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martes, 7 de agosto de 2018

La magnifarsa, por Rubén Monasterios




Rubén Monasterios 06 de agosto de 2018

No se crea que el gobiernóculo castrochavonarcocomunista es del todo improductivo intelectualmente; véase: ha generado un nuevo género teatral; a las formas tradicionales como la tragedia, creada por los griegos antiguos; el entremés, cultivado por Cervantes y otros talentos del Siglo de Oro hispano, el drama social de Miller y el drama psicológico introspectivo de Albee… ha sumado una nueva forma: la farsa de escarnio magnicida o magnifarsa.

Tenemos unos veinte años disfrutando de este espectáculo; se hizo tan reiterativo que perdió eficacia, y en lugar de crear consternación en el público terminó dando lugar a risa; amarga, pero risa al fin.

Con todo, entre tantas farsas magnicidas falsas, es probable que una haya sido auténtica; y esta fue la muerte del verídico creador del género y padre de la tragedia nacional; en efecto, entre los observadores de la realidad histórico-política de nuestra actualidad, no faltan quienes sustenten la hipótesis de que ese deceso fue un magnicidio manipulado oscuramente; no obstante, curiosamente, ha sido el único de la serie que no ha sido presentado como tal.

La última entrega ocurrió en estos días y exhibe características distintivas muy ingeniosas. Los autores, advirtiendo el antes mencionado desgaste del recurso, al parecer le incorporaron componentes a su puesta en escena para darle visos de realidad, entre ellos un elemento de la más nueva tecnología, el dron, usado como activador de la acción dramática.

O quizá estoy yendo demasiado lejos en eso de atribuirle a los autores la creación de un nuevo género teatral, y lo visto en una celebración oficialista en Caracas sólo fuera un happening, esto es, un acontecimiento inesperado destinado a alterar a la gente.

Aun así, no deja de ser admirable el ingenio de los autores, por cuanto el happening netamente improvisado o no planificado, vale decir, el que aprovecha en función de la teatralidad un suceso cualquiera no previsto, a partir del cual crea una situación dramática, es una de las formas más difíciles y audaces de la representación. Viene a lugar el comentario porque se ignora si el estímulo detonador del show ─al parecer, la explosión de una bombona de gas en la cercanía del lugar usado como espacio escénico─ fue anticipado por los creadores, o si estos se valieron del mismo para hacer su comedia.

El happening es un género puesto en el término medio entre las artes dramática y la plástica conceptual; no obstante su aspecto desordenado es difícil de resolver, porque participan muchas variables que no están bajo control; de hecho, en un happening puede ocurrir “cualquier cosa”; y el improvisado, o que se vale de circunstancias no previstas como activador de la acción dramática, es aún más difícil, por cuento exige en proporciones aumentadas algunas condiciones propias de la personalidad del artista, tales como el desparpajo o desvergüenza, o dicho en lenguaje coloquial: antiparabolismo, la perspicacia para reconocer la circunstancia idónea para realizar la acción y la inteligencia rápida para cambiar de dirección y mantener el control. Al menos el parabolismo es un rasgo presente en el equipo de gobierno; la gente sin luz, sin agua, sin medicinas, muerta de hambre… y ellos tan campantes; rozagantes, bien trajeados con piezas de firma y exhibiendo espléndidas sonrisas, declaran que todo marcha excelentemente bien. De haber aprovechado la circunstancia imprevista del estallido accidental de una bombona de gas para hacer el show, también dejan ver un indicio de perspicacia, una lucecita de inteligencia.

Otro aspecto digno de destacar es el uso que los realizadores han dado a su producción. La farsa grotesca y el happening son actos de protesta; quienes no las aprueban dicen que son formas de joderle la vida al apacible vecino; algo de razón tienen, porque su propósito suele ser alterar las estructuras mentales convencionales del público, que con frecuencia participa en esa condición sin proponérselo. A lo largo de toda su historia, que es larga, más de lo que uno suele imaginar, con frecuencia, si acaso no siempre, han sido recursos para expresar el descontento con lo establecido, y a veces transgreden el límite de la ley. Por ejemplo, Alcibíades (Atenas, s. V a.C.), quien llegaría a ser general (estratega) y notable político, en su juventud, cuando todavía era erómeno de Sócrates, en una noche de farra con su pandilla rompió los falos de las estatuas de dioses que las familias piadosas ponían en las puertas de sus casas; los historiadores del teatro creen que es el primer happening documentado.

Pero los autores del último acontecimiento de Caracas le han dado la vuelta al asunto: en lugar de usar el show con los propósitos de protestar y de crear conciencia en la gente ante represión impuesta a su libertad, han hecho de él otro medio de alienación: un recurso para distraer al público del empalamiento que, por otra parte, están llevando a cabo en forma de apretar la bota puesta en la yugular de la comunidad mediante imposición de un tal carné de la patria y de un “censo”, y de evitar que la gente piense en el genocidio más o menos solapado que están ejecutando mediante la carencia de alimentos, medicinas y servicios básicos.

Lástima que estos esfuerzos de creatividad teatral se encuentren maculados por la pésima calidad de los actores, cuyo desempeño escénico deja ver las gruesas costuras del entramado. La actuación de Cilia, por ejemplo, es notable en este sentido. ¿Quién ha visto una supuestamente amorosa esposa, impávida al lado de su marido en el trance de ser víctima de un atentado? Viene al caso evocar las imágenes que muestran la reacción de otra esposa y Primera Dama. igualmente vestida con ropa de firma, en una situación de magnicidio; aludimos a Jaqueline Kennedy, en el acontecimiento de Dallas. Claro, este fue un magnicidio verdadero, no una comedia.

Rubén Monasterios


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