tiene
sentido, como tampoco tiene sentido participar, decir que hubo fraude y luego
reclamar a quienes no votaron. Participar o no debe obedecer a una posición
estratégica.
Dos poderes que se vigilan
Los años de trabajo como
consultor político le permiten analizar lo que ocurre en el campo opositor y en
el campo chavista. Trak describe que la oposición está partida en, por lo
menos, tres toletes: el de la MUD, en la que conviven individuos con perspectivas
ideológicas contradictorias, pero unidos por objetivos electorales; el de la
centroizquierda más socialdemócrata; y un polo de derecha liberal-conservador.
Al primero “le hicieron la cruz” por negociar con el Gobierno, al segundo “le
hicieron la cruz” por participar en las elecciones “y es la derecha la que
tiene más opción de crecer”.
En el bloque de poder el
sociólogo observa dos grandes grupos: el del presidente Maduro, los hermanos
Rodríguez y otros, que controlan el Ejecutivo; y el del constituyente Diosdado
Cabello, con otras figuras.
“En este sistema no
democrático que hay en Venezuela los mecanismos de contrapeso no están en las
instituciones clásicas”, subraya. “En este sistema autoritario hay dos poderes
fácticos que se vigilan mutuamente: uno tiene el Ministerio de Relaciones
Interiores y otro pareciera tener control sobre la Fuerza Armada. Ambos
comparten el poder con barreras muy difusas”.
Lo que se mantiene en el país
“ya no es un sistema de contrapesos tradicionales, sino una medición de fuerzas
en el bloque de poder” y “no se sabe a ciencia cierta quién está por encima de
quién”.
—¿El estado de caos tiene que
ver con eso?
—Cuando Hugo Chávez dijo que
su sucesor era Nicolás Maduro, la decisión de Maduro fue no perder el poder, y
en ese no perder el poder destruyó lo poco que quedaba del país:
institucionalidad democrática, operatividad de Pdvsa. La obsesión por estar en
control del poder llevó a usar todos los recursos de las instituciones para
mantenerse en el poder. Hasta Pdvsa se convirtió en una pugna por el poder. Eso
ocurre con Corpoelec, con Hidrocapital. Es el uso de las instituciones para
mantener el poder. Las instituciones han sido absolutamente desnaturalizadas, y
están al servicio de un proyecto de mantenimiento de poder autoritario. Por eso
Hidrocapital no está pendiente de invertir en represas o en el servicio, sino
en mantener el poder. Uno de los grandes ejemplos de la desnaturalización de
una institución es el Banco Central de Venezuela, que no se ocupa de controlar
la inflación, sino de que haya dinero para que Maduro apruebe todos los bonos
que quiera, ocultando los datos básicos. El BCV ha sido destruido.
La institucionalidad seguirá
perdiendo fuerza
—¿Era esperable que todo
entrara en caos?
—Varios analistas lo dijeron,
como José María De Viana con el sistema de distribución del agua.
—¿Esto puede ser peor?
—Es posible seguir empeorando.
La institucionalidad va a perder más fuerza cada vez, grupos fácticos van a
tomar el control de instituciones y el país y en Venezuela el caos se va a
naturalizar. Volvemos al estado de naturaleza de Hobbes, en el cual estamos
viendo cómo el otro no nos perjudica y cómo sobrevivimos aunque eso perjudique
al otro. Hay un proceso de instrumentalización del otro y de aprovechamiento del
otro. Hay un control de la economía que no controla nada, y que nos deja a
merced del mercado negro, que es el peor de todos los mercados. Esto es más que
neoliberal. El neoliberalismo tiene unas reglas mínimas; el mercado negro en el
que estamos ni siquiera tiene regulación.
—El concepto de Estado
fallido, ¿cabe para el caso venezolano?
—Todavía el Estado venezolano
cumple una de sus funciones mínimas, que es el mediano control del territorio.
No hemos masificado zonas de distensión para grupos irregulares organizados,
aunque hay espacios de tolerancia absoluta para pranes y bandas criminales.
Podemos llegar a la pérdida de control de territorio. El Arco Minero es un área
en la cual hay conflictos importantes, hay zonas del interior del país donde
manda un pran. Esa es una característica de los estados fallidos y frágiles.
—Ante eso, ¿qué podemos hacer
como sociedad?
—La alternativa con más
viabilidad es la construcción de una gran coalición democratizadora. Es
necesario establecer acuerdos mínimos entre grupos, personas, asociaciones
partidistas y la sociedad civil que tienen fines hasta contradictorios, pero
comparten la idea de que la democracia es una forma de que la sociedad
progrese.
—¿Es para ganar elecciones?
—El camino para llegar allí
puede o no ser electoral, pero debe haber una coalición alineada con una
estrategia que lleve al gobierno a una negociación seria o a una elección con
condiciones mínimas. Una vez establecido ese mínimo común, con objetivos claros
y con reglas de interacción claras, es necesaria la construcción de un proyecto
esperanzador, con una democracia en la que cada quien decida cómo vivir. Un
proyecto esperanzador, renovador.
01-07-18
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