Por Simón García
El régimen logró sembrar la
discordia entre los venezolanos, manipular el resentimiento y poner a una parte
del país contra la otra. Quebró fundamentos del gentilicio, valores e
identidades, llenando de fango ideológico la conciencia social. El escalón
unitario superior, el de la reunificación de la nación, exige sanar estas
heridas y restablecer una cultura cívica responsable. Para lograrlo, el primer
paso, es no seguir dividiendo a la sociedad entre chavismo y antichavismo.
Entre la oposición partidista,
de naturaleza fundamentalmente política y la oposición social, la que se
expresa en las demandas de sobrevivencia de la población, hay un largo desfase.
En general, partidos y políticos, tienen una agenda de los discursos, que pocas
veces desciende a la tierra arrasada cotidianamente por las
crisis. Situarse en el segundo escalón implica que los partidos y los
políticos dejen de flotar como burbujas desvinculadas de la sufriente realidad.
La oposición articulada a los
partidos no ha podido mantener una integración estable y frecuentemente revela
una división con partes tan incongruentes como las de una esfinge. Por qué no
logra unirse efectivamente es un enigma que la estrangula. Ante su
inexistencia, toda la oposición ( o de casi toda si se considera que hay
fundamentalistas que defienden que la oposición se fortalece depurándose) clama
a las élites políticas por acuerdos durables entre ellas, como primer escalón
para construir confianza y potenciar la eficacia.
Si no recorremos bien esta
ruta interna, no podremos abrir junto al país la ruta mayor que conduzca a una
transición negociada del autoritarismo a la democracia. Negociada significa
progresiva, con participación de actores pertenecientes a los dos proyectos de
país enfrentados y con un desenlace nacional, pacífico y electoral.
Esta ruta se configura como
solución alternativa más probable a medida que los factores internacionales,
aun combinando distintos planes para lograr el restablecimiento de la democracia
en Venezuela, pongan énfasis en el entendimiento interno para introducir
liberalizaciones económicas, institucionales y políticas. Una vía que no
está predeterminada y en la que la oposición tiene que estar unida si quiere
influir en una determinada variante.
Aquellos que no ven salida, lo
que descartan es que ella pueda producirse a partir de un proceso
electoral. Por eso hay que debatir la pertinencia de la participación y la
abstención, como tema a futuro, libre de posiciones tomadas y de pases de
factura. Parece claro que la oposición no debe limitarse a alternativas que no
dependen de ella, ni pedir un golpe que transfiera más poder de decisión a los
militares.
Así que es urgente iniciar esa
ruta interna y que las partes fragmentadas de la oposición abandonen la idea de
la unidad como un medio para alcanzar la hegemonía de un determinado liderazgo.
La unidad tiene sentido sólo
como una herramienta estratégica para despejar una ruta mayor para superar la
crisis y realizar los cambios en una nueva convivencia entre los actuales
rivales sobre la base de la vigencia de la Constitución.
Hay que renovar el concepto de
unidad, dejar atrás su proclamación ritual y superar los obstáculos reales que
impiden que las tres o cuatro polos de la oposición definan el alcance, el
funcionamiento y la estrategia común para enfrentar un régimen que carece de
viabilidad económica y social. Esa es una prioridad.
01-07-18
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