Por Gregorio Salazar
Un enfermero de la maternidad
Concepción Palacios muestra su zapato de goma ante la cámara. La suela
prácticamente ha desaparecido desde la mitad del calzado hasta el extremo del
tacón. Alguien le indica que él está yendo a trabajar descalzo. Y él responde
que gana quinientos mil bolívares quincenales. Es decir, no le alcanza ni
para comprar una lata de sardinas, que ya superó el millón.
Enfermeras y enfermeros de
distintos centros asistenciales del sector público llevaban hasta el jueves
cuatro días de protestas en la calle. Algunos admiten que las condiciones
infrahumanas en las que están viviendo no les permite un estado de salud mental
como el que se requiere para atender pacientes.
Los ingresos de la mayoría
anda por el millón de bolívares mensuales, menos de medio dólar por mes al
cambio no oficial. “Y un paquete de toallas sanitarias cuesta 7 millones. Dime
de dónde los saco”, señala una de las enfermeras unida a la protesta.
Reclaman uniformes, botas,
implementos y, lo principal, un salario digno porque con el actual apenas si
pueden cubrir el pasaje. Después de protestas escalonadas durante varios meses,
el gremio declaró el paro indefinido desde el pasado lunes. Salieron
pacíficamente a expresar por el drama existencial en que los ha hundido el
régimen de Maduro, pero también a reclamar por los insumos y medicamentos que
se necesitan para atender a sus pacientes. Si no, ¿qué sentido tiene
asistir a sus puestos de trabajo aunque sea dejando sus propias penurias a un
lado? No hay suministros ni para asear los pisos de los hospitales y en
ocasiones ni para desinfectar los quirófanos con un mínimo de garantías de
seguridad.
Los trabajadores de la
maternidad bloquearon la avenida San Martín, los del Pérez Carreño cerraron la
avenida O´Higgins, pero también salieron a la calle los del hospital infantil
J.M. De los Ríos en San Bernardino, los del Hospital Central de Maracay, en la
Clínica Popular y el Materno Infantil de El Valle, lo mismo en El Algodonal.
Pero el régimen, que mima a los militares porque sabe que su último sostén son
la represión y las armas y acaba de darle aumentos de entre 4 y 16 salarios
mínimos, apenas si se ha manifestado en dos tipos de respuesta: a los trabajadores
del Hospital Clínico de la UCV le enviaron unas cajas Clap, un mendrugo como
para que no murieran todavía de hambre, y a las enfermeras de la maternidad les
llegaron los maleantes paramilitares que llaman colectivos para amenazarlos con
atacarlos si persisten en su protestas, que es decir en el reclamo por
condiciones dignas de trabajo y de vida.
Mientras las enfermeras y la
clase trabajadora en general vive ese calvario, no hay día en que desde la
panoplia mediática del oficialismo no se proclamen las virtudes del llamado
“presidente obrero”, pese a que acabó con el poder adquisitivo de los
trabajadores, las convenciones colectivas, desmanteló los sindicatos
independientes y mantiene una política de acoso contra los gremios que
protestan en defensa de sus afiliados.
Si el régimen pretende hacerse
el loco y mostrarse a espaldas de la realidad, son las luchas como las que
están librando las enfermeras y enfermeros de ponerlo en su sitio.
Por eso no hay que dejarlos
solos ni mirar su lucha como ajena. Es el tipo de respuestas, que en este
momento de desconcierto opositor hay que darle a este régimen que puede ser
calificado sin ambages de contra natura y porque va más allá de la razón y del
sentido común. Venezuela no puede seguir siendo impunemente convertido en
un país invivible e inviable.
01-07-18
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