Marino J. González R. 01 de agosto de 2018
Se
podría pensar que la hiperinflación es una formidable destrucción de la moneda,
expresada fundamentalmente en la aniquilación de la estabilidad de precios. Y
eso es verdad. Al iniciar el décimo mes de hiperinflación en Venezuela, es
claro y notorio que han desaparecido todos los referentes para la definición de
los precios de bienes y servicios. La velocidad en el deterioro de la capacidad
de compra es proporcional a la dificultad de transar con una mínima dosis de
normalidad. Nadie sabe cuánto pueden variar los precios incluso en un día.
Mucho menos para pensar en la semana próxima o en el mes que viene.
La
desaparición de los precios como referentes, ya es una demostración de que la
economía no está en capacidad de funcionar en los mínimos requerimientos de una
sociedad. Los precios son acuerdos, mecanismos de transacción. Alguien ofrece
una cantidad por algo y otra persona acepta recibirlo. La base de ese acuerdo
es que lo que se recibe vale lo mismo que cuando se hizo la transacción. El
problema deviene cuando lo que se recibe vale mucho menos porque está sometido
al efecto de la hiperinflación. Entonces, los actores prefieren incrementar el
precio calculando el efecto de ese deterioro, o sencillamente transar en otro
medio de común acuerdo. Pero los precios no son los únicos acuerdos que
desaparecen en una hiperinflación.
Tomemos,
por ejemplo, los acuerdos entre trabajadores y empresarios para la fijación de
las remuneraciones. Los contratos colectivos son imposibles en una situación
hiperinflacionaria, porque no hay forma de estimar las bases de las variaciones
de esas remuneraciones. En consecuencia, la posibilidad de utilizar la
contratación colectiva como medio de estabilidad en las relaciones de trabajo,
simplemente desaparece. En tales condiciones, la mera discusión sobre
productividad es un sinsentido. Algo similar sucede cuando los beneficiarios de
los servicios de una empresa, se ven obligados a pagar a los trabajadores una
cantidad extra muy superior a sus salarios por temor a que abandonen las
empresas y, por ende, queden afectados.
También
desaparecen las pensiones para la población en situación de retiro. La pensión
es un acuerdo, muchas veces intergeneracional, según el cual el trabajador
recibe una cantidad que representa el beneficio por su vida laboral. La base de
la pensión es que el valor que tiene en el mercado de bienes y servicios sirve
para que se pueda acceder de manera estable a lo considerado necesario. Cuando
el valor de la pensión se deteriora ante la arremetida hiperinflacionaria,
entonces ese acuerdo de preservación del beneficio también desaparece.
La
inversión pública también es otro acuerdo que es afectado por la
hiperinflación. En este caso, el acuerdo implica que los precios de los
servicios públicos deben garantizar que se obtienen recursos para asegurar el
mantenimiento y la calidad. Cuando ello no es posible, porque el aumento de los
precios impide la utilización de recursos para garantizar los servicios
previstos, entonces se produce la escasez y la afectación a los ciudadanos en
su calidad de vida.
De la
misma manera, la escala de salarios de la administración pública no puede salir
indemne de una hiperinflación. La distancia entre las remuneraciones y el
aumento de los precios, obliga a trabajadores a abandonar el sector público, y
a otros muchos, a ver deteriorada la calidad de vida. Y ellos es especialmente
crítico cuando se introducen de manera discrecional mayores diferencias entre
sectores de la administración pública.
Finalmente,
la hiperinflación aniquila los acuerdos de la sociedad en el mediano plazo.
Conceptos como “plan” o “futuro” no tienen cabida ante el ritmo que impone la
hiperinflación, muchas veces medido en días o semanas. La hiperinflación de
Venezuela, en la medida que se prolonga, seguirá destruyendo acuerdos
fundamentales. En un curso diferente será menester acometer la transformación
de estas relaciones, de manera sostenible y moderna.
De
allí la urgencia que se debe asumir para detener la destrucción
hiperinflacionaria. Es, sin dudas, el reto más profundo que tiene todo el
liderazgo de la sociedad venezolana en la actualidad
Marino
J. González R.
@marinojgonzalez
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